La Jornada 11 de enero de 1997

DE HUESOS Y HUESOS

Los resultados oficiales que niegan validez a la pretensión de que la osamenta encontrada en la finca El Encanto fuera del ex diputado Manuel Muñoz Rocha, empujaron a los promotores de esa versión, Antonio Lozano Gracia y Pablo Chapa Bezanilla, a un escenario en el que de acusadores pasan, cuando menos, a la condición de sospechosos, y de persecutores a acosados.

Ambos personajes, plenos de poder apenas unas semanas atrás, enfrentan hoy reacciones explicables al recordar que durante su gestión tocaron fibras extraordinariamente sensibles y que hoy, cuando les ha sido retirado el mando, buscan el cobro de agravios y deudas pendientes.

No son, sin embargo -y a pesar de que ambos decidieron jugar juntos su suerte, acompañándose en decisiones y procedimientos-, similares los cristales con los que se juzga la gestión de cada cual.

Chapa, hombre del sistema, conocedor a fondo del ámbito turbio de la procuración de justicia, corre por una banda en la cual los presuntos excesos cometidos en la fiscalía que le fue encomendada estarían buscando castigo.

El caso de Lozano es distinto, por cuanto pone en la balanza la gestión de un funcionario público cuyo nombramiento signó una tácita alianza entre el Partido Acción Nacional y el gobierno federal de origen priísta.

Según las evidencias disponibles -de las cuales ha dado cuenta The Wall Street Journal en su edición de ayer-, Lozano habría actuado con la misma carga de errores e irregularidades que cualquier otro político tradicional que hubiera ocupado el mismo cargo.

El primer balance de esa gestión opositora en un alto cargo federal cobra relevancia en momentos en que se debate ampliamente en el terreno partidista la viabilidad de las alianzas electorales, vale decir, pragmáticas, para alcanzar el poder así sea con olvido o posposición táctica de los principios propios de cada formación política.

Lozano y su fracaso muestran que el arribo a los cargos -o a los huesos, como popularmente se denomina a esos logros políticos- no es garantía de cambio obligado y que, en ocasiones como la reseñada, más bien sirven de mero instrumento distractor, encubridor y acaso cómplice, de las trapacerías que ya no sólo cometen otros, los ocupantes tradicionales del poder, sino los mismos recién llegados, que en el camino trocan su carga de presuntas ilusiones transformadoras en cruentos expedientes de ineficiencia, corrupción y fracaso.

Chapa y Lozano tienen mucho que explicar a México respecto a lo sucedido en el caso de la osamenta de El Encanto, y en especial el panista respecto al golpe seco que su gestión asestó a la prometida esperanza de cambio y moralidad en la función pública.