Letra S, 9 de enero de 1997
La sexualidad podría ser una fuerza potencial de cambio y de
diversidad. En cambio, la asumimos como un destino...
Jeffrey Weeks
¿Qué podría ser más natural que nuestra sexualidad? ¿No es nuestra sexualidad la expresión directa de nuestra biología? Y por lo tanto, ¿no es cierto que el sexo de la pareja y el tipo de prácticas que llevamos a cabo está determinado por ese deseo natural que requiere de la diferencia sexual para que suceda la reproducción?
Estas preguntas, junto con la frase de Weeks, no podrían haberse planteado un par de décadas atrás, pues la ``naturalidad'' de la sexualidad no se había cuestionado. Pero el pensamiento mundial sobre el tema se ha transformado profundamente.
En realidad, la posibilidad de hacer estos planteamientos evidencía que, hoy en día, lo que llamamos ``sexualidad'' es un campo de batalla donde diferentes aproximaciones combaten y se enfrentan. Por un lado, se encuentra la corriente llamada ``esencialismo'' (Weeks, 1993), que considera que la sexualidad es biología y que ésta es la que determina unívocamente nuestro deseo, nuestras sensaciones y nuestras prácticas. Glándulas, enzimas, hormonas y órganos serían así los responsables de una urgencia que nos obliga a cumplir sus caprichos sin que podamos impedir su aparición. Se piensa, dentro de esta corriente, que la sexualidad es una fuerza natural incontrolable que clama satisfacción sin atender a las prohibiciones y normas de la cultura, y a la cual hay que controlar de cualquier forma para que no dañe nuestra vida social. La sexualidad es, dentro de este enfoque, nuestro lado animal que se enfrenta con el lado humano que es la razón, el cual debería controlar los mandatos de la naturaleza.
Si se analizan detenidamente, estas afirmaciones se basan en la idea de que la sexualidad reproductiva, es decir, el coito heterosexual sin prevención del embarazo, es la práctica sexual ``natural'', y que todas las demás variantes son incluso ``antinaturales''. De esta forma, el deseo por el otro sexo provendría de nuestra profunda e invariable biología, mientras que aquellos que desean a personas del mismo sexo serían consideradas víctimas de alguna disfunción orgánica o de alguna perversión. Obvia es la consecuencia política de estas afirmaciones: las personas que tienen prácticas sexuales no reproductivas --aún con parejas del otro sexo-- son estigmatizadas y rechazadas por la sociedad.
Más allá del instinto de reproducción
Resulta difícil considerar que la sexualidad pueda ser algo más que biología, pero esa es la posición de la llamada corriente del construccionismo social, pues considera que, más que naturaleza, la sexualidad es cultura. No es que se nieguen los procesos fisiológicos de la actividad sexual, pero no se les considera determinantes del deseo ni de las prácticas. Son los procesos sociales y culturales los que moldean, organizan y encauzan a la biología. Un ejemplo de ello es que si la sexualidad fuera exclusivamente un instinto reproductivo, solamente sentiríamos deseo durante los periodos de fertilidad, cosa que no sucede entre los seres humanos. De este modo, la elección sexual, el deseo, las fantasías y los significados no están determinados por un orden fisiológico sino construidos y reconstruidos, creados y recreados socialmente. Al estar inscrita en el orden de la cultura, la sexualidad participa entonces de las relaciones de poder como son, por ejemplo, las relaciones de género. En ese sentido, el campo de la sexualidad es un campo político.
Así las cosas, la sexualidad se transforma en razón de la historia y adquiere sus particularidades dependiendo del contexto de vida en el que sucede, como son el periodo histórico, las diferencias sociales de género, de clase, de etnia, de edad, de cultura. El placer erógeno y las prácticas que lo producen son denominadas ``sexuales'' sólo dentro de ciertos contextos sociales y de ciertos periodos de la historia, como son los últimos siglos de la cultura occidental. Es decir, más que las prácticas y sensaciones en sí mismas, son los significados que la cultura les atribuye lo que las convierte o no en ``sexuales''. El construccionismo social buscaría, entonces, desentrañar las condiciones sociales en las cuales se dan estas diferencias y comprender los procesos por los cuales la sexualidad significa diferentes cosas para las diferentes culturas.
Bajo estas consideraciones es imposible suponer la existencia de una entidad llamada ``sexualidad'', cuyo significado y manifestaciones serían homogéneas y fijas para todos los individuos, de modo que, también, constituiría nuestro destino inamovible. Más bien, esta perspectiva recupera la diversidad de expresiones posibles de la sexualidad, cuyos orígenes no se hallan anclados en patologías orgánicas o psicológicas, sino en la simple pluralidad de individuos, deseos, prácticas y posibilidades de placer. El corolario político de esta posición es el respeto por la elección y las diferencias personales, y la lucha contra toda forma de discriminación por causa de las prácticas sexuales.
Liberar el deseo sexual
Sin embargo, si la sexualidad es histórica, ¿cómo llegó a considerarse la esencia fundamental que define nuestra identidad y nuestro hacer en el mundo como hombres y mujeres? Fue el filósofo Michel Foucault (1981) quien acuñó la idea de que la sexualidad es una creación de la historia, un concepto acuñado durante los siglos XVIII y XIX, con el afán de reunir un conjunto de sensaciones, prácticas, deseos e identidades que, de otra manera eran simplemente eso: deseos y prácticas. Este proceso de construcción de la sexualidad permitió, a decir de Foucault, una mayor sofisticación y exactitud en el ejercicio del poder, a través del recurso de la introspección y la autocondena que ha significado, primero, la práctica de la confesión católica y, después, la charla psicoanalítica o psicoterapéutica.
Lo que antes era considerado por la institución religiosa pecado y atentado contra la voluntad divina expresada en la sexualidad ``natural'' reproductiva, después se convirtió en patología o ``anormalidad'' para el nuevo saber que se convirtió en verdad: la ciencia, sea psicológica o sexológica. El nacimiento de la sexualidad como un campo e investigación científica vino a sustituir el antiguo dominio de la Iglesia católica sobre el reino de los placeres carnales, tejiendo un entramado de clasificaciones que al aplicarse a los individuos, facilitan la segregación y la estigmatización de los considerados ``diferentes'' por aquellos que definen--no siempre en virtud de la propia conducta-- lo que es la normalidad.
De este modo, si bien la sexología abrió la posibilidad de secularizar la sexualidad y separarla de su significación religiosa y pecaminosa, también ofreció otros parámetros, más modernos y acordes a nuestros tiempos de racionalidad científica, para la homogeneización del deseo sexual y el rechazo de las diferencias. Asimismo, la ampliación del conocimiento sobre los procesos fisiológicos de la sexualidad es de gran beneficio para la humanidad, pero los significados y consecuencias políticas que tal saber puede traer no siempre se basan en la igualdad y la justicia.
En este espacio intentaremos informar y discutir acerca de avances y hallazgos en el campo de la sexualidad entendida como una construcción histórica, lo cual admite y fomenta la diversidad de deseos, prácticas e identidades del ser humano, tan plural y múltiple como es. El placer erótico y la sexualidad son elementos fundamentales para el crecimiento y el desarrollo de las personas y por ello es necesario reivindicar y preservarlas. Sirva este espacio para la reflexión sobre éstas, nuestras sexualidades.
Profesoras investigadoras en el departamento de Eduación y Comunicación de la UAM-X.
Foucault, M. 1981. Historia de la Sexualidad. I. La voluntad de saber. Siglo XXI. México.
Weeks, J. 1993. El malestar en la sexualidad. Significados, mitos y sexualidades modernas. Talasa, Madrid.
Agradecemos a la Fundación Levi Strauss el estímulo brindado para elaborar esta sección.