``De callar este amor que es de otro modo''
Luego de 1930 la poesía de Pellicer se modifica sustancialmente, y el optimismo cosmogónico será ya uno de tantos elementos. En la gran etapa de Camino (1929) a Práctica de vuelo (1956), que incluye a Hora de junio (1937), Ara Virginum (1940), Recintos y otras imágenes (1914), Exágonos (1941) y Subordinaciones (1949), aparece el Pellicer más personal, que no renuncia a la expresión tumultuosa y titánica, pero sabe dotar a la expresión de su intimidad de las prerrogativas antes solicitadas para la epopeya, mientras el dominio del oficio alcanza reiteradamente la perfección.
Atraer a la sombra
al seno de rosales jardineros.
(Suma el amor la resta de lo que amor
se nombra
y da a comer la sobra de un palomar
de ceros)
A su manera, discreta y obstinada, la declaración de su ``amor verdadero'' (su condición gay) está presente en su poesía. En 1921 ya ha escrito: ``Unos ojos me sonríen sobre un cuerpo prohibido'', y luego preguntará: ``¿Y aquel adolescente/ cuya mirada la cambió el destino/ a la persona heroica de la frente?''. Pero es en Recinto donde, sin angustias o sensiblerías, Pellicer procede a una tranquila definición autobiográfica:
Sé de la noche esbelta y tan desnuda
que nuestros cuerpos eran uno solo.
Sé del silencio ante la gente oscura,
de callar este amor que es de otro modo.
Lo eminentemente personal de Recinto acentúa la línea de sencillez y depuración de la propia retórica. ``Que se cierre esa puerta/ que no me deja estar a solas con tus besos''. Si antes Pellicer había ``decepcionado nuestro paisaje'' (Jorge Cuesta), en Recinto decepciona a las versiones al uso de la marginalidad, de la disidencia sexual, tan dadas a la autocompasión como se transparenta dolorosamente en Nuevo Amor de Novo y, de modo afantasmado, en Nostalgia de la muerte de Villaurrutia. Afirma Pellicer:
Vida:
ten piedad de nuestra inmensa dicha...
¡ten piedad de nuestro amor y cuidalo!
¡Oh Vida!
Sólo en un poema ni antologado ni muy citado, ``Nocturnos'' de Otras imágenes, Pellicer iguala a su modo la franqueza y la desesperanza de Novo (``Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen''), o de Porfirio Barba Jacob:
Para aquellos que se han pasado la vida
llorando las
soledades de sí mismos,
para quienes la ternura ha sido infinita
como su
propia esperanza;
mi corazón esta noche de sangre va
diciendo la angustia
y el espanto delante de la hora de
plenitud esperada,
temida, tal vez.
Una tercera etapa se inicia con Subordinaciones, otro ejemplo notable de gusto, maestría técnica, musicalidad, fusión con las situaciones y las formas de la Naturaleza, perfección prosódica, renovada alabanza a la hermosura de afuera y dentro de la persona y celo cívico. En plenitud, Pellicer escribe ``El canto de Usumacinta'', ``Nocturno a mi madre'', ``Tema para un nocturno'', ``Discurso por las flores'' (que nunca alcanzarán a destruir los declamadores), y sonetos magníficos, entre ellos uno más de la serie de Junio, en donde el mes simboliza la nostalgia y la certidumbre de la melancolía no exenta de dicha.
En los sonetos de Práctica de vuelo (edición de 600 ejemplares) el cristianismo de Pellicer se transparenta al máximo. Es el sentimiento piadoso como galería de equivalencias de la pintura, la ética como estética, la belleza pictórica y verbal como fundamento de la mística. Es el mundo de vírgenes y arcángeles, es la figura de Cristo como paisaje donde el espíritu alcanza lo sublime, es la idea del sacrificio en el Calvario como levadura perenne de la humanidad. En Práctica de vuelo el cristianismo es la creencia que va de la belleza a la hermosura, no sin pasar por la encendida ``blasfemia'':
Haz que tengas piedad de ti, Dios mío,
huérfano de mi amor, callas y esperas,
en cuántas y andrajosas primaveras,
me viste arder buscando un atavío.
Pellicer y el programa de la nación
Pellicer cree en los componentes clásicos de la tradición nacional. Por ello, admira, colecciona y promueve el arte indígena prehispánico, ensalza a pintores como Joaquín Clausell y muy especialmente José María Velasco, pregona la excelencia de artistas populares como Posada, colabora con Carlos Chávez y Silvestre Revueltas, encumbra a López Velarde y Díaz Mirón. Y se aparta de Vasconcelos en un punto central; para Pellicer lo indígena no es peso muerto sino aportación esencial que le da raíces y colorido a lo mexicano:
...El hombre cultural, desde hace
muchos siglos,
atesoró la realidad envidiable que es
México
lo indígena es nuestra guía entrañable,
es lo que históricamente colinda
entre nosotros
con el misterio. Es un honor lleno de
solemne alegría
que hablemos de Teotihuacan y de Mitla
y de Uxmal
con los ojos luminosamente abiertos
De ``Gran Prosa por el triunfo de la
República''.
Pellicer, patriota a la antigua, es devoto del muralismo, en especial de Diego Rivera y José Clemente Orozco. En el muralismo --como en las ideas estéticas y culturales de Vasconcelos, las novelas de Mariano Azuela y el nacionalismo musical de Carlos Chávez y Silvestre Revueltas-- localiza un poderío semejante al de la Revolución Mexicana, y su capacidad declarada (mito y verdad) de sacudir con trazos de energía portentosa la inercia de siglos.
Los años de madurez
En 1937, por adhesión a la causa republicana, viaja Pellicer a España al Congreso de Escritores en Valencia. Pero ya su etapa militante ha terminado. Ingresa a la administración pública y de 1942 a 1945 es director del Departamento de Bellas Artes, y reencuentra a su generación literaria, en un momento en donde se subrayan más las afinidades que las diferencias.
¿Por qué la poesía de Pellicer no alcanza la difusión merecida, salvo unos cuantos poemas? En lo básico, como han señalado Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco, por un pésimo manejo editorial, que sólo se corrige en los años recientes. Cierto, se le prodiga las calificaciones de Poeta de América o Poeta de los Andres, con la carga de anacronismo y pompa de estos epítetos, pero escasean las ediciones accesibles. Pellicer, por lo demás, se desentiende del asunto, se consagra a los museos, acepta ser el dueño de la voz potente y las reverberaciones en endecasílabo clásico. Al ver a Pellicer uno se sabe ante un Poeta y él, con incomparable sentido irónico y dramático, lo reafirma con frases maravillosamente extravagantes, con el envío de la mirada al cielo desde las inmensidades del presidium. Al personaje Pellicer lo elevan la bondad diáfana, la alegre solemnidad, la convicción anti-imperialista, el cristianismo.
Por su vitalidad y su interés en los demás, Pellicer se preserva de la amargura y la frustración, y no conoce el deterioro de algunos de sus coetáneos: ni se congela en la burocracia ni se desvanece en el plastihumanismo ni se desintegra en el afán de ser aceptado socialmente. Hasta lo último, tras la fachada del excéntrico mantiene su vocación poética y su libertad. Así por ejemplo, le declara a un reportero: ``Colecciono ojos. Los tengo en lugar secreto que no puedo revelar porque se va gastando la luz''.
Ya como senador de la República, al ser interrogado sobre la posibilidad de que al morir su cuerpo vaya a la Rotonda de los Hombres Ilustres, contesta: ``A mí me gustaría, compañero, que mis restos acabasen en el Canal del Desagüe''.
Como me la imagino, la estrategia de Pellicer resulta impecable aun si no es del todo voluntaria; para prevenir el riesgo de la solemnidad se inventa una solemnidad irónica, para obtener el respeto a su vida personal, le regala a la sociedad un personaje entrañable y patriótico; para distanciarse de las rencillas del medio literario despliega a un poeta todo Naturaleza. Gracias a esto, el autor de una gran obra disfruta, con sarcasmo barroco, de los distintos papeles y realidades del cargo de Gloria Nacional, sin dejar nunca de ser autor de una gran obra.
El mito está dispuesto. Que acudan ahora críticos, comentaristas y público en general y surgirá el Hombre sensorial, el místico, la conciencia de Iberoamérica, el consignador de hazañas, el amor diurno, el humor que desolemniza, la Alegría Encarnada, el creyente que encuentra a Cristo a través de una fiesta de los sentidos, el copioso inventario de una Naturaleza adjetivada y erguida en los poemas. Lo anterior se desprende de su literatura y, con todo, resulta simplificador y parcial.
La riqueza y la complejidad de la poesía y el trabajo cultural de Carlos Pellicer trascienden los momentos culminantes de que nos hemos servido para fijarlo y definirlo y nos presentan a un ser excepcional que vivió con inteligencia y armonía, lo que no es poco decir, y fue siempre un escritor notable.
``He olvidado mi nombre/ todo será posible menos llamarse Carlos''.