Rodolfo F. Peña
El permiso de la muerte

Cuando dos de los barrenderos tabasqueños iban a cumplir 80 días de ayuno, fui a visitarlos sin ruido. Era ya un término excesivamente peligroso, según otras experiencias semejantes. Y ciertamente, de acuerdo con los reportes médicos trasmitidos por José Luis Antonio Montero, encargado del campamento, los signos vitales de sus compañeros habían llegado a un punto alarmante: la tensión arterial y la presión cardiaca, muy bajas, y las funciones cerebrales y renales con un rendimiento muy precario. Estaban autoconsumiéndose. Creí que era el momento de detener el sacrificio. Pero se me dijo que por las mañanas, con un soplo de voz, expresaban su voluntad de seguir hasta el fin y hasta se mostraban molestos por la reiteración de la preguntas. Así que frente a las oficinas nacionales de los Derechos Humanos, aquellos hombres estaban confirmando su derecho a morir, y uno no tiene más remedio que respetarlo aunque siga pensando que el precio es desmesurado.

En la zona de las barracas, levantadas con materiales negros de plástico en el camellón central de la avenida, había unas 20 personas, entre ellos siete ayunantes, dos de los cuales son Jorge Luis Magaña y Venancio Jiménez, cuya vida se escapa inexorablemente. En los alrededores había ambulancias y personal paramédico, en evidente estado de alerta.

Ahora, el ayuno de quienes lo iniciaron el l4 de octubre dura ya 94 días, y al parecer la vida está perdiendo la jugada. ¿La está ganando el movimiento de los barrenderos? No estoy seguro. Quienes no se han conmovido en absoluto con el espectáculo de la agonía, no se conmoverán tampoco con el espectáculo de la muerte. Pero algo turbulento va a pasar, porque no todo mundo tiene la insensibilidad y la arrogancia del gobernador de Tabasco, cuyo nombre prefiero omitir, y de Jesus Taracena, el presidente municipal de Centro, además de otros distinguidos personajes. El conflicto de los trabajadores de limpia tiene ya una dimensión nacional, e internacional en buena medida.

De acuerdo con la versión de esos trabajadores, a mediados de 1995 fueron despedidos 336 de ellos porque se negaron a bañar perros con pedigree, a lavar autos y a hacer otros trabajos domésticos en las residencias y ranchos de los funcionarios. Verdaderamente, esa negativa, cuando el servicio que se tiene contratado es otro, no es causa de despido legal. Pero Tabasco es un edén de la arbitrariedad. En protesta, los trabajadores organizaron plantones, marchas y huelgas de hambre y finalmente vinieron a México en una caravana de 48 horas. Debido a esa presión, el 23 de marzo de l996 las autoridades estatales y los barrenderos suscribieron un convenio para que los distintos procesos laborales quedaran resueltos en 90 días o bien fueran reinstalados los trabajadores de base. Pero pasaron siete meses y el convenio quedó en letra muerta, y en octubre los agraviados volvieron a la ciudad de México, algunos dispuestos a ponerse en huelga de hambre hasta las últimas consecuencias. Con el añadido de 46 órdenes de aprehensión, poco más o menos esta es la historia.

En sus puntos de plantón y huelga, los barrenderos han sufrido, en la capital federal, incontables ofensas y desprecios por parte de automovilistas y provocadores. Pero ha habido también muchas muestras de solidaridad humana, porque no todos los ciudadanos o las organizaciones sociales han perdido el alma. Tal vez la mayor afrenta ha sido la indiferencia inicial y luego la lentitud con que las autoridades federales han intervenido para buscar la solución del conflicto. En cuanto al gobernador tabasqueño, ciertamente parece que cuenta con un seguro de permanencia, pase lo que pase.

Otra afrenta ha consistido en tratar de desprestigiar con mentiras e imputaciones sin fundamento a Aquiles Magaña García, dirigente del Frente Amplio de Lucha Democrática, organismo éste de carácter local que afilia a los barrenderos. En 1989, durante el gobierno de Salvador Neme, Aquiles ganó la secretaría general del sindicato de burócratas del estado. Y quiso deslindarse de sus antecesores denunciando desfalcos y demandando mejoras salariales, aguinaldo, condiciones de trabajo menos difíciles. En octubre de aquel año, Neme organizó una asamblea de empleados de confianza en el Centro de Convenciones de Tabasco 2000, y allí se destituyó a Aquiles. Además, se le llevó a prisión acusado de robo de agua. Al obtener la libertad, en la primavera del año siguiente, encabezó una manifestación de trabajadores de limpia, que fue reprimida, y dio lugar a que se le abriera juicio por daño en propiedad ajena y lesiones, con condena de cuatro años de prisión. Se entregó entonces a una larga y peligrosa huelga de hambre, con la divisa libertad absolutoria o muerte.

¿Qué habría podido hacer Aquiles Magaña para evitar una huelga de hambre, que muy probablemente tenga un desenlace trágico esta vez, si él mismo conoce bien tanto las esperanzas como los sufrimientos de ese recurso extremo? Nada, quizá, porque la dinámica de la confrontación tiene unas reglas fuera de su control. Pero hay otros que pudieron evitar el sacrificio: son quienes incumplieron el convenio del año pasado sin dar razones y quienes, en el dominio federal, dispusieron de más de tres meses para enterarse de la muerte inminente de dos seres humanos y actuaron con la indolencia de quien comenta la próxima veda de perdices en Inglaterra.