Empequeñecidas las instituciones del país, los discursos se hacen cada vez más largos y repetidos sobre las buenas intenciones. Estado, partidos y burocracias han sustituido el cambio y su valor histórico en la urgencia y preocupación ``por la gobernabilidad''. Las burocracias del Estado y los partidos se han convencido a sí mismos de ser los únicos conductos legítimos para el cambio social; para ello el país entero debe sujetarse a sus tiempos e intereses.
¡Será el sereno! pero para que el país cambie --en conciencia, cultura política y estructura-- es fundamental la ruptura con el gradualismo y ``la gobernabilidad'' que sólo sirve como odre para envejecer los discursos, nulificar las propuestas transformadoras haciendo de todo retórica de lo mismo; el viejo cuento del ``cambio institucional'' para que nada cambie.
La primera condición para que el país se transforme es la muerte del PRI, no sólo como partido, sino como cultura: el PRI camaléon, nutrido por sus opositores incompetentes que se cambia para subsistir; el PRI medusa, que no conoce el espejo, que cautiva y convierte en piedra a quienes lo ponen en peligro; el PRI con remos, que da con la izquierda para virar a la derecha, y rema a la derecha para ir a la izquierda, siempre en busca del centro, ese rumbo exacto que sólo ellos conocen, construido por sus opositores extremos y utilizado para imponerse sobre ellos; el PRI que todos los partidos llevan dentro, que la sociedad lleva dentro, que la historia del país no puede sacudirse.
En 1988 existió el momento y la posibilidad de volver al escudo espejo y convertir ese poder en piedra. Sin embargo, el PAN prefirió la alianza con la medusa y se convirtió en parte de la cabellera, no en piedra. En 1988 del PAN se esperaba, más que una alianza, que se condujera con moralidad política y dijera el resultado de sus actas; prefirió que la medusa se ``legitimara con hechos'' y mandó al carajo a la república y los votos, y estableció una Alianza para la República (AR) con Salinas.
La república vive un triángulo amoroso: el PAN quiere con el PRI pero éste sólo quiere con el PAN los fines de sexenio; el PRD quiere con el PAN, pero el PRI ahora quiere con el PRD, pues el PAN ya se considera la primera dama y reclama compromiso programático. Para el PRI, Diego Fernández de Cevallos se convirtió en el perro amarrado en casa de la concubina: o lo agarran o sueltan cada vez que lo necesitan.
Dicta la racionalidad política y las ganas por ver al PRI en minoría y a Zedillo como miembro de un partido minoritario, una AR contra el PRI. Lo que falla es concebirla a partir de una alianza programática, legislativa o de votos y no en lo esencial: compromiso para sostenerse en el momento crucial en que aparece la medusa. Si el PRI pierde las elecciones federales de 1997 frente al PRD, volverá la alianza con el PAN. El PRI ahora quiere una alianza implícita con el PRD, pues ve como su peligro principal al PAN, como veía al PRD en 1991.
Una AR debería buscar el compromiso para acabar con este juego considerado ``desestabilizador''. Pero el PAN quiere libertad para tirarse como derrotado el 6 de julio y ser la ``honrosa segunda fuerza''. Si ambos hacen mayoría sobre el PRI, ¿hacia qué rumbo programático se daría la alianza legislativa? Después del último llamado no queda más camino contra el PRI que una derrota mayoritaria, que respeten los otros partidos. En esa perspectiva siempre estará el peligro de la alianza del PAN con el PRI para oponerse al cambio. El PAN rechazó la propuesta de la AR porque su estrategia está encaminada a ganar votos, afirmando que PRD y PRI son lo mismo. Por ello, lo de la AR fue uno más de los llamados racionales a la unidad opositora contra el PRI y ahí quedó ante la estrategia del PAN de ganar votos para negociar, no para cambiar.
Esta es la república de las sombras largas porque todos proyectan lo que no son. Ni las burocracias partidistas del PRI, PAN y PRD prevén un cambio político desde la sociedad a la cual consideran una incómoda ruptura. Para las burocracias ganar sin negociar es ruptura. Conceptualmente se considera ruptura e ingobernabilidad
cualquier descalabro del PRI. Este miedo de las burocracias al cambio es una conspiración contra el país y su demanda fundamental: la necesidad de un liderazgo que sin pretextos defina, programática, organizada y éticamente, el rumbo de la república y la derrota del PRI sustituyéndolo con una verdadera democracia social y política.
Para que cambie el país y dejemos de ser una república de las sombras largas, debe desaparecer el PRI (con votos como en 1988, considerado un escenario de ingobernabilidad y ruptura) pero debe haber liderazgo político que lleve a fondo la demanda nacional de cambio para que no sea escamoteado con prebendas gradualistas. El país deberá abrirse a una revolución democrática con todas sus consecuencias; eso sería la salud de la república.