En 1971, luego de ser rechazado por 30 editoriales, Abbie Hoffman publicó en Pirate Editions, que era él mismo con parche de pirata de los libros, su obra Steal this book (Roba este libro). Se trata de un manual de supervivencia para los ciudadanos de la nación Woodstock. En sus páginas podemos encontrar infinidad de métodos para conseguir gratis: comida, ropa, transporte, drogas y hasta dinero. También viene una parte bélica en donde nos enseña el fino arte de fabricar bombas caseras, promover manifestaciones y armar la guerrilla ideológica en radio y televisión. La parte final está compuesta por una lista de direcciones en donde puede conseguirse gratis prácticamente cualquier cosa y un apéndice detallado de supervivencia en Nueva York, Chicago, Los Angeles y San Francisco. Los títulos de este apéndice son los de las ciudades más la partícula: Fuck. Dice por ejemplo, Fuck New York, algo así como Cógete a Nueva York. Esto puede darnos una idea de la orientación claramente gandalla de estos tips de supervivencia.
A más de 25 años de distancia este manual, que fue biblia de muchos en su época, se ha convertido en una curiosidad histórica; tres cuartas partes de los métodos se han vuelto obsoletos, en buena medida por la irrupción de los sistemas computarizados en las tiendas y en los bancos que ahora nos impiden, como propone Hoffman, robar tarjetas de crédito, falsear libretas de ahorro o cambiar la etiqueta de precio de un producto caro por la de uno barato. En nuestro país Steal this book es todavía más obsoleto, muchas de las propuestas están conectadas con direcciones, instituciones y ministerios que aquí no existen. A pesar de estos inconvenientes el libro de Hoffman tiene algunas técnicas y una gran cantidad de postulados que todavía funcionan. Desde el prólogo tira dos líneas, que son dos hits para correr dos bases, o dos ideas: ``La libertad de prensa pertenece a aquellos que poseen la distribución de la prensa''. Y la otra: ``Fumar mariguana y colgar un poster del Che no es un compromiso más importante que beber leche y coleccionar timbres postales. La revolución de la conciencia es inútil sin una revolución en la distribución del poder''. Luego de estas líneas, más apasionadas que novedosas, que están firmadas en diciembre de 1970 en una cárcel de Chicago, arranca este manual enloquecido de supervivencia.
Del capítulo Free Food (comida gratis), podemos rescatar dos métodos aplicables en cualquier ciudad de talla mediana. El primero: compra una revista de cocina (o cualquiera que tenga una buena sección de alimentos, gourmet, vinos o algo por el estilo) y manda a imprimir unas tarjetas de presentación con el nombre del editor. Preséntate en el restaurante que se te antoje, busca al gerente y entrégale tu tarjeta y un ejemplar de la revista. La comida, según Hoffman, será cortesía de la casa. El segundo puede aplicarse en restaurantes que tengan la caja junto a la salida y requiere de un colega también hambriento: entras, te acomodas en la barra y ordenas tu comida. Tres minutos después entra tu colega, se sienta junto a tí, finge que no te conoce y ordena un café. Al terminar de comer pides tu cuenta y se la das discretamente a tu colega. Tu colega, a su vez, te da la suya. Al salir, por esa comida completa, pagaste el precio de un café. Tu colega se levanta después y arma un escándalo en la caja alegando que él nada más se tomó un café y ahora quieren cobrarle una comida completa. Una vez conseguido el objetivo, buscan otro restaurante e invierten los papeles.
En el capítulo Supermarkets (Supermercados) Abbie Hoffman propone un método enternecedoramente caduco: ``En los supermercados grandes venden discos. Puedes robarte dos buenos LP escondidos en una de esas cajas grandes de pizza congelada''. Quizá deberíamos actualizarlo y porponer que varios CD, debidamente despojados de su etiqueta electrónica de seguridad, caben dentro de una caja de Corn Flakes o de croquetas para perro, o en una caja de pastel refrigerado o ¿por qué no?, en la misma caja de pizza congelada que proponía Hoffman, o también (y esta ya es completamente nacional) entre los bolillos y el pan de dulce, que se empaquetan en la sección de panadería del super y que luego pasan sin mayor revisión por la caja. Para este último inciso, que no aparece en el libro, retomamos una recomendación, que sí aparece, y la actualizamos: ``Con una crayola negra puedes marcar tus propios precios, o lleva tus propias etiquetas de precio''. Hoy hacer esto es casi imposible, las etiquetas de precio son códigos de computadora, pero, con el ánimo de hacer vigente la idea, podemos seguir este procedimiento: ya con nuestra bolsa de bolillo cerrada nos situamos en un pasillo poco vigilado, retiramos la grapa que agarra el ticket y la bolsa, introducimos los CD (sin etiqueta magnética o sin caja para no correr riesgos, tomando la precaución de extraer el librito informativo y de meter el disco entre dos conchas porque la corteza dura del bolillo puede rayarlo) y volvemos a engrapar el ticket y la bolsa en el mismo lugar que ocupaba la grapa original. El próximo sábado, en este espacio, tendremos la técnica Hoffman para obtener discos gratis y para meterse al cine, al teatro o a un concierto sin pagar boleto.