La Jornada 9 de enero de 1997

Octavio Rodríguez Araujo
Alianzas cuestionables

En el blanco y por un rato está el neoliberalismo y lo que esta ideología-política intenta justificar: la llamada mundialización económica. En México la principal defensa y promoción del modelo neoliberal emana del Ejecutivo federal. Aquí está el bastión. Y del Ejecutivo federal, pese a las declaraciones de sana distancia, depende el futuro del PRI, y no al revés mientras los priístas no se asuman como defensores de lo que supuestamente fue su origen y ha sido su tradición --que no tiene nada que ver con el neoliberalismo.

Partiendo del principio de que la derrota del neoliberalismo sólo puede darse como resultado de la movilización de muchos pueblos, especialmente en los países importantes económicamente, tendríamos que pensar, con más modestia, en limitaciones al neoliberalismo. ¿Cómo limitar en México las políticas neoliberales que impulsa con decisión (y algo de terquedad) el gobierno de Zedillo?

El problema no es trivial, ni siquiera en términos de pragmatismo político. En el PRI hay muchos militantes que no están de acuerdo con el modelo neoliberal, pero se alinean al Ejecutivo federal porque es en la lógica del presidencialismo en donde ubican su carrera política o su permanencia en el sistema. Por lo tanto, no será en el PRI donde se den las batallas por limitar el avance y afianzamiento del modelo neoliberal, aunque existan voces más o menos aisladas en su contra. En el PAN tampoco se encuentran evidencias de oposición al neoliberalismo, con el agravante de que hay corrientes y personalidades de influencia que en aspectos de valores públicos (y privados) son francamente reaccionarias.

¿Por qué, entonces, en el PRD hay quienes proponen alianzas con el PAN? El supuesto subyacente, no siempre explícito, es que con una alianza PRD-PAN se podría acabar con el llamado régimen de partido de Estado. Hay algo de cierto en esta hipótesis, y en términos pragmáticos suena lógica y viable. Ciertamente sería posible terminar con un régimen de partido dominante si una alianza PRD-PAN triunfara este año en el Congreso de la Unión y, eventualmente, en el Distrito Federal. No sólo sería posible sino que dicho golpe al régimen priísta podría ser, de este modo, más rápido que si la oposición (cada partido por su lado) aspira a convertirse en mayoría. Pero...

En el supuesto de un Congreso (concretamente en la Cámara de Diputados) donde el PRI fuera minoría, no hay garantías de que los diputados panistas hicieran causa común con los diputados perredistas (y quizá también petistas) en contra de políticas neoliberales, pues el PAN tiene abiertas simpatías con éstas. Luego, un Congreso opositor no es garantía de limitaciones al modelo neoliberal impulsado por el Ejecutivo federal. Se daría el caso, como en la reprivatización de los bancos, que la alianza fuera más bien entre priístas y panistas. En esta lógica los priístas, para no contrariar a su jefe nato (el Presidente de la República), se encontrarían muy a sus anchas votando junto con el PAN, y los diputados de la izquierda se quedarían solos.

De este modo, parecería que pese a no lograrse limitaciones al neoliberalismo se estaría dándole fin al régimen priísta. Pero esto es sólo apariencia. La realidad es otra. Es el propio gobierno nacional el que está terminando, al seguir su política neoliberal, con el régimen priísta. Lo que queda de éste es el aparato todavía útil para manejar desde Los Pinos al PRI en la más ramplona subordinación que este partido ha sufrido a políticas que ni siquiera tienen patente nacional. Darle poder al PAN, o ayudarlo a que lo acreciente, es acelerar el proceso de crisis del régimen priísta, sí, pero es fortalecer el modelo neoliberal, desde la oposición.

¿Cómo resolver este complejo problema? Sólo desde una perspectiva no cupular. Esto es, recurriendo a la sociedad, organizándola a partir de su rechazo al neoliberalismo (como lo entienda cada quien que sufre sus consecuencias); poniendo --como debe ser-- al PAN y al PRI (en tanto que subordinado del Ejecutivo federal) juntos y en la misma lógica antipopular, y llamando a votar en contra de esta política que, por más promesas y discursos prometedores, sigue depauperando a millones de mexicanos y cerrándoles posibilidades de recuperación.

La lucha será de más largo plazo, pero más firme; y los partidos que la encabecen ganarán prestigio político (y moral) y, en no mucho tiempo, contarán con la simpatía de la mayoría del pueblo mexicano que quiere (aunque a veces se tarde en entenderlo) honestidad y congruencia entre el discurso y las acciones y, desde luego, mejorar su calidad de vida.