La Jornada sábado 18 de enero de 1997

Luis González Souza
¿Cuál unidad nacional?

Pese al discurso oficial, la unidad nacional no está amenazada por las demandas indígenas de autonomía. Más bien está amenazada, o ya rota, por la ``modernización'' neoliberal, incluyendo el manejo de la deuda externa. Aunque, ciertamente, esta deuda también tiene un efecto unificador: todos los mexicanos modernos nacemos como grandes deudores.

Como sabemos, la unidad nacional ha sido clave para superar los momentos más adversos en la historia de México. Hoy nuestro país vive otro momento crítico, y por eso urge alcanzar esa unidad. Pero hay muchos tipos de unidad, y no cualquiera cumpliría con las exigencias del momento. Es el caso de la unidad digamos totalitaria y de su prima hermana, la unidad demagógica; ambas dominantes en el discurso oficial moderno, sobre todo en dos renglones bien entrelazados: deuda externa y política económica.

La divisa de la unidad totalitaria ya es conocida: ¡Unanse todos los mexicanos en torno a mi proyecto modernizador, simplemente porque yo digo que es el mejor o, en todo caso, el único viable! Por su parte, la unidad demagógica cobra su máxima expresión allí donde las causales de desunión se presentan ni más ni menos que como los motivos de la unidad. Singular ejemplo: la deuda externa. Entre otras cosas, deuda externa y política económica neoliberal han servido para dividir a los mexicanos, acaso como nunca, en un puñado de multimillonarios frente a una masa de empobrecidos.

No obstante ello, la deuda externa ha sido seleccionada para prohijar emotivos llamados a la unidad nacional. Como se recordará, tras la ``renegociación histórica'' de la deuda en 1990, se nos pidió cantar el himno nacional a través de la televisión. Y ahora que se ha finiquitado el préstamo del Tesoro estadunidense de febrero de 1995, el presidente mexicano dice que ése es otro paso más ``en la lucha por nuestro porvenir, por nuestros hijos, por nuestro México''; lucha ``noble y clara (?)'' en la que ``los mexicanos seguiremos avanzando unidos''. Tal finiquito, por cierto, da lugar a noticias buenas y malas. Pero sólo a propósito de unidad nacional, ¿resuelve la paulatina desintegración de México en favor de su parcial integración a EU, con base en más y más ``ayudas'' y sus correspondientes condicionamientos?

Por si no fueran eficaces la unidad totalitaria y la demagógica, ahora se las acompaña de una unidad digamos truculenta. A la manera del ladrón que quiere despistar señalando a otros, ahora resulta que quienes amenazan la unidad de México son aquellos que, para ser recordados y sobrevivir al menos por cuenta propia, se atreven a demandar autonomía. Nos referimos a los pueblos indígenas que así lo demandan por conducto del EZLN en las negociaciones de Chiapas.

Negociaciones una vez más paralizadas por los voceros de la unidad totalitaria, demagógica y truculenta. Y voceros que, para colmo de paradojas, vuelven a colocar al país al borde ya no sólo de la desintegración social, económica y política, sino de la guerra total. Y todo por ver en las autonomías indígenas un ``peligro de desunión'', en lugar de lo que realmente son: los ladrillos indispensables para volver a construir nuestra nación, pero ahora sí sobre bases democráticas: desde abajo y comenzando por los sin-voz.

Para simplemente sobrevivir como nación, México necesita una unidad más bien democrática; fruto del consenso en torno a un proyecto de país (obviamente, nuevo) forjado por la mayoría; en primer lugar porque ésta, y no una élite, sería así la más beneficiada. Y desde luego, una unidad gradual, pero firme y genuina: alimentada por hechos en vez de discursos, y por el reconocimiento de las fuerzas democráticas, en lugar de satanizarlas como los voceros de la ``desunión'', del ``derrotismo'', del ``pesimismo''.

Por fortuna ya están reactivadas las tendencias unificadoras de la sociedad mexicana, y lo están al extremo de intentar cosas tan audaces como la alianza PRD-PAN. Como se sabe, sin embargo, la dirigencia de este último partido ha preferido que éste camine solo. Habrá que ver si su motivación tiene que ver con una peculiar estrategia para la unidad democrática de México, o con un protagonismo divisionista.

Como sea, lo importante --según creemos-- es que las fuerzas en verdad democráticas, dentro y fuera en los partidos, continúen ensayando nuevos caminos de acercamiento. Y, desde luego, no sólo para buscar triunfos electorales.