Yo poblaré para mil años los sueños de los hombres.
Vicente Huidobro.
Aquí empieza el terreno de lo inexplorado. Aquí empieza el mundo, redondo a causa de los ojos que lo han mirado. Toco la noche, participo de su oscura niebla y nace un espejo que todo lo refleja. Nace el álgebra. Nace la conciencia de un principio totalizador, de un Kosmos que se vuelve a formar eternamente. Nace el número.
Soy un ser de carne y hueso. Deambulo sorprendido por la magnitud natural en la que subsiste el hilo de la armonía. La armonía-danza. La armonía-creación. La armonía-sueño. Y recuerdo voces de un tiempo anterior, sonidos modulados en tiempo-frecuencia que dicen cosas, que insinúan el sueño de la razón. Si es que nada se crea ni se destruye, ¿será que los sueños sólo se transforman? Sombras del Renacimiento (¿luces?) vuelan sobre mi cabeza y me responden. Trazos. Líneas. Proporciones. La mirada penetrante, el rostro sereno del creador. La perspectiva. El número áureo: nuevamente el número.
Luces mortecinas. El espacio cerrado. El cadáver expuesto a los ojos imparciales. Y la mano dibuja el órgano, la entraña y los aspectos de la piel. Hábil anatomista cuya mente ha practicado desde antaño el juego de las aves y ha volado. Silencio, se oye el pulso del mundo. ``Un alma en tensión, aprendiendo a volar, atada a la tierra, pero decidida a intentarlo''. Se configura el artificio, se retuerce ansioso en el espacio de la mente.
Es entonces, sólo entonces, después de la sangría, que recuerdo las virtudes del espejo: el instrumento. En el espejo leo la otra escritura, la que el hombre-universo configuró al revés. Esto hace pensar en los motivos obligados de natura, en esa necesidad de lo opuesto a la que llaman algunos, por alguna razón, la simetría.
No sólo el espacio puede dividirse de manera armoniosa. También el tiempo. He aquí el secreto de la música, del canto del ave y de la musa. Todos los corazones palpitan. Pulso de islas. Pulso por inercia simplemente, porque nada lo detiene. Sin el rayo la insignificancia de la estrella. Sin la armonía, la insignificancia del ruido.
Aquí tenemos el mundo y en él un hombre que nos quiere recordar que el mundo es de colores. De muchos y muy variados aunque, en realidad son tres. Allá está el libro de la imaginación y el libro del agua. Y siempre la experimentación.
Algo me ciñe sin remedio a la maravilla. Sin embargo la noche me envuelve brumosa y mi alma en silencio es aliento en espera, ante el umbral de un misterio que se perdió en los siglos. Veo imágenes. Veo al mundo en movimiento perpetuo y en una puerta de éste una leyenda: ``Es imposible que nada por sí solo sea la causa de su origen, y las cosas que existen por sí mismas son eternas''. Veo que todo gira: Los vientos alrededor de la Tierra, la Tierra alrededor del Sol, el Sol alrededor del centro galáctico, la galaxia... Veo un espejo. Empieza aquí mi desesperación científica. La frialdad de la demostración matemática, con el número o sin él, con el persistente símbolo, con la configuración de lo que existe ``allí''. Lo abstracto de lo abstracto, que no se puede pintar ni delinear. Participa el pasado de la incertidumbre del hombre. Participa el futuro de sus sueños. Los sueños de la razón que flotan por doquier. La morada, el universo isla palpita. La eternidad como sendero. Desde el Renacimiento se oye: La nada no tiene centro y sus límites son la nada.
El cuaderno de notas se deshoja. El tiempo hace realidad los delirios del genio. El tiempo espacio. El espacio tiempo. La arquitectura bien planeada. Los elementos aristotélicos. El ingenio desatado. El ave como instrumento. El agua. La fisiología. El motor. Microcosmos. Macrocosmos. Todo concentrado en el mundo de una cabeza. Todo investigación. Todo en el nombre de ella. Este mundo llamado maravilla. Esta osadía llamada De Vinci.