La Jornada 14 de enero de 1997

REGRESO CON GLORIA

Jorge Sepúlveda Marín Ť Para Daniel Zaragoza no hay dolor, ni le preocupa en lo más mínimo que escurra la sangre sobre su ojo izquierdo. Los nudillos tienen ya un buen rato que le molestan. Sólo piensa en ganar, ganar. Se da fuerza. Ya sabe hacia donde voltear, y lanza un guiño a Elsa, su esposa, quien paciente lo observa desde las tribunas y responde con una sonrisa. Zaragoza se levanta para el round 12 y final.

Momentos más tarde, el púgil mexicano escucha que ha ganado por decisión dividida su tercera defensa del cetro mundial supergallo ante el irlandés McCullough, en pelea celebrada en Boston. ``¡Por fin, lo logré de nuevo!'', piensa y voltea de nuevo a las tribunas. Las miradas se encuentran. Elsa aplaude casi en silencio. Está orgullosa una vez más de ver el puño izquierdo de Daniel en alto. Le gusta verlo sonreír.

Hace apenas 12 horas que el campeón bajó del avión. El teléfono no deja de sonar y el timbre de su casa no para de anunciar la llegada de los reporteros, quienes buscan el relato de su triunfo 53 en 12 años de carrera profesional. La estrategia estaba definida. Se la había confiado a Elsa. Y era tratar de desconcentrar al irlandés, no pegarse a las cuerdas y pensar en ganar. Sólo en ganar.

Pero debió cambiar todo abruptamente. Desde el primer round sintió como un piquete en los nudillos de la mano izquierda. El puño se había estrellado en el cráneo del rival. ``¡Uta, qué mala suerte!'', se dijo. Cuando llegó a la esquina le confesó de inmediato a Ignacio Beristáin: ``Ya me chingué la mano''. No hubo respuesta. Estaba entendido que no había de otra, sólo seguir. El pleito, pese al puño lastimado, estaba del lado del mexicano, quien dominaba, aunque apretadamente.

La mánager de McCullough

A ratos volteaba a ver a su esposa y sin palabras se entendían. Elsa estaba divertidísima viendo cómo la esposa de McCullough le gritaba insistentemente que metiera el upper, que se moviera más, que no se agachara tanto. ``Pobrecito de Wayne, cómo le habrá ido después en su casa... y así le gritaba en la pelea'', comenta. ``Lo traía en friega'', tercia Zaragoza.

El mexicano también estaba algo desconcentrado. Y es que a cada golpe, cada paso, el irlandés soltaba un pujido, que se convirtió como una gotita de agua que molestaba. Era como una tortura china. Fue la primera vez que Zaragoza se enfrentaba a un rival así, que logró sacarlo de lo suyo a ratos, tal vez hasta desesperarlo, y aunque sabía que iba ganando, porque así se lo confirmaban en su esquina cada tres minutos y medio, cuando la visitaba, al levantarse para el décimoprimer round cayó en el juego de Wayne, quien salió con ganas de remontar lo que no había logrado en 10 episodios atrás.

Zaragoza tenía la mano derecha también lastimada desde hace cinco rounds, pero sólo el pujido y a veces el dolorcito de su mano izquierda al pegar contra el cráneo del rival lo desconcentraban. Ambas cabezas ya habían chocado, produciéndose una herida, pero nada de consecuencia. Había sangre de ambos sobre sus guantes. Los irlandeses no paraban de alentar a su peleador. Zaragoza, seguro de que podía ganar. Elsa, del lado de su esposo.

En lo alto, el puño izquierdo del mexicano y en su corazón la alegría de haber callado muchas bocas, sobre todo aquellas que desde hace tiempo lo vienen retirando, cuando lo que deberían de brindar es apoyo, piensa en voz alta El Chato, al recordar aquello de que muchas veces los mexicanos parecen cangrejos en una cubeta, pues tratan de echar abajo a quienes pueden salir, en vez de ponerse de banquitos para ayudarlos. ``Pero así es esto, qué le vamos a hacer'', se conforma.

Con 20 años en el boxeo, la peor experiencia que ha tenido el peleador ha sido no haber ganado una medalla en los Juegos Olímpicos de Moscú 80, pues se la robaron en los cuartos de final. Lo mejor, cumplir prácticamente todos los objetivos en el boxeo, donde ha conquistado cuatro títulos; una vez el gallo y en tres ocasiones el de la categoría superior inmediata, rememora, mientras posa para la fotografía con sus cuatro cinturones verdes con una charola dorada en el centro.

Vestido con un pantalón de mezclilla, una playera y sobre la ceja izquierda ocho pequeños vendoletes, Zaragoza apunta que el retiro debe llegar este año, pese a que ahora es cuando finalmente ``la revolución me ha hecho justicia''.

Se explica: ``Lo que pasa es que ya fueron muchos años de entrenamiento, de estarse preparando todos los días, dietas, y hasta ahora llegan las bolsas grandes --de las cuales no desea hablar en números--, pero de todas formas ya no soy un chamaco y creo que ha llegado el momento de irme. Esperaré a ver si peleo contra el japonés Joichiro Tatshuyoshi, o si se puede hacer una opcional, o ante Erik Morales. De todas formas mi objetivo final es retirarme como campeón del mundo''.

Aunque le gustaría regresar a Japón, no sólo porque se hace un buen ambiente en el país del Sol Naciente y se le estima, sino porque con toda seguridad allá el ofrecimiento económico sería mucho mejor, ``la verdad es que yo ya cumplí todos mis objetivos en el boxeo. Ya nada tengo que demostrarle a nadie. Sólo voy a pelear para ganar un poco más y asegurar el futuro de los hijos''.

Una de las máximas satisfacciones de Daniel Zaragoza es ser el ídolo de los aficionados, pero principalmente de sus tres hijos: Daniela, de 12 años de edad; Daniel, de 11, y Wendy, de 9. Ellos ven en su padre a un hombre famoso que sale en televisión, que la gente lo reconoce en la calle, y se sienten contentos de lo que hace. Saben que es púgil y es el mejor del mundo en su categoría.

Pero también saben que es disciplinado, porque a veces lo ven salir temprano de su casa, entrenar fuerte, comer y dormirse temprano. A veces los demás niños les preguntan porqué su padre no es bebedor, como dicen que son todos los púgiles, y es entonces cuando ellos con orgullo responden que Daniel no es así y que pasa mucho tiempo con ellos.

Elsa participa en la plática. ``¿Qué pasó? --interviene Zaragoza--. Ni que fuera Wayne'', y la abraza para que salga también en la foto. Recuerda que el pasado sábado, en la tarde, en vez de quedarse en el hotel como acostumbra, descansando, Dany le pidió que fueran de compras. Anduvieron por algunos centros comerciales buscando juguetes y salieron con un juego electrónico, ``porque allá (EU) salió en dos 500 más barato que acá'', dice el peleador el hilo de la plática.

Así como se ha ganado mucho, también se ha gastado. ``Si repartimos todo lo que se ha ganado --que deben alcanzar para los siguientes 50 años--, no pues entonces se hace bien poquito. Por eso quiero asegurar bien el futuro de mis hijos, con escuelas particulares, con la mejor preparación posible. Los pequeños aún no saben bien qué es esto del boxeo, pero la mayorcita ya se dio cuenta, pero por fortuna lo ha tomado con mucha madurez. Todos lo aceptan porque finalmente saben que de eso vivimos'', dijo Zaragoza.

Hasta el momento el peleador ha invertido parte de sus ganancias en bienes raíces. Tiene un supermercado a unas cuantas calles de su casa, pero los vecinos decidieron cerrar el acceso y tuvo que cerrarlo. Ya está viendo la posibilidad de venderlo, porque ``le dieron en la madre'', apunta con cierto coraje.

Quiere ser juez del CMB

Respetuoso de las decisiones que toman los jueces en los combates, aun de las calificadas como tendenciosas, como las estimadas por Bárbara Pérez, quien vio ganar a McCullough el sábado anterior, espera que al llegar el retiro lo inviten a trabajar como réferi en el Consejo Mundial de Boxeo, organismo donde ha desarrollado toda su carrera.

Y es que su andar no ha sido fácil. Su rostro refleja la dureza de los combates, pero igualmente habla de que la disciplina es lo que lo ha mantenido como un ganador aún a sus 39 años de edad. Los dos ojos morados, los párpados algo caídos, aunque el ánimo muy en alto, habla de que primero fue campeón nacional, donde logró la friolera de 9 defensas. Luego conquistó el cetro mundial gallo, fue monarca de Norteamérica y en tres oportunidades ha obtenido el cinturón de los supergallos, lo que es un récord en el boxeo mundial.

``Pero nada se le sube a la cabeza. Sigue siendo igual de noble y sencillo como siempre'', comenta Elsa.

La edad no es inconveniente para el peleador. Su propia esposa habla de que ``en este momento yo lo sigo viendo muy bien y por nada le pediría que dejara el boxeo, sobre todo porque él mismo me dice que está bien, se siente bien, y ahora que está ganando buen dinero creo que sería injusto decirle que se saliera''.

Zaragoza informa que hace unas semanas se hizo un electroencefalograma, donde no se le detectó ningún mal. Hace tiempo notó que se le iba la cabeza de lado. Con ejercicios de cuello corrigió el mal, pero aumentó el ancho hasta 17 y medio. Tuvo que regresar a la ejercitación y mejor se manda hacer las camisas a su medida.

``No quiero irme del boxeo, porque, honestamente, es lo único que sé hacer. Voy a ser juez para que me critiquen'', comentó en broma.