Víctor Flores Olea
Nuevos tiempos políticos

Se dirá que los tiempos electorales crean, por definición, tensiones políticas y sociales. Es verdad. Sin embargo, la atmósfera en México corre el peligro de extremarse. Los partidos de oposición pelearán por mejorar sus posiciones. Y el PRI --es el hecho nuevo-- luchará con todos los recursos a su alcance para mantener el poder. Es el hecho nuevo porque en el pasado el proceso electoral no dejaba de ser para el partido de gobierno una suerte de liturgia cuyos tiempos y modalidades eran bien conocidos; designación de candidatos, ``baño'' de pueblo para los mismos y confirmación de un triunfo conocido de antemano, en la inmensa mayoría de los casos.

Hoy la situación se ha modificado radicalmente y los candidatos del PRI se lanzarán a una verdadera ``aventura'' política de resultados imprevisibles. La oposición sumada obtendrá una mayoría de curules y, con toda probabilidad, el partido que ha sido hegemónico no se verá favorecido por la ``cláusula de gobierno'' que le proporcionaba más del 50 por ciento de los escaños. El marco político en el Congreso --concretamente en la Cámara de Diputados-- cambiará en su esencia y también la ``manera'' de hacer política.

Desde luego se modificará la composición de la Cámara como recurso presidencial automático para hacer aprobar sus leyes y decisiones. En la segunda legislatura del sexenio el Ejecutivo deberá negociar y convencer a las oposiciones de la bondad de sus iniciativas. Estas no tendrán ya el carácter de un ukase sin apelación, de mandatos simplemente convalidados con docilidad por la Cámara. Las iniciativas deberán acercarse a ``otros'' puntos de vista, reflejar mejor no sólo la composición política del poder legislativo sino intereses más amplios de carácter social. Sin eso, sin ese interés, la ``gobernabilidad'' sufrirá tropiezos, no porque la gobernabilidad se vea obstaculizada por la democracia, sino porque una nueva gobernabilidad, de carácter democrático, deberá abrirse paso.

La efectiva gobernabilidad --hemos de repetirlo-- se funda en la democracia, en el sistema más democrático que sea posible. La gobernabilidad sin democracia es quimera y fácilmente se convierte en autoritaria ``razón de Estado'', en capricho, en gobierno de núcleos reducidos, excluyentes y precarios al final de cuentas.

El ``pacto de gobernabilidad'' que ha propuesto el PAN deberá inscribirse, como es obvio, dentro de este supuesto: a mayor democracia mayor gobernabilidad, precisando por supuesto las nuevas reglas del juego.

Otra novedad factible de la vida política mexicana consistirá en la necesidad, casi sin precedentes entre nosotros, de una genuina tarea legislativa de los diputados, que ahora sí deberán formular iniciativas de ley y otras diligencias políticas de la más distinta especie. La transición democrática reflejada en ordenamientos legales y en nuevas instituciones demandará de los diputados de la oposición un intenso trabajo constructivo. El horizonte se modifica inevitablemente y aumentarán sin duda las responsabilidades de unos y otros.

Pero las tensiones políticas --ya se anuncia-- cobrarán particular tirantez durante la campaña electoral. Los discursos presidenciales de la última semana lo revelan inequívocamente. El PRI (y el gobierno) harán hasta lo imposible por conservar sin modificación la estructura de su actual poder. No conservarlo por la vía de la equidad democrática --que parece ausente de la intención de ese partido y del gobierno-- sino poniendo en juego todos los recursos materiales, financieros y organizativos del Estado. Esto es un hecho. Las expresiones recientes del Presidente de la República y del ``líder'' del PRI así lo anuncian, así lo confirman.

La convocatoria del Presidente a los miembros del servicio exterior debe leerse no como un llamado a ese único sector de los funcionarios públicos, sino como una perentoria exigencia a todos los integrantes del gobierno de la República. Así se lee ya. La camiseta hay que exhibirla militantemente y sin cuartel. Quien no esté con cada una de las opiniones y visiones presidenciales está contra él. La confusión entre el servicio público y la militancia partidista ha llegado a su más extrema expresión. Los nuevos tiempos, y las dificultades del PRI, modifican de medio a medio la atmósfera política del país.

En un sentido de indudable endurecimiento, y seguramente de excluyentismo y exclusivismo. Por supuesto, quedó atrás la supuesta ``visión'' presidencial --si es que de verdad existió-- de convertirse en el mandatario de la transición. La transición será lograda por la sociedad, por sus organizaciones y sus partidos, no por la visión del partido hasta ahora hegemónico ni por la lúcida decisión del primer mandatario.

Que los tiempos políticos se complican extraordinariamente queda claro además con la nueva situación de ruptura en Chiapas. Hace cerca de tres años comenzaron los contactos y el diálogo para la paz y aún no se logra su culminación (salvo el hecho, en sí mismo positivo, de que no se haya redoblado la guerra).

La ``pacificación'' del país sigue dependiendo en buena medida de que se destraben las diferencias en Chiapas, con imaginación y flexibilidad. Los negociadores de uno y otro lado --y aquí nuevamente la Cocopa tiene un papel relevante-- están obligados a proseguir el esfuerzo, por más dificultades que aparezcan. Ni de uno ni de otro lado hay otra salida y el país así lo espera.

Escuetamente este es el tiempo político que vivimos. Este es el horizonte probable al que nos enfrentaremos los mexicanos en el tiempo próximo que llega.