Horacio Labastida
La rectoría de José Sarukhán

Invitado a participar en la Asamblea Mundial por la Paz, celebrada en Praga hacia 1983, tuve la oportunidad de visitar la biblioteca de la Universidad, cuya riqueza bibliográfica en lenguas vivas y muertas acredita la profundidad cultural en que se alimenta el pueblo de Bedrich Smetana (1824-84), quien en su poema sinfónico Vlastava canta a las aguas del río Moldava que tantas angustias indujo en la conciencia ardiente de Franz Kafka (1883-1924).

El director que me atendió en la biblioteca se graduó en la Universidad de Madrid; conocía bien la tragedia que a la República causó la brutalidad franquista, y esto nos llevó a una larga charla de más de dos horas; al final, de un viejo escritorio sacó y me entregó una exacta reproducción del sello fundador de la Universidad checoslovaca pidiéndome, a la vez, lo entregara como símbolo de la libertad de cátedra al universitario mexicano que yo juzgara digno depositario del sagrado emblema.

Muchos años transcurrieron hasta el pasado 1996, y con motivo de una celebración al rector José Sarukhán, y luego de cuidadosas reflexiones y evaluaciones, deposité en sus manos la medalla que casi tres lustros antes se me había confiado; brevemente informé al rector y a su esposa sobre los antecedentes del signáculo que dejé en su custodia.

¿Qué motivos tuve para proceder de esa manera? Aparte de simpatías personales y admiración por un científico que no olvidó la poesía al hablar de Las Musas de Darwin (1986), creo que durante su altísima representación acató con prudencia y nobleza, por sobre los intereses de la política inmediata, el supremo mandamiento universitario. No es posible separar aquel grabado del cerógrafo real, de la figura angustiada y perseguida del reformador Juan Huss (1369-1415), consumido por el fuego que encendiera el Concilio de Constanza, o bien de la muerte y rediviva Primavera de Praga que triunfó a pesar de la metralla del Kremlin, porque los tres acontecimientos están unidos por la misma instancia liberadora. La Universidad carolina abrió las puertas a una razón capaz de dudar de la fe como fuente de la verdad; el teólogo Huss cayó incinerado por las luces que lanzó contra el oscurantismo vaticano; y la Primavera de Praga enseñoreó al pueblo con su propio destino.

El actual rector, Francisco Barnés de Castro, hizo en su acto de toma de posesión un justo reconocimiento al rector saliente, cuando señaló sus éxitos en favor de la economía universitaria y de la investigación y enseñanza de las ciencias. Pero en el saldo de los méritos hay dimensiones más profundas. El octeno sarukhanense estuvo en todo tiempo rodeado por las sirenas globalistas y neoliberales que buscan hacer del Alma Mater una empresa educativa privada; y de inmediato saltó una vez más el tema de las cuotas.

Sin dejarse alucinar por sofisticaciones políticas, el rector escuchó con atención los debates en que intervine para exhibir la connotación del artículo 3o. constitucional en su párrafo IV. Si la Universidad es una institución del Estado desligada del gobierno, a fin de garantizar la libertad académica, es obvio entonces que será gratuita, condición que no impide que las familias de los estudiantes la ayuden en proporción a sus recursos. Otras opiniones atribuyeron a la autonomía una condición amparadora de las cuotas. La duda inclinó al rector a dejar las cosas en el estado en que se encontraban.

Ahora bien, lo importante del incidente derivó de las insinuaciones en el sentido de que la Rectoría quiso desviar el diálogo en favor de esos costos. Yo fui invitado por el rector, acudí así a la discusión e hice constar en su momento que jamás trató de influir en mis convicciones. Sostuve y sostengo la gratuidad de la educación del Estado, aunque no me opongo al establecimiento de formas voluntarias para que los particulares auxilien las finanzas de la Universidad. Lo importante es subrayar que el rector mantuvo en todo momento la vigencia de la libertad académica como esencia de la Universidad; y esta su conducta ética nunca se vio perturbada o quebrantada por sugerencias heterónomas. La libertad en aulas y laboratorios es lo que impide que ciencias y tecnologías se conviertan en los computarizados jinetes del apocalipsis que amenazan con destruir a la civilización. Impedir la aniquilación de lo humano con una ciencia sin moral, es responsabilidad de la Universidad en su trascendental tarea de hermanar en la historia el saber de la naturaleza y de la sociedad con el bien y la justicia.

Muchas cosas podría agregar para explicar porqué entregué a José Sarukhán el bello símbolo universitario de Praga. Su limpia y sabia adhesión a la autonomía académica ante cualquier codicia externa es título bastante para merecer en mucho el largo aplauso que recibió al dejar a Francisco Barnés de Castro el solio de la gran Universidad Nacional Autónoma de México.