La Jornada 9 de enero de 1997

Emilio Krieger
Una alianza moral e ideológicamente inaceptable

Ante la panorámica electoral mexicana de 1997, ciertos sectores del cuerpo ciudadano empiezan a vislumbrar --como una salida pacífica al caos que la nación vive hoy-- la coalición de partidos y agrupaciones políticas de oposición, para constituir una poderosa fuerza electoral capaz de derribar al manipuleo priísta que pretende seguir en el poder, con base en una nueva legislación electoral que nada tiene de confiable, imparcial o verdaderamente democrática.

La urgencia de derrocar al régimen neoliberal de claros antecedentes de corrupción delamadridista y salinista, y ahora de evidente complicidad e impunidad para los más destacados criminales del neoliberalismo corrupto, ha despertado la inquietud en ciertos sectores panistas y en grupos progresistas de buscar una unificación ciudadana que exija el respeto a la voluntad que los electores expresen libremente.

Esa posición unificadora tiene, por supuesto, la antipatía más violenta de los priístas prominentes, que dicen ver en ella una amenaza antidemocrática o, para ser más precisos, antioligárquica (entendiendo por oligarquía a los funcionarios públicos, a los priístas, a los financieros, a los concesionarios privados, a los líderes sindicales oficiales y hasta a los inversionistas privados).

Resulta muy peligroso imaginar que la solución política de México pueda radicar en la convergencia de fuerzas moral, económica, política y socialmente encontradas, transitoriamente unidas para lograr el triunfo del sufragio popular, el respeto al voto, sin definir los objetivos profundos de la voluntad ciudadana.

Evidentemente, la problemática de México es muy amplia y compleja, y exige soluciones de muy diversas formas y orientaciones. No podemos reunir válidamente las finalidades de democracia social propias de la izquierda mexicana con los objetivos de una plutocracia dominada por un afán de explotación y lucro, sólo porque ambas corrientes opuestas tienen un objetivo común: el respeto al voto. Mientras que la izquierda ha de justificar su lucha por la construcción de una democracia social con más amplia ocupación, mejores salarios y prestaciones laborales, con una nueva distribución de la tierra y de los medios para cultivarla, con servicios públicos a cargo del Estado, más amplios y suficientes, y una plena soberanía nacional, la derecha buscará una ``macroeconomía'' que le rinda mayores ganancias, una inversión extranjera con la cual compartir sus utilidades y una organización estatal más sometida a los intereses de la pequeña oligarquía nacional y a su poderosa ``globalización'', como hoy se denomina a la explotación capitalista mundial.

Serían algunos puntos esenciales comunes los que tendrían que encontrar y postular en común los ciudadanos de izquierda y los de derecha, con el grave riesgo de no encontrarlos, entre otras cosas porque no existen, y si, en cambio, podrían sufrir descalabros, desconciertos y abandono en los miembros de las corrientes ciudadanas que actualmente los apoyan.

Estoy convencido de que el único camino sólido, firme y cargado de posibilidades con el que puede contar la izquierda en el México de 1997, es luchar por construir una estructura que, fundada en la voluntad mayoritaria y los intereses del pueblo, se consagre a lograr una democracia social fundada en una economía orientada a producir satisfactores para el pueblo y no mercancías, cuyo tráfico produzca lucro; en un amplio y bien remunerado empleo, en una justa distribución del ingreso, en servicios públicos eficientes, cubiertos por el Estado y por sus órganos, y en un aprovechamiento racional, humanitario y protector de los recursos con los que la naturaleza nos dotó.

Si en esta gran lucha social encontramos algunos ``compañeros de camino'' útiles, bienvenidos sean. Pero nunca deberemos sacrificar principios, convicciones ni objetivos sociales con el fin de obtener afiliados o participantes temporales.

El gran destino del PRD como partido de la izquierda actual, es ganar la gran lucha social, económica y política del pueblo mexicano. Ni un ápice podemos ceder, ni un miligramo de concesiones otorgar. Por México y por todos los mexicanos, guiados por la justicia y la dignidad, tendrá que seguir siendo el lema perredista. El pueblo mexicano sabrá responder a nuestra firmeza, como en 1911 respondió a la consagración maderista.

Firmeza plena, sin claudicación ni desvíos, ese es el camino.

Sin embargo, es muy importante no caer en el error de imaginar que la negativa frente a una alianza PRD-PAN significa un aislamiento de aquél. Muchos son ya los millones de mexicanos hambrientos, de trabajadores sin empleo, de campesinos sin tierra, de enfermos e inválidos sin atención, de ciudadanos indignados ante la persecución y corrupción de los funcionarios, para que podamos pensar en una cómoda postura aislacionista. El gran deber político del PRD es levantar a las grandes corrientes ciudadanas que sufren hambre, desempleo, injusticia, engaño y persecución, para llevar muchedumbres a las urnas electorales. Ese deber no se cumple, ni siquiera se compagina, con una alianza que significaría la pérdida de identidad política del PRD.

No sólo tenemos muchedumbres de ciudadanos listos para concurrir a las urnas para expresar su rechazo al salino-zedillismo supuestamente liberal y, en realidad, profundamente autocrático y corrupto. Son ya muchas las organizaciones con las que podrían realizarse acuerdos que no significaran desvíos o concertacesiones. El Ejército Zapatista transformado en un Frente político, las dos organizaciones de concentración proletaria que están luchando por liberar al movimiento sindicalista de los signos de sumisión frente al gobierno; las crecientes asociaciones de deudores esquilmados por los banqueros, o las numerosas organizaciones de jubilados y pensionados en la extrema penuria, los enfermos y desvalidos a quienes no atienden debidamente los organismos públicos de seguridad social, son ejemplos de posibles cascadas de adhesiones y afiliaciones que conserven la limpidez política del PRD, que debe ser su activo más atrayente. No queremos un PRD que sirva de basurero al PRI, ni uno que se dedique a celebrar concertacesiones con el PAN. No queremos alianzas que nos desencaminen o desprestigien.

Queremos tener el alto honor de ganar la voluntad del pueblo por la limpieza de nuestros procesos y la elevación de nuestras finalidades.