Enrique Calderón A.
La sociedad civil ante las elecciones de 1997

Los periodos de renovación gubernamental han sido en México tiempos de emoción y de expectativas por saber quiénes son ``los buenos'', o ``los que quedaron''. De tiempo atrás los mexicanos hemos venido disfrutando estos procesos de cambio; para algunos la expectación ha estado asociada a la posibilidad de que entre esos que quedaron exista algún conocido que les abra las puertas de la abundancia. Para los demás ha sido algo bastante más simple y no muy distinto de lo que sucede con los expectadores de una competencia deportiva, que desean el triunfo de su equipo.

Con el crecimiento de la competitividad de los partidos políticos, las elecciones han venido a enriquecer las posibilidades de participar como espectadores de los procesos políticos, con su culminación en el día mismo de las elecciones, como si se tratara de un campeonato final. Cada quien tiene sus candidatos favoritos por quienes votar, deseando y esperando su triunfo, para luego olvidarse de todo hasta la temporada siguiente.

Creo que no me equivoco en mucho al afirmar que así fueron las cosas, aun en las últimas elecciones presidenciales de 1994, en que no obstante el enorme interés de la sociedad por observar las elecciones, su participación volvió a ser de espectadora, aunque demandando que no le hicieran trampa.

Pero quizás en el proceso electoral de este año las cosas sean distintas, como resultado natural de la crisis que con tanta dureza nos ha golpeado, haciéndonos ver la magnitud de los desastres a los que nos puede llevar un mal gobierno y un mal Congreso, elegidos mediante procesos electorales amañados e inequitativos.

Sí, quizás en estas próximas elecciones los ciudadanos dejen de ser los expectadores que siempre han sido, para convertirse en lo que realmente son: electores con capacidad y atribuciones para decidir lo que más conviene a ellos y a la nación entera. Escoger la mejor oferta, la más viable, la que asegure los mejores resultados, la que recoja con más sensibilidad sus necesidades, sus expectativas y demandas, la de más credibilidad para su cumplimiento.

Porque así como la sociedad mexicana no estaba dispuesta a tolerar un nuevo fraude electoral en 1994, hoy está más agraviada, ante las evidencias de la frivolidad y la corrupción de quienes se han ostentado como sus benefactores y líderes; está ofendida por el abuso cínico de los recursos públicos para financiar campañas electorales, pero sobre todo ante la confirmación de que ha sido engañada, robada y ultrajada por quienes hoy detentan el poder, olvidándose de promesas y compromisos que supuestamente hicieron suyos.

Sí, quizás sean estas elecciones de 1997 las primeras en las que la sociedad ejerza su derecho de darse a sí misma un Congreso que la represente, y la capacidad para exigir cuentas de una buena vez a sus gobernantes. Consecuentemente, es posible que sean también las primeras en las que los partidos políticos se vean obligados a preparar una oferta que responda a las demandas y expectativas de los electores, que les haga pensar más en la sociedad mexicana, en lugar de dedicar su tiempo a pensar en ellos mismos, porque quizás de esto es de lo que se trata la democracia.