La Jornada miércoles 15 de enero de 1997

Carlos Monsiváis
En el centenario de Carlos Pellicer /I

El 16 de enero de 1897 nace Carlos Pellicer en la calle de Sáenz en Villahermosa, Tabasco. (El dato, de una fe de bautizo, contradice al propio Pellicer, quien se decía nacido el 4 de noviembre de 1899, aunque en 1917 escribe: ``Ayer cumplí veinte años, y cuando amanecía/ que extraño amanecer: Apenas sonreía''). Ya en 1911 la familia se ha instalado en la ciudad de México. El padre, boticario, muwere pronto y la viuda será la gran devoción de Carlos, el hijo mayor ``Doña Deifilia Cámara de Pellicer/ es tan ingeniosa y enérgica y alegre/ como la tierra tropical''. Precocidad genuina: a Profirio Martínez Peñaloza le puntualiza la fecha de su primer poema, ``Estrofas a Hidalgo'', de 1910, seguramente escrito bajo el estímulo de las Fiestas del Centenario de la Independencia y ``también es muy posible, bajo el de las elípticas y lapidarias estrofas de Al buen cura de Díaz Mirón''. (En Algunos epígonos del modernismo y otras notas). De 1911 recuerda Pellicer fragmentos de un poema donde un paisaje fluvial surge inducido por la contemplación de un cuadro.

Gracias a los tres tomos de Carlos Pellicer. Poesía completa (México, 1996), editada por Carlos Pellicer López y Luis Mario Schneider, con cerca de cuatrocientos textos inéditos, se tiene por fin el panorama íntegro de una obra. Pellicer supo lo que hacía al no publicar lo anterior a Colores en el mar y otros poemas (1915-1920), pero los editores razonan su decisión de entregarnos los primeros esfuerzos: ``Si el autor no destruye su obra, nadie tiene el derecho a hacerlo'', argumenta Pellicer López. Son escritos las más de las veces deficientes, muy deudores de Darío especialmente y de Lugones y Juan Ramón Jiménez, para nada exentos de ingenuidad (``Tabasco es el nombre de mi provincia,/ bárbaramente fértil y locamente tropical''), muestrarios de gratitudes a héroes y amigos y maestros, sojuzgados por la mitología clásica y la piedad cristiana, pero ya con el sello de una personalidad poética, de oído excelente y voluntad metafórica, de gran instinto metafórico (``Hay nubes cual mujeres que pasan sin quererte''). En Inventario, extraordinaria sección literaria, José Emilio Pacheco afirma: ``Primeros poemas (1911-1921) es fascinante porque nunca habíamos tenido acceso en México al taller en que se forjó un gran poeta, o la prehistoria total de un escritor''. (Proceso, 12 de enero de 1997). En sus inicios, si el modernismo de Pellicer es lujo prestado pero no es por ello menos intenso:

Bailarina, danzarina,
matutina, dúctil, fácil,
ondulante idea divina!
Danza!
El baile tiembla, tiembla,
canta!

Invitar al paisaje a que venga a tu mano

En 1921, Pellicer publica Colores en el mar y otros poemas (``dedicado a López Velarde, joven poeta insigne, muerto hace tres lunas en la gracia de Cristo'') y declara en el prólogo: ``Tengo veintitrés años y creo que el Mundo tiene la misma edad que yo... Soy cristiano y alabo al Señor con alegría''. A tal orgullo se le recibe con la admiración que siempre pondrá de relieve a su obra y a su persona, exceptuadas las consideraciones anti-intelectuales, y no tocadas incluso en los años treinta, cuando arrecia el linchamiento moral de algunos de sus compañeros de generación.

Ya en Colores en el mar están presentes el sentido del humor, la conversión del paisaje en intimidad, la humanización de lo visible y percibible. Hay líneas magníficas: ``Por la tarde vendrá Claude Monet/ a comer cosas azules y eléctricas'', hay desafíos al mar: ``...te grito mis poemas/ cual salvaje diadema que arruinara a pedazos'' y está ese gran poema ``Recuerdos de Iza. Un pueblecito de los Andes'': ``Aquí no suceden cosas/ de mayor trascendencia que las rosas''.

En Piedra de sacrificios (Poema iberoamericano), de 1924, naturaleza y América son dos manifestaciones complementarias del mismo impulso. ``Las grandes aguas del Señor iluminan la sombra de las almas''. La naturaleza es vida espiritual, el génesis sin apocalipsis complementario:

Porque mi América y el comunismo
de Francisco de Asís
revolvieron en el vaso de mi abismo
mi principio y mi fin.

A esto se añade el sentido del humor (contemplación extravagante/recreación irónica) que precisa otras posibilidades de lo poético:

Y el mar se desmelena tocando su
divino
concierto matinal en sus floridos pianos.

Ironía, normalidad de lo insólito, extravagancia, uso distinto y divertido de lo catedralicio: las cualidades confluyen hacia la palabra totem: Modernidad, que Pellicer no menciona y a la que representa en su ir y venir incesante entre el amor romántico y la religiosidad, entre la impresión finísima y la nostalgia del origen. En Seis, siete poemas (1924); Oda de junio (1924), 5 poemas (1931), Esquema para una oda tropical (1933), Estrofas al mar latino (1934), la modernidad ya no exige sobresalto épico o actitudes devocionales, sino capacidad de hacer coexistan tonos y temas poéticos, alegorías y exhortaciones. Pellicer, anota Octavio Paz ``es todo ojos y esos ojos están lanzados al exterior''. Estos libros representan un vuelco radical en la historia de la poesía mexicana, sobre todo en la medida en que resultan también heroicos el trópico, el bosque, la metáfora misma: ``Si yo fuera pintor,/ me salvaría./ Con el color/ toda una civilización yo crearía''. Y al lado de las vivencias épicas, Pellicer preserva zonas de su poesía para la experimentación, el vanguardismo, la ironía, la hazaña silenciosa que no osa decir su nombre.

El segador, con pausas de música,
segaba la tarde.
Su hoz es tan fina,
que siega las dulces espinas y siega
la tarde.

Pellicer ``Contemporáneo''

En rigor, Pellicer jamás se propuso ser un ``Contemporáneo'', es decir, actuar de acuerdo con el programa literario de la revista de ese nombre (1926-1929), alguien al día con lo más avanzado y refinado de la cultura occidental, tal y como se postulaba en París o Nueva York, aprovechar la energía del momento para hacerse de la internacionalización cultural. El tiene mucho y poco que ver con una revista en donde apenas publica. Es amigo cercano de estos poetas (Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Enrique González Rojo, Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Bernardo Ortiz de Montellano), y son poderosas las coincidencias: frecuentación, afinidades electivas (muy acusadamente con Novo y Villaurrutia), creencia en la literatura como segunda patria, fe en el papel supremo de la poesía y en la renovación formal. También, son muy visibles las discrepancias: Pellicer, estimulado por su bolivarismo y su vasconcelismo, sostiene un proyecto utópico: América, el más genuino espacio de creación.

En al poesía de Pellicer se localiza lo que, a falta de otro término, podría describirse como ``instinto cosmogónico'', el vitalismo de las fuerzas naturales que destruye el encierro decadente de las metáforas. En esta etapa a las finísimas impresiones de viajero las complementa el uso de las cosmogonías: mar, aire, tierra, fuego, cielo, que en esta poesía cumplen funciones muy distintas a las habituales. Y, también, su urgencia programática y sus vivencias tabasqueñas, que renueva de modo constante, llevan a Pellicer a hacer del trópico (el Trópico, la naturaleza que hierve, la preponderancia mítica de lo sensorial sobre lo racional) uno de sus signos distintivos. Describe a su personaje poético ``un árbol de caoba que camina'', un gran árbol tropical (``En mi cabeza tuve pájaros:/ sobre mis piernas un jaguar''), y pregona memorablemente su mito:

Trópico, para qué me diste

las manos llenas de color.
Todo lo que yo toque
se llenará de sol...
¡Ay, dejar de ser un solo instante
el ayudante de Campo del sol!
(de ``Deseos'')

En la década del veinte, Pellicer vive --como muchos-- el anhelo de gigantomaquia, que resulta de concebir la nueva época a partir de las energías conjuntas de la Naturaleza, la Historia y la Raza. Su percepción tiene orígenes precisos: ``Manuel Ugarte me abrió una nueva aurora, la comprensión de este mundo que a todos nos importa, de este gran mundo iberoamericano''. Y, desde fuera, el entusiasmo de Pellicer parecería programático:

América mía...
¡Qué cosas te diría
si yo fuera tu profeta...!
Te conozco toda:
mi corazón ha sido como una alcancía
en la que he echado tus ciudades
como la moneda de todos los días.
(De ``América, América mía'').

Pertenecemos a Iberoamérica: esta noción, a fin de cuentas, inaugura un capítulo en la cultura mexicana, entonces tan aislacionista pese a su afrancesamiento. Pellicer se propone anudar la tradición nacional y la iberoamericana (él incluye siempre a Brasil y las Antillas), tomando en cuenta el rechazo del imperialismo yanqui, la fuerza de la independencia política y el vigor de la poesía. La tradición de Iberoamérica encarna en una poética: al invocarse la voz de Dios, que sostiene el rugido del escritor, la potencia general (paisaje, voluntad de cambio, poesía que es el instinto del idioma que es, la esencia de la raza), ha de humanizar y exaltar a la geografía.