A medida que se entroniza el invierno del 97, la caldera de las ambiciones personales y de grupo para alcanzar candidaturas a puestos de elección comienza a calentarse. El primer partido que ha definido con precisión y apertura sus contendientes para la jefatura del DF ha sido el PAN y todo parece indicar que, por el conocimiento y el juego de lealtades e intereses al interior del Comité Ejecutivo del PAN, el señor Castillo Peraza logre imponerse y sea quien inicie la carrera.
El premio para el ganador, a pesar de las premoniciones que se lanzan al respecto, no puede ser más gratificante. Se trata de la posición de mayor jerarquía después de la misma presidencia y será, quiérase o no, un escalón o plataforma que prefigurará el 2000 de todas las aventuras democráticas. El señor Castillo tendrá, de salida, que expiar todas y cada una de las repetidas heridas que ha ido abriendo en cuerpo social y político nacional. Candidato yucateco perdidoso (81 y 84), intentará seducir a una ciudadanía que resentirá desde su marcado acento insular hasta todas y cada una de las bulas y absoluciones lanzadas a troche y moche desde sus múltiples tribunas sin respetar a propios (Fox) y menos a extraños. Los interminables meandros de su conducta (concertacesiones) saldrán a relucir y no dejará de cargar con la ineficiencia de su protegido Lozano.
Desde la lógica de un partido político que pretendiera conservar la esencia del poder, la jefatura del DF se presenta como lo fundamental. Los recursos que comanda, la multitud de posiciones de las que puede disponerse, la legitimidad partidista derivada por haberla ganado y la movilidad que ella otorga hasta para engolar la voz a la hora del reparto de los ingresos hacendarios, la delinean como una piedra angular en la lucha pública. En cambio, la mayoría en la Cámara de Diputados, como una prioridad, tiene y obedece a una lógica distinta por su resonancia directa en los matices, tiempos y profundidad en la conducción de un modelo de gobierno. Lo que sí se terminaría casi de un plumazo es el extenuante y malsano autoritarismo presidencial. La dictadura desde Los Pinos sobre el resto de los poderes de la República, en específico el Legislativo, entraría en estado de shock o muerte súbita. De aquí que una estrategia, combinada de la oposición para consolidar la dilatada transición democrática, pudiera ser aquélla que auxiliara para montarse sobre las tendencias que se vienen observando en la realidad de todos los días. Por un lado, la muy factible posibilidad de que la oposición, PRD y PAN, continue atrayendo la simpatía de los votantes a nivel nacional y equilibre los números en la Cámara de Diputados y, por el otro, que la competencia por la jefatura del DF se defina entre cualquiera de ellos dos. Los datos de las urnas apuntan hacia un crecimiento acelerado de las diputaciones del PAN debido a su penetración en las áreas urbanas de mayor concentración poblacional, aunque el PRI se mantenga como primera minoría (menos del 42 por ciento). En lo tocante a la jefatura del DF los datos muestran un panorama distinto. La lucha será entre la oposición, y el PRI puede quedar relegado al tercer sitio. Pero si se parte de experiencias pasadas (88) agregadas a las del 96 en las conurbaciones del Edomex, el PRD puede ser el final y gran ganador. Para ello requiere amarrar tres elusivos factores: un candidato que transite en los medios de comunicación al tiempo que levanta ámpula en las clases medias bajas del espectro socioeconómico y un partido que atraiga ciertos segmentos de las clases medias altas al abrirse a la participación independiente. Con el DF y la Cámara de Diputados así alineados, las pinzas de la gobernabilidad pueden cerrarse y la lucha por el 2000 se plantería con lógicas distintas a las actuales. Está en duda si el PAN por sí mismo pueda alzarse con la mayoría, pero una cosa es segura: el equilibrio entre las tres fuerzas PAN, PRD y PRI será un dato electoral inescapable. Si el PRI no logra obtener el 42 por ciento o más que le prefiguraría, por ley, una mayoría absoluta (dado el 8 por ciento adicional), la línea acostumbrada a decidir en solitario lo que acontece en la historia del ámbito público y los destinos individuales y de grupo llegaría a su fin. De ahí para adelante, la competencia se haría más equilibrada y menos onerosa. Más que andar proponiendo alianzas etéreas y hasta retardatarias, lo que importa es auxiliar, dentro de lo conciso y particular de las candidaturas, el trabajo de base, las tranquilidades y el análisis objetivo, los rumbos que el quehacer político le viene trazando a esta nación.