La decisión del Comité Ejecutivo Nacional del PRD de proponer al PAN una alianza, con una plataforma precisa, para que estos dos partidos y otros que quieran sumarse participen juntos en las elecciones próximas con el objetivo de derrotar al partido oficial, tiene gran importancia y merece un comentario.
Con ese acuerdo el CEN del PRD responde positivamente a la propuesta de una alianza a favor de la República, hecha por un grupo de distinguidos intelectuales y dirigentes políticos y da, al mismo tiempo, un viraje a la estrategia electoral que el Consejo Nacional de ese partido aprobó apenas el 29 de noviembre del año recién concluido. Según esa estrategia, ``el futuro inmediato del PRD aparece ligado a la conformación de un polo progresista de la sociedad, con aptitud para articular una propuesta política y un programa de reformas frente a las opciones derechistas encarnadas por el PRI y el PAN, partidos cuyas direcciones ya no se distinguen demasiado en su gestión de gobierno y comparten las líneas básicas del neoliberalismo''. Y se abunda más en la necesidad de unir a las fuerzas progresistas ``en la búsqueda de una mayoría electoral mediante una plataforma suficientemente precisa que defina el sentido del cambio propuesto''.
Esa estrategia estaba encaminada a ampliar y consolidar los espacios de democracia, los propios del PRD y de las fuerzas democráticas y de izquierda, a impulsar un cambio en el rumbo del desarrollo económico y a la defensa de la soberanía nacional. Con la propuesta de alianza al PAN, partido con un programa político diametralmente diferente al del PRD, éste deberá subordinar su estrategia a esa alianza y archivar provisionalmente su programa de reformas duras, pues ese es el costo que deberá pagar por la alianza; las alianzas políticas presuponen siempre concesiones mutuas de esa naturaleza.
Cualquiera que sea la respuesta del PAN (lo más probable es que sea negativa, pues este partido no va a sacrificar la posibilidad de avances propios casi seguros), el CEN del PRD no pudo sustraerse a la tentación pragmática, a las políticas de corto plazo que comprometen su propio desarrollo y desdibujan su imagen hacia dentro y ante sus electores, cuando apenas inicia un despegue tras largos años de acoso gubernamental, que no ha cesado por completo.
¿Son necesarias y se justifican esas concesiones? Aclaremos: las alianzas y los compromisos políticos, aun entre fuerzas con programas e ideologías distintas, no deben enfocarse como cuestiones de principios. Son asuntos de conveniencia y de necesidad política. En las circunstancias actuales, frente a las elecciones del 6 de julio en las cuales sólo va a renovarse la Cámara de Diputados y una parte del Senado, la única posibilidad al alcance de las manos de la oposición es, sin alianza, profundizar la modificación de la correlación de las fuerzas, la de acabar con la prolongada hegemonía del PRI, como ya ha ocurrido en varios estados donde gobierna el PAN, o en las recientes elecciones del estado de México, donde el partido oficial perdió la mayoría del Congreso local. Se trata de un proceso que puede ser irreversible si la oposición actúa con tino y evita confundir al electorado con una alianza pragmática, engañosa, que pretenda ocultar las abismales diferencias entre el PRD y el PAN, y deja que el electorado exprese su voluntad de cambio de manera diversa y plural.
En la oposición, todos, hasta los firmantes del texto Alianza a favor de la República, coinciden en que la voluntad de cambio es realmente existente e incontenible, y se ha demostrado en las elecciones locales de 1996. No hay, pues, necesidad de forzar una alianza que hoy es inconveniente y puede dar resultados no deseados.
Para el PRD, por el contrario, necesitado de ampliar y consolidar su propio espacio (el PAN ya lo tiene, y muy amplio), lo más conveniente es retomar su convocatoria a una amplia alianza electoral de centroizquierda, o polo progresista que consiga la convergencia de un amplio abanico de fuerzas de izquierda, democráticas y del centro, desde el EZLN hasta el centro social, para que con un programa común conquiste posiciones mayores, eleve su peso político y social y empareje sus fuerzas con las del PRI y del PAN en la Cámara de Diputados, en todos los ámbitos políticos, para que de esa manera no se pueda gobernar sin tomar en cuenta seriamente al PRD y las fuerzas que representa. Esa sería la principal contribución de este partido a la liquidación de la hegemonía priísta, sin descuidar sus intereses propios, al impulso de la transición democrática y al cambio de rumbo de la economía nacional. Cuestiones inseparables, pues hoy y en México, democracia sin justicia social no es nada, o es una broma, como dice Julio Anguita.