Exhortó el presidente Zedillo a los miembros de primer nivel del Servicio Exterior a estar atentos a las críticas que se divulguen en los países donde realizan sus funciones diplomáticas o consulares y que tuvieren carácter denigratorio contra la imagen y el prestigio de México; y los instruyó para que se enfrenten a esas críticas debatiendo públicamente con quienes las formulan o las difunden. Utilizó algunos ejemplos sobre los infundios que con mayor frecuencia se repiten con parcial ocultamiento de nuestra realidad; y pidió a embajadores y cónsules generales que no escondan la camiseta, sino que la muestren orgullosamente.
Como suele ocurrir, los voceros del antigobiernismo tomaron el rábano por las hojas y acusaron al titular del Ejecutivo federal de pretender utilizar a los representantes de México en el exterior, como instrumento para defender al PRI en el ámbito internacional, dando por supuesto que la prenda íntima a que hizo referencia era una alusión a la filiación política de los funcionarios, como obligados miembros del partido gobernante.
El Servicio Exterior mexicano es una de las instituciones públicas más respetables y respetadas de nuestro sistema gubernativo. Lo integran, en una proporción absolutamente mayoritaria, diplomáticos de carrera. En menor número, cada sexenio son incorporados, por un tiempo más o menos breve, personajes que han participado destacadamente en la política interior, sea en cargos de representación popular o en la administración pública federal. Ocasionalmente se invita a intelectuales prestigiados a asumir la representación de México.
Yo he sido Embajador de México. Estoy seguro de que todas las personas que han pasado por esa honrosa experiencia, coincidirán conmigo en que la dimensión y el peso de la responsabilidad asumida cancelan las inclinaciones partidistas que pudieran subyacer en el ánimo de los representantes de México en el extranjero. Más todavía: la diferencia esencial entre la política interna y la política exterior es que aquélla pone frente a frente intereses parciales que pugnan entre sí por el poder, mientras que en el ámbito externo se asume integralmente la lucha por preservar y hacer prevalecer el interés nacional.
El sentimiento y la idea de patria, que tan imprecisos y abstractos suelen ser en otras circunstancias, adquieren perfiles nítidos y presencia concreta frente a los deberes de una misión diplomática en otro país. Uno sabe que el desempeño personal, el error o el acierto, compromete o pone a salvo valores que conciernen, no a un grupo ni a un partido, ni siquiera a un gobierno, sino a toda la nación cuyo prestigio se nos ha confiado.
La camiseta es parte de la investidura y en ella no aparece sino la efigie de México, sus símbolos más entrañables, sus vicisitudes históricas y sus esperanzas de un porvenir mejor. No es razonable suponer que el presidente Zedillo hubiese tenido siquiera la intención de aludir a otro elemento de identidad que implicase vinculaciones o compromisos partidistas. Su mensaje, para mí, es claro y rotundo: uno de los deberes inexcusables de todo mexicano que acepta representar a su patria en el exterior, es impedir que se le denigre.
La otra parte de su alocución tiene también sustento. No son pocos los políticos y/o académicos proclives a disertar en tribunas de otros países o procurarse espacios en la prensa extranjera, con el ostensible propósito de divulgar una imagen deformada de la realidad política de México. Ejercen un derecho, pero lo ejercen donde sus auditorios o la clientela de los medios ya están condicionados por el prejuicio de que nuestro pueblo es inferior e irredimible y que, por tanto, es también culpable de su retraso pues, finalmente, no tiene sino el gobierno que merece. Si esos personajes que buscan en el extranjero apoyos para la alternancia en el poder (pues no es otro el objetivo real de sus incursiones) pusieran al descubierto su camiseta, encontraríamos reminiscencias de las casacas de quienes llevaron a Miramar el argumento supremo de la ingobernabilidad de los mexicanos.
Presentar ante la opinión pública de los países en que están acreditados, información objetiva e irrefutable acerca de la realidad de México, que permita una visión diferente a la que divulgan los Gutiérrez de Estrada y los Almonte redivivos, no puede ser sino labor legítima y deber indeclinable de los titulares de las misiones diplomáticas y consulares. Este fue el recordatorio que el presidente Zedillo les hizo y que tanto escuece a quienes quisieran tener manos libres para ensuciar el nombre de México en el extranjero.