Es lo que ha producido el teatro en los capitalinos, desde la época prehispánica. Ya hemos hablado de las impresionantes celebraciones que llevaban a cabo los aztecas, en las que intervenían cientos de personas, mismas que reprodujeron los religiosos como apoyo para la evangelización. Miguel Sabido las ha repetido con parlantes de náhuatl, vestuario, música y decenas de participantes, provocando emociones entre las más intensas que puede una tener en la vida.
El primer teatro que podríamos llamar formal se estableció en la ciudad española, en el patio del Hospital Real de los Naturales, con el propósito de conseguir fondos para su sostenimiento. Se encontraba en lo que ahora es el Eje Central, mejor dicho San Juan de Letrán, a la altura de Venustiano Carranza, en donde hace un par de años al realizar las excavaciones del Metro aparecieron sus vestigios. Impresionante el ancho de los cimientos y las múltiples calacas, que hablan de que no siempre eran exitosas las curaciones.
A éste siguieron muchos más; un gran número de ellos eran prácticamente carpas o corrales. En el siglo XIX se edificaron lujosos inmuebles, la mayoría copiando los foros europeos, aunque persistían los modestones como El Mignon, situado en las cercanías de la Plaza de la Santa Veracruz, a un costado de la Alameda; con decir que los asientos eran de tule y la compañía de actores se conocía como ``farándula''. El nombre viene de la voz alemana fahender --vagabundo-- y era el apelativo que se daba a los grupos de cómicos trashumantes, compuesto de más de siete hombres y tres mujeres. Al actor solo se le nombraba babalu, dos constituían el ñaque, tres o cuatro la gangarilla, y si había seis actores y una dama era la garnacha; más de siete la biganga. El telón anunciaba ``con culta forma y con afán prolijo, divierto, doy placer, domo y corrijo''.
Muy recordado es el Gran Teatro Nacional, que construyó el magnífico arquitecto Lorenzo de la Hidalga, se dice que con un plano de Manuel Tolsá. Sea como fuere, era elegantísimo, según lo podemos comprobar en litografías de la época. El dueño fue el empresario teatral don Francisco Arbeu --poseedor de varios otros--, asociado con don Ignacio Loperena. Estaba ubicado en lo que ahora es Bolívar y 5 de Mayo; como ya hemos mencionado lo demolió Porfirio Díaz para ampliar la avenida y que desembocara en el Palacio de Bellas Artes.
Otro escenario de prosapia fue el de Iturbide, en lujoso estilo clásico; fue dañado por un incendio y remodelado por el arquitecto Mauricio Campos en 1910, para convertirse en la Cámara de Diputados, hoy sede de la Asamblea capitalina.
En este siglo se hicieron teatros importantes que aún subsisten, como el Lírico en la calle de Cuba; su reciente restauración le devolvió el antiguo esplendor. Fue inaugurado en 1907 con una pieza del francés Marcel Prevosta: Las vierges folles, actuada por la compañía española de María Diéz y José Vico. En las décadas de los 50 a los 70, fue casa del llamado ``género chico'' o teatro de revista, que aún conserva como una reliquia ``El Blanquita''.
Otro recinto hermoso fue y es el antiguo Esperanza Iris, hoy Teatro de la Ciudad, obra de la célebre actriz que lo bautizó con su nombre, tras adquirirlo de los empresarios que lo habían llamado Xicoténcatl, modernizándolo en todos los sentidos. Su bella fachada, estructurada a base de pilastras, está adornada con bustos de Offenbach, Lehar, Bizet y Verdi, representantes significativos del género operístico, favorito de la Iris.
Afortunadamente el presente teatral continúa vivo, como lo demuestran las alrededor de 60 obras en cartelera; esto, sin embargo tiene un lado negativo, pues ante tanta oferta y poca orientación, no se sabe qué vale la pena ver. Sobre ello la colega de este diario, Olga Harmony, nos da buenas noticias en su último artículo; por cierto, son una bendición las críticas y recomendaciones que hace en sus excelentes artículos sobre el tema.
A reserva de lo que ella opine de la calidad de las obras, nosotros mencionaremos varias que se están presentando en los teatros del Centro Histórico, que por el elenco pueden estar buenas: en El Hidalgo, una pandilla de la nostalgia integrada por Ignacio López Tarso, Amparito Arozamena y Marga López, actúa en Llegaron los López, de Ken Ludwig, con la dirección de José Solé, lo que ya es una garantía. El tradicional Lírico tiene a Otto Sirgo y Héctor Soberón en P.D. Tu gato ha muerto, original de J. Kirkwood. Para cenar hay varias opciones ``a tiro de piedra'' : el ya clásico L'Heritáge en 5 de Mayo. En la bella Plaza Manuel Tolsá, Los Girasoles. Para tipo merienda de tamales, buñuelos y chocolate, El Café de Tacuba, o si se prefiere un bar de moda, en Motolinía está El Templo, que lo traslada al Valle de los Reyes en Egipto y entre tumbas y templos se toma la copita, escucha música y si quiere puede jugar billar.