Para quienes vivimos en la ciudad de México, la vida se nos ha ido tornando cada día más difícil, incómoda e insegura, no importa cuáles sean nuestra edad, ocupación y condición social. Los tiempos requeridos para transportarnos a nuestro centro de trabajo (cuando éste existe) se han ido incrementando; las áreas verdes se han reducido alrededor de nosotros; la contaminación se ha convertido en un mal permanente; las probabilidades de ser asaltados, nuestra preocupación de todos los días. Muy pocos son los que manifiestan la expectativa de que las cosas mejoren y muchos los que piensan que la única solución es irse a otro lado.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Quiénes han sido los responsables de todo esto? ¿Existe alguna posibilidad de lograr un cambio? ¿Valdría la pena buscar soluciones y luchar por ello? Creo que éstas son preguntas válidas y vitales, que muchos de los habitantes de la ciudad nos hacemos y nos estaremos haciendo en este año, en el que por vez primera contaremos con un gobierno electo democráticamente (por lo menos así lo esperamos).
Es difícil ignorar que durante las últimas seis o siete décadas, las de mayor crecimiento de la ciudad, ésta ha sido gobernada y administrada por el partido en el poder, y sería absurdo dejar de reconocer los graves problemas que han debido ser resueltos para enfrentar ese crecimiento, o las grandes obras de ingeniería realizadas en ella y para ella, entre las que vale la pena citar los miles de kilómetros de tuberías que distribuyen agua a la población, o los millones de metros cuadrados de pavimento con sus coladeras y redes infinitas de drenaje, que hacen habitable la ciudad después de todo, o las miles de farolas interconectadas que iluminan sus calles, o los sistemas de transporte que con toda su precariedad nos permiten llegar casi a cualquier parte de ella.
Sí, la ciudad existe después de todo; ha podido crecer y sobrevivir como resultado de programas y acciones realizados por gobiernos priístas, pero en el largo plazo el saldo es deplorable, y aún cuando en sus argumentaciones los gobernantes responsabilizan frecuentemente a la sociedad de los problemas existentes, lo cierto es que en sus decisiones nunca tomaron mayormente en cuenta las demandas y opiniones de la sociedad civil, aunque sí de grupos de presión o de interés, que anteponían beneficios particulares a los de la comunidad.
``Al que no le guste que se vaya'', fue la respuesta de un regente priísta, que la sociedad recuerda en referencia a sus demandas. Al mismo tiempo, los desequilibrios generados, las normas violadas, la desatención de los intereses colectivos para beneficiar a unos cuantos, constituyó por décadas la estrategia política de los gobernantes de la ciudad, esbozada con claridad por Jesús Reyes Heroles hace 20 años: ``La política del no gobernar para seguir gobernando''.
Fraccionadores, invasores, microbuseros, especuladores, vendedores ambulantes, son algunos de los grupos surgidos al amparo, con el desinterés y con el contubernio de autoridades y gobernantes, que han ido definiendo la fisonomía y las características de la ciudad, más como respuesta a presiones e intereses particulares, que a proyectos y normas de beneficio colectivo.
El proceso global y su secuela de resultados no son ajenos a la marginación de la sociedad civil como resultado de la falta de democracia, de elección de gobernantes, y de participación de la colectividad en las decisiones que nos afectan. Las elecciones ciertamente no lo resolverán todo, pero constituirán las bases para un cambio positivo, a condición de que la sociedad civil tome con seriedad el nuevo desafío.