Adolfo Sánchez Rebolledo
Alianzas en peligro
Se ha convertido en una frase hecha decir que la oposición puede ganar este año la mayoría en el Congreso. Y otra vez, al igual que en otros periodos preelectorales, se vuelve a plantear la necesidad de buscar una alianza que agrupe a toda la oposición, sin distingos ideológicos, como garantía de éxito. El argumento carece de excesivas complejidades: dado que cualquier avance democrático es impensable mientras el PRI permanezca en el poder, todo lo que sirva para desplazarlo es, por definición, benéfico para la democracia. Si a la idea subyacente de que vivimos bajo una dictadura (comparable a las peores de Europa y Sudamérica) se añade, además, la consideración de que ésta se halla en ``una fase terminal'', la pretendida alianza resultará no solamente necesaria sino obvia y obligatoria. Se da por supuesto que no obstante las obvias diferencias ideológicas, la oposición actual encarna uno y el mismo proyecto democrático, al punto de que casi nada parece empañar sus esfuerzos comunes ni son tan significativas sus diferencias como para ocuparse de ellas. Sin embargo, la realidad está lejos de confirmar tales previsiones. Para que una alianza de esta naturaleza tuviera sentido, vale decir, legitimidad, habría que demostrar primero que la ``dictadura'' del ``partido de Estado'' no deja otra oportunidad para la democracia; que la actual dispersión de las fuerzas partidistas (nuestro incipiente sistema de partidos) es un impedimento definitivo en la carrera por transformar democráticamente la vida mexicana, cosa que hasta ahora no ha ocurrido, y ahí están para demostrarlo los avances reales de la oposición, si no se quiere reconocer positivamente la importancia de las reformas institucionales de los últimos tiempos.
Se dice que una gran alianza opositora facilitaría, acelerándola, la transición democrática. Sin embargo, nadie puede estar seguro de que tensar la cuerda al maximo de la polarización sirviera para otra cosa que no fuera introducir riesgos, que si bien no han desaparecido al menos hoy parecen controlados. El PRI, por supuesto, se resiste a dejar el terreno a la oposición, pero la situación general del país se ha modificado de tal manera que ya no puede seguir actuando y gobernando como antes sin aceptar las reglas del juego democrático. Ese es el hecho principal que ningún oportunismo puede ocultar. México, para bien o para mal, no es Chile ni Polonia, aunque muchos sueñen con ello.
Por lo demás, avanzar en una alianza opositora para ganar el Congreso equivaldría a llegar a un compromiso de fondo para reformar al Estado, transformar el régimen político; definir el presupuesto y, en última instancia, gobernar al país. ¿En eso están pensando los promotores de la alianza? ¿Es que en verdad tienen los mismos objetivos todos los partidos de la oposición? Una cosa es un pacto sobre las elecciones y otra muy diferente una alianza electoral para ganar posiciones en el Estado.
En el 91 el PAN desairó una iniciativa similar del PRD y esta vez ocurrirá lo mismo. Por lo que ya puede verse, el PAN se dará el lujo de rechazar cualquier alianza con la presunta representación de la izquierda porque sabe que su fortaleza estriba, justamente, en ofrecer al electorado una opción clara, inconfundible. Y es que no es cierto, como algunos creen, que la suma de todas las reclamaciones democráticas de la oposición constituya un programa. Otros lo saben muy bien. El PAN, escribí y reitero, trata de erigirse como el centro del escenario político mexicano del siglo XXI. Se puede decir que está cocinando una verdadera ``oportunidad histórica'' para acceder al gobierno, sin promediar su credibilidad con alianzas hipotecables o que desdibujan su propia opción. ¿En qué piensa el PRD?
Se arguye que en el mundo de hoy carecen de sentido las diferencias ideológicas y es posible que para muchos sea cierto. Pero aún quedan líneas demarcatorias. Una de ellas, la distinción entre izquierda y derecha (que todo el mundo entiende, salvo Roque Villanueva y algún diputado del PRD) es elemental pero suficiente para teñir la acción política de los partidos.
No me parece deseable ni creíble que la izquierda contemporánea pueda intentar reconstruir una opción sin asumir con claridad los argumentos que la distinguen de otras formaciones políticas. No creo que la democracia mexicana avance sin esta decantación de las grandes corrientes nacionales. O ¿acaso quiere la izquierda una ``patria ordenada'' bajo los mismos principios morales y políticos enunciados por el PAN?.