Arnoldo Kraus
1997

Las costumbres son como la piel: imposible desprendernos de ellas. Menos aún, si se vive en Occidente, inmersos en los ritos de sociedades descabezadas que bienvienen todo lo barato, todo lo que aleja la reflexión. El año nuevo es una de esas fiestas: se celebra lo que hipotéticamente vendrá y se olvida -si acaso se supo- lo que atras quedó. Una vez deshojada la última página del calendario, deberían existir otras alternativas: incluir no sólo el goce que supone el fin del año, sino espacios para la introspección tanto individual como colectiva. Esta última consideración, la del grupo, gustaría que fuese norma en países como el nuestro, donde la paz social no existe. No en balde, algunas religiones -sobre todo para quienes gustan incluir en esas épocas matices teológicos- invitan a la congregación, terminado el año, a la cavilación, a la autoevaluación. ¿Qué le dejó 1996 a la mayoría de los connacionales?

Si en estos primeros días de 1997 abrimos el mapa mexicano, puede escoger la tradicional vía de la interpretación gubernamental y aseverar que la recuperación es innegable. Pero también es factible optar por otros senderos rotativos, opinión de universitarios o el poder de compra del salario mínimo- y luego recapitular. Diciembre de 1996 no demarcó un fin de año alegre: por más que se vista al mes de noticias falsas, hoy parece más cercano Perú que Guatemala. Impregnar la reflexión de tonos pesimistas y tintes escépticos sirve; esconder la verdad y congelar la realidad aniquila. Testigos mudos, lamentablemente mudos, son los 40 (o más) millones de mexicanos pobres o muy pobres, que siguen esperando que las políticas optimistas del gobierno se conviertan en realidad. Algunas noticias decembrinas, escogidas con dolo, tristeza y mínimo esfuerzo, no sólo dan forma a los párrafos previos, sino que devienen en la geografía social de la tierra mexicana contemporánea.

El 22 de diciembre La Jornada informó que 15 millones de habitantes carecen de agua potable, que en siete estados, 45% de los niños no tienen acceso a la educación básica y que en 1996, murieron 36 mexicanos en su intento por llegar a Estados Unidos. Se escribió asimismo, que los trabajadores de limpia de Tabasco cumpliedron 69 días en huelga de hambre, que, de acuerdo a Abogados de Minessota Pro-Derechos Humanos y la Alianza Heartland para las Necesidades y Derechos Humanos, Oaxaca es un Estado de violaciones y que se pisotean derechos fundamentales de reos en el Reclusorio Oriente -de acuerdo al Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria. Esta es la síntesis de un día. Admito mi subjetividad al escoger la información, pero, el escepticismo no da para más. Ese devastador ramillete de cotidianidades, resume el territorio nacional.

¿A quién inculpar? El enlistado anterior incluye Secretarías, Gobiernos estatales, a la Comisión Nacional pro Derechos Humanos, y, por supuesto a la suma de los gobiernos previos que no han logrado ofrecer a quienes supuestamente los eligieron, las condiciones mínimas para una vida digna.

La idea de construir a partir de la mentira ha sido la norma en nuestro país. Si bien sería injusto no reconocer que en algunos rubros las condiciones de la población han mejorado, es incuestionable que de todos los logros anunciados sólo una pequeña porción es veraz.

Es posible penetrar 1997 bajo la tela y el peso falso que puede darse a las palabras y desdeñar la dura prueba que implica vivir con el salario mínimo. Pero puede también confrontarse el arranque del año bajo el sentir de la memoria colectiva -rico y pobres comparten sinsabores- y evaluar las acciones politicas estimulados la luz que brinda la filosofía del escepticismo. Y no es que el escepticismo cure o construya, pero, al menos, ahuyenta la mentira. Desmenuzar los sinsabores de la cruda cotidianidad de las mayorías y aceptar el reto, es mejor pócima que persistir bajo el manto del engaño. Bien harían nuestros dirigentes si leyesen a Bernad Noel, quien al visitar recientemente nuestro país expresó ``detesto el optimismo porque ha servido principalmente para soportar la opresión; hago un llamado a la desesperanza porque su energía propicia la rabia''. Y mejor haría la sociedad si pudiese encontrar la mágica pócima para construir a partir de la desesperanza.