Aviacsa, una línea con ``mala suerte''
Jaime Avilés, enviado/I, Llano San Juan, Chiapas, 10 de enero Ť Durante el mes de diciembre, dos vuelos de la línea Aviacsa-Aeroexo modificaron su ruta a causa de graves fallas mecánicas: el número 816, de México a Tuxtla Gutiérrez, que despegó a las 12:12 del lunes 9, y el 831, del domingo 15 a las 18:00 horas, que se dirigía de aquí a Tapachula.
En el primer caso, relatan testigos presenciales, ``tronó'' una turbina cuando el aparato acababa de alcanzar su altura y velocidad de crucero --31 mil pies sobre el nivel del mar y 800 kilómetros por hora-- y navegaba hacia el puerto de Coatzacoalcos. De pronto, dicen, ``se escuchó un ruido espantoso en la parte trasera del avión, del lado derecho''. La nave, un Boeing 727-100, ``se inclinó violentamente a la derecha, luego se enderezó y de nuevo se inclinó como 90 grados, pero a la izquierda. Todo en menos de dos minutos que parecieron siglos''.
Cuando el avión se estabilizó otra vez, ``el piloto informó que había una falla mecánica y que regresábamos al Distrito Federal'', relató una viajera. Así, el 727 describió una elipse, comenzó a perder altura ``y llegamos despacio, sintiendo que pasábamos apenas por encimita de los edificios''.
Entre los pasajeros se encontraban la periodista Cristina Pacheco y el diputado federal chiapaneco Antonio Hernández, del PRD. Pero cuando se inició la emergencia, ``dos hombres se desmayaron'', entre ellos un empleado de Canal Once, miembro del equipo de grabación de la señora Pacheco para el programa Aquí nos tocó vivir, que pretendía entrevistar al subcomandante insurgente Marcos en San Cristóbal de Las Casas.
Lo peor, afirman los testigos, es que ya en el aeropuerto del Distrito Federal ``nos dijeron que arreglarían la descompostura y nos iríamos en el mismo avión, pero como toda la gente protestó nos pasaron a otro vuelo que iba a Tuxtla, con escala en Oaxaca''.
Vampiros de acero
Convertida en la base del puente aéreo que desde enero de 1994 utiliza tanto la sociedad civil, que hoy se apellida ``zapatista'', como la prensa que ha seguido el desarrollo de la guerra del EZLN en las montañas del sureste mexicano, Aviacsa --nombre acrógrafo de Aviación de Chiapas SA de CV-- pertenece a Aeroejecutivo, mejor conocida como Aeroexo, que preside el inversionista regiomontano Alejandro Morales Mega, socio de Humberto Lobo Morales, un conocido hombre de negocios de Monterrey que aparece como accionista mayoritario del grupo financiero Protexa y posee la casa de bolsa Arka y una franquicia de Pepsicola en aquella ciudad.
Pero Aviacsa, ``una línea con mala suerte'', según los conocedores, surgió como una empresa del gobierno de Chiapas que entre 1988 y 1989 fue privatizada en favor de Patrocinio González Garrido, cuando éste, casualmente quizá, era gobernador del estado. Durante su catastrófica gestión la línea enriqueció su flota con cuatro jets Fokker 100 y vendió sus arcaicos aviones israelíes marca Ararat, que volaban de Tuxtla a la Selva Lacandona, así como sus bimotores F-27, uno de los cuales se estrelló en Tuxtla (mayo de 1990), provocando la muerte del obispo de Tapachula, Luis Miguel Cantón Marín, y de 21 personas más, atraídas por la visita del papa Juan Pablo II.
Gracias a la protección que Patrocinio recibía desde Los Pinos, a través del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, Aviacsa se transformó en ``la aerolínea de la ruta maya'' y expandió sus operaciones por el sureste, pese a que ninguno de sus ``destinos'' en la región (Villahermosa, Cancún, Tuxtla y Tapachula) estaba ligado directamente con las zonas arqueológicas de interés turístico.
Cuando estalló la insurrección zapatista --hecho que paradójicamente marcaría el inicio del auge de Aviacsa--, González Garrido vendió la empresa a Aeroexo, que le ganó la transacción a Taesa, la otra aerolínea ``emergente'' que alguna vez formó parte de los negocios del profesor Carlos Hank González. La compra venta, consta en archivos especializados, fue cerrada en enero de 1994 y se efectuó a toda prisa para que Patrocinio pudiera autoexiliarse en París.
Recapitalizada por la euforia del zapatismo, en diciembre de 1994 Aviacsa comenzó a deshacerse de sus jets Fokker 100 porque Aeroexo adquirió una flota de 20 viejos y fatigados aparatos Boeing 727-100, que se encontraban ``parados'' en Dallas, tras la quiebra de una empresa norteamericana. Con esas carcachas, Aviacsa-Aeroexo construyó los cinco aparatos que nos han llevado y traido todos estos años.
Sin embargo, aunque alarmante a primera vista, la ``vampirización'' --o la posibilidad de comprar aparatos ``jubilados'' y coger un ala de acá, una turbina de allá, un tren de aterrizaje en buenas condiciones, un acelerador de medio cachete, etcétera, y con todas esas partes armar uno o varios aviones--, es, según los especialistas, algo habitual en la industria aeronáutica, toda vez que ``el mercado de las refacciones es una locura''. Lo que por fuerza tiene que ser impecable, subrayan, es el mantenimiento. ¿Qué pasa con Aviacsa en este aspecto?
Un palo de escoba
En agosto de 1996, días después del Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, que organizó el EZLN, observé un detalle que me pareció escalofriante en el aeropuerto Llano San Juan, de Tuxtla Gutiérrez. Mientras los pasajeros aguardábamos el momento de abordar el vuelo 814 de Aviacsa rumbo al Distrito Federal, vi que uno de los empleados de tierra tenía problemas con una portezuela del compartimiento de equipaje. No conseguía cerrarla y no sabía por qué.
Impaciente por este inexplicable y reiterado fracaso, llamó a uno de sus colegas y le pidió auxilio. Este, más ducho, sacó un palo de escoba del sitio donde en los aparatos de Aviacsa van los palos de escoba, lo metió debajo del forro de plástico de la puerta y logró accionar el pestillo del seguro para culminar la tarea. Este incidente --menor si se quiere, porque el compartimiento de equipaje no es presurizable y no puede afectar por ello la atmósfera interna del avión si el palo de escoba falla y la puerta se abre en pleno vuelo y se caen las maletas-- viene a sumarse a otras pequeñas fallas que los usuarios de Aviacsa-Aeroexo reconocemos con frecuencia.
Cinturones de seguridad que se zafan durante el despegue, mesitas de respaldo que no bajan o bajan tanto que se caen a la hora del ron y los cacahuates, escaleras de cola que van dando tumbos mientras la nave rueda sobre la pista o, lo más obvio, las rayadísimas micas de plástico de las ventanillas y la mugre y las manchas de grasa en el fuselaje que hace tiempo clama a gritos por una nueva mano de pintura blanca y azul.
Certificado, se dice, con buenas calificaciones por los inspectores internacionales de Estados Unidos, el mantenimiento de los equipos de Aviacsa, hasta donde se aprecia, ha perdido rigor y calidad. A nadie le extrañará, por lo tanto, la noticia de la falla mecánica en el vuelo 816 del 9 de diciembre pasado, que sometió a Cristina Pacheco y a ochenta personas más a una serie indeseada de acrobacias aéreas. Un incidente que, por desgracia, no puede considerarse aislado ni excepcional porque el domingo 15 de diciembre, cuentan empleados de las agencias que rentan automóviles en el aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez, el vuelo 831, que a las seis de la tarde acababa de zarpar hacia Tapachula, regresó menos de veinte minutos después a causa de otra falla mecánica en los reactores. Y dos semanas más tarde, el 30 de diciembre en la ciudad de México, el vuelo 816 fue aplazado más de una hora con todos sus pasajeros a bordo, porque el personal de tierra, asegura otra viajera, extrajo el combustible de la nave para efectuar una imprevista verificación de seguridad.