La propuesta de una posible alianza entre el PAN y el PRD para terminar con la hegemonía del PRI y hacer posible con mayor eficacia la transición democrática, ha desatado una polémica --opiniones diversas, antagónicas muchas veces-- que es sana y refrescante.
Importante polémica (en todo caso útil discusión) porque el tema de las alianzas --que no es lo mismo que coaliciones de gobierno o fusión de partidos--, se repetirá de mil maneras en el futuro. El hecho de que probablemente el PRI no reuna ya en las próximas elecciones a la Cámara de Diputados su tradicional condición de partido hegemónico, y de que no tenga ya a la mano el funesto ``mayoriteo'' que ha simbolizado la dependencia del Legislativo respecto al Ejecutivo, cambia radicalmente la situación.
Con tres partidos principales en la Cámara, y sin ninguno con mayoría automática, el tema de las alianzas y la exploración de las convergencias --inclusive la negociación de las diferentes votaciones-- cobrará una relevancia desconocida en la vida legislativa mexicana reciente. Entramos a una nueva etapa del acontecer político a la que llamaremos, a falta de mejor nombre, la cultura de las alianzas.
Por supuesto que el llamado de la Alianza por la República ha resultado necesariamente polémico. Era inevitable. Varios artículos se han escrito sobre el tema, con diferentes intenciones y valores.
Una primera cuestión que vale la pena aclarar, porque parece haber confusión, es que de ninguna manera se plantea la ``desaparición'' de las diferencias históricas e ideológicas entre el PAN y el PRD, sino apenas la conveniencia de que, para un fin específico, combinen sus esfuerzos. Ese fin específico, de la mayor importancia en México hoy, es impedir que siga prevaleciendo en la Cámara de Diputados la bochornosa sumisión del Legislativo respecto del Ejecutivo. Una primera condición del avance democrático --sobre esto no hay demasiadas diferencias-- es el de la autonomía de los tres Poderes de la Unión, el de una clara división de los poderes.
No, por supuesto tampoco se trata --estaríamos ahora muy lejos de ese supuesto--de buscar ``gobiernos de coalición''. O de establecer ``otro'' despotismo de las oposiciones. Y, mucho menos, de que se contemple la ``desaparición'' de las perspectivas políticas del PAN y del PRD.
Lo que ocurre es que un conjunto de hechos políticos recientes confirmarían la ausencia de voluntad del régimen para transformarse y abrirse a un nuevo curso democrático. Lo mismo las declaraciones del presidente Zedillo de que utilizará ``su'' mayoría siempre que haga falta, como las amenazantes de Roque Villanueva de que sin la mayoría del PRI nos espera el caos y la hecatombe, sugieren el fuerte rechazo a los indispensables cambios democráticos en el país. (¿El mensaje de Año Nuevo del presidente Zedillo, en que ``refrenda'' su ``inquebrantable compromiso'' de seguir impulsando el avance democrático de México, anuncia una disposición en contrario? Sí es realmente así, enhorabuena.)
Vale la pena, por cierto, una brevísima disgresión: el nuevo líder del PRI contrapone abusivamente gobernabilidad y democracia. Este ha sido inveteradamente el principio sustancial de los totalitarismos, inclusive de los fascismos. No, cualquier estudiante de la política sabe bien que la efectiva gobernabilidad sólo existe en y por la democracia. Al contrario de lo que dice Roque Villanueva: sólo hay gobernabilidad en la democracia.
Por supuesto que hay serios problemas técnicos e históricos para que se efectúe en la práctica la convergencia política a que llama la Alianza por la República. No hay duda, por lo demás, que ese llamado obedece a una corriente importante de la opinión pública. Se equivocan quienes lo han interpretado como el planteamiento de un ``grupo'' de intelectuales y políticos: ese llamado refleja un amplio sentimiento nacional, y la mejor prueba es que contiene firmas de personas con diferente ideología y militancia política. No son pocos los militantes del PAN y del PRD que lo han suscrito.
El documento deberá hacer reflexionar seriamente sobre el tema a los líderes de los partidos. Su capacidad de dirección será también medida por la reacción que muestren frente a ese llamamiento.
La importancia del mismo, por lo demás, se concentra en su anuncio: el ingreso a la democracia, por lo pronto a una composición más equilibrada de la Cámara de Diputados, exigirá en adelante un nuevo tipo de política en México, en la que ocuparán un lugar prominente las convergencias y las alianzas, sin que esto implique el desvanecimiento de las ideologías y de las identidades políticas de los partidos.