Jean Meyer
¿La bomba demográfica?

El INEGI acaba de anunciarnos que somos 93 millones de mexicanos. Hace diez años juraban y perjuraban que seríamos más de 100 millones para esa fecha y 125 millones para el temido año 2000. Ese miedo a la ``explosión'' demográfica y esa equivocación en las predicciones valen tanto para México como para el mundo, de modo que los demógrafos se quedan prudentemente callados. La teoría del Malthus, referencia del Club de Roma y de muchos más, ha sido de nuevo desmentida por los hechos y el desastre demográfico previsto se hace esperar.

Hace poco los especialistas esperaban una población mundial de 12 mil millones de personas para principios del siglo XXI. Hoy en día los mismos expertos reconocen que la población del planeta no pasará de 8 mil millones y que empezará a bajar después de 2050 si no es que antes. Resulta que la marcha de la demografía es de lo más difícil de predecir. La tasa de fecundidad baja mucho más rápidamente que lo previsto, tanto en los países industrializados como en vías de desarrollo. Curiosamente eso había sido anunciado, sin equivocación, por el historiador francés Pierre Chaunu, en aquel entonces (1964) por el especialista en historia colonial de América Latina, economía y sociedad. Entre 1970 y 1990, Chaunu lo escribió en media docena de libros, después de haberlo enseñado en su seminario.

Anunciaba que en los países ricos el crecimiento demográfico cero era un mito: efectivamente, tal como lo dijo, el número medio de niños por mujer no se estabilizó en el índice 2.1 que permite el reemplazo de las generaciones, sino que cayó muy por abajo. Ahí funciona el ``síndrome Dinks'' (Double income, no kids, ``doble ingreso, ningún hijo''). En esas sociedades todo empuja a las parejas a no tener hijos. En la Unión Europea, varios países tienen ya más defunciones que nacimientos. Rusia está en el mismo caso y le falta poco a Japón, Taiwan, Malasia, para encontrarse en la misma situación. En las ciudades de China, en Singapur, se encuentra el mismo déficit. En Alemania y en algunas regiones de España y de Italia del Norte, la tasa cayó ¡a 0.8!

Falló pues la teoría de la transición demográfica en el llamado primer mundo (primero en caer). Falló también en los países en desarrollo en donde el número medio de niño por mujer pasó de 6.13 en 1950-1955 a 3.48 en 1990-1995; ¡una caída inesperada de 43.23 por ciento! En México fue de 7 a 2.7. La teoría de la transición funcionó en la primera etapa, la del crecimiento acelerado: México, como el resto del mundo, al entrar en la modernidad redujo en forma notable su mortalidad: construcción del Estado, mejor alimentación, sistema de salud, educación para la mayoría de la población, revolución de los antibióticos. Pero luego vino, antes que previsto por la teoría, el descenso de los nacimientos y una tasa de crecimiento demográfico muy inferior a lo pronosticado.

Parece que la baja de la natalidad alcanza al planeta entero con la sola excepción de la Africa negra --pero el movimiento se esboza en Africa del Sur-- de tal manera que la ``explosión'' temida que caracterizaba el 70 por ciento de la población mundial en 1965, alcanza hoy no más de 8 por ciento. El fenómeno es lógico en países autoritarios como China, que tienen una política antinatalista muy agresiva; lo es también en ciertas regiones de la India que siguen una política comparable; deja de serlo en países muy pobres como Bangladesh, Bolivia, ciertas regiones de Brasil, o en países tradicionalistas como Siria e Irán. Nadie ha ofrecido una explicación satisfactoria a este fenómeno planetario.

¿Tendremos que aceptar una teoría de moda en Brasil, según la cual es la televisión la que ha vendido al mundo entero la telenovela del modelo de la familia urbana con uno o dos hijos? El comportamiento demográfico de las poblaciones ha sido siempre imprevisible. Lo que estamos viviendo se viene a confirmar una vez más. Hoy en día ``un enorme punto interrogativo está encima de la curva de evolución de todas las poblaciones''. México, con su población numerosa, pero no demasiado numerosa, y con la juventud de esa población, está mucho mejor colocado que naciones como Francia, España o Rusia que, con todo y unos inmigrantes que no aprecian, de todos modos envejecen rápidamente. Cuando dentro de algunos años Alemania y Japón, actuales locomotoras de la economía mundial, se encuentren paralizados por su debilidad demográfica, tendremos a la vista extrañas sorpresas.