Mucho se ha dicho acerca de Calderón, y sin embargo suele afirmarse que ya sólo tiene interés en el ámbito académico, dentro de los cursos generales dedicados a la dramaturgia del Siglo de Oro, y aún en esos cursos se suele desconocer su obra y reducirla a unos cuantos dramas como El alcalde de Zalamea, El médico de su honra o La vida es sueño, obra ésta que dirigida por José Luis Ibáñez y representada por sus alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras, se mantuvo en cartelera en el teatro Ruiz de Alarcón durante largo tiempo. Por mi parte, en un curso que el semestre pasado impartí sobre Calderón de la Barca en Filosofía y Letras de la UNAM --más exactamente sobre los múltiples Segismundos de su teatro--, tuve la oportunidad de dialogar con los alumnos de Ibáñez, algunos de los cuales habían participado en La vida es sueño: el resultado fue fascinante, un diálogo profundo, serio y activo.
Este año apareció en España, en la editorial Destino, un libro de Antonio Regalado, intitulado Calderón: los orígenes de la modernidad en la España del Siglo de Oro, del cual dice Mariano Antolín en una reseña reciente: ``Una obra de referencia imprescindible para todo el que quiera entender por qué Calderón, en el vestíbulo de la época moderna, supone la más elevada exposición del espíritu nihilista encarnado en personajes demoníacos que no nos resultan nada ajenos''. La Compañía Nacional de España, que dirige Antonio Marsillac, ha incluido recientemente La vida es sueño en su repertorio de obras clásicas que ahora se representa en Madrid. Hechos que en conjunto, aunque de manera diversa, desmienten la pérdida de actualidad del gran dramaturgo madrileño. Simples datos aparentemente circunstanciales. Pueden prestarse a reflexión: los constantes vaivenes que sufren los clásicos y la vigencia que aún tienen como parte de una tradición viva. Cabe recordar que en el México decimonónico, Calderón formaba parte del repertorio clásico y que solían representarse sus obras tanto en la capital como en la provincia; que en la década de los cincuenta el teatro clásico español fue revitalizado en México gracias a la accion de algunos directores españoles como Alvaro Custodio y sobre todo por el movimiento de Poesía en Voz Alta y que tanto Héctor Mendoza como José Luis Ibáñez lo han reinterpretado de forma magistral, haciendo que en verdad Lope, Ruiz de Alarcón, Tirso y Calderón continúen siendo parte de nuestra propia tradición, a pesar de que los actores mexicanos no cecean y los directores mexicanos se toman el trabajo de montar las obras en su totalidad sin recurrir a adaptaciones que le facilitan a su público una mejor comprensión de la obra, cosa en verdad incomprensible para nosotros, pero corriente en España.
Como muestra baste un botón: José Sanchis Sinisterra declara en el programa de mano de la puesta madrileña mencionada, acerca de la ``adaptación'' o ``adoptación'' de la obra para un público moderno (que en realidad, el día en que la vi, era una función para ruidosos escolares que hacían juego con mis ruidosas tripas): ``En el proceso de adopción de La vida es sueño... ha habido, sí, supresiones (sic), algunas sin duda drásticas, todas ellas determinadas por un criterio de fluidez en la acción dramática que se compaginaba mal con el gusto barroco por la discursividad especulativa y narrativa. Un principio similar ha aconsejado en ocasiones sacrificar lo conceptual en aras de lo pasional... De hecho podría sostenerse que este ha sido el criterio dominante de la presente adopción: aproximar esta joya del teatro barroco español a la sensibilidad, a la técnica y a la energía de los actores y actrices de nuestro tiempo. Ellos habrán de ser su nueva patria''.
Yo también me lo pregunto: ¿Qué quiere decir guardarles fidelidad a los clásicos? ¿Qué significa sacrificar lo conceptual en aras de lo pasional? Es evidente que un montaje extraordinario como, por ejemplo, el que Grotowski hiciera de El príncipe constante de Calderón, puede resistir adaptaciones que inclusive supriman el lenguaje y por tanto los mismos versos, pero cuando el texto se mutila sólo como resultado de una incomprensión de su sentido radical, es decir, cuando se desconoce por completo lo qué es el teatro barroco y además se utilizan actores mediocres cuya dicción es fatal y su gesticulación ridícula, es evidente que sí se ha traicionado a Calderón, autor clásico