Shakespeare en los noventa. En el teatro, en el cine, en la ópera, diversos montajes actualizan, desconstruyen, reelaboran, las obras del maestro isabelino --de Kenneth Branagh a Peter Greenaway o Gus Van Sant, Aki Kaurismaki o Mel Gibson; de Ariane Mnouchkine a Patrice Chéreau o Peter Sellars. Como en los años sesenta y setenta (Polanski, Brooks, Welles), Shakespeare está una vez más de moda. En Amor sin barreras (West side story, Wise, 61), se actualizaba la tragedia de los amantes de Verona con los temas entonces novedosos de la brecha generacional y la oposición juvenil al establishment; en Romeo y Julieta (Zeffirelli, 68), con apego al texto original y una meticulosa recreación histórica, se celebraba el candor y la belleza adolescentes: Romeo (Leonard Whiting, 17 años), Julieta (Olivia Hussey, 15) fueron dos iconos culturales de la flower generation.
En ese año 68 de revueltas estudiantiles y desbordamientos románticos, el australiano Bez Luhrmann, director de la versión fílmica más reciente de Romeo y Julieta, tenía apenas cinco años. No pertenece pues a esa generación que alguna vez Godard llamó ``los hijos de Marx y Coca Cola''. Su sensibilidad parece ser otra: más cercana al lenguaje del videoclip y a la revolución tecnológica: al gimmick, la Macintosh y la fe posmodernista. Su película Romeo + Julieta retoma y subvierte la representación tradicional. Mientras los jóvenes amantes recitan decorosamente sus versos, se advierten acentos de Blanche DuBois (la signora Capuleto) o de Carmen Miranda (el aya, Miriam Margolyes); la escena del primer encuentro y la del diálogo en el balcón tienen como fondo escénico el agua, motivo visual de encubrimiento, revelación y misterio. La guerra de clanes aspira a las dimensiones de una Tercera Refriega Mundial. Un poco más y llegaría hasta los terrenos de Mad Max, del también australiano George Miller. El título mismo se vuelve un enigma. Romeo + Julieta, ¿como una adición (adicción) amorosa que deberá arrojar un resultado trágico?
El lugar es Verona Beach, inmenso muladar urbano donde se enfrentan las dos familias rivales, los Capuleto y los Montesco. Julieta (Clare Dane, 16 años) debe casarse contra su voluntad- con el apuesto y desabrido Paris (Paul Rodd), al tiempo que imprudentemente se enamora del encantador Romeo Montesco (Leonardo DiCaprio, 21 años). El resto de la historia, y su desenlace, son bien conocidos.
La apuesta del director australiano es ensayar aproximaciones nuevas a la obra más popular de Shakespeare. Conserva en los diálogos la forma versificada y consigue que sus jóvenes actores sean convincentes y espontáneos. Utiliza la ciudad de México como una urbe apocalíptica que concentra y combina la voracidad modernista y el lastre de atavismos religiosos. Capital del desarraigo, ciudad frenética, macdonalizada, de gusto incierto y enconos cotidianos: Verona Kitsch. ¿Cómo sorprenderse de la exuberancia visual y de los excesos acústicos de Luhrmann? Verona Beach puede ser también Bogotá, Caracas o Sao Paulo, otros laboratorios urbanos del neoliberalismo. La primera secuencia de Romeo + Julieta remite a Peckinpah, a Siegel, a Tarantino. Deliberada, gozosamente. Teobaldo Capuleto (esupendo John Leguizamo) sostiene entre sus dientes metálicos la bala con que amenaza a sus rivales; su revólver ostenta el escudo de la familia.
En Verona Beach hay castillos y mazmorras y rascacielos, colisiones de autos, bailes de disfraces: Julieta es un ángel; Romeo, un caballero medieval. Luhrmann acumula efectos, se embriaga con anacronismos. Hay música de Mozart y también de Prince. Hace cinco años, él dirigió Strictly ballroom, una comedia musical de irreverencias y desafíos juveniles. El oído, la intuición de Luhrmann (33 años), le permiten comprender (y aprovechar) los gustos de ese público de apetencias inabarcables y huidizas que es el de la generación X y sus hermanos menores.
Se ha dicho que en Romeo + Julieta el estruendo impide apreciar el texto y los efectos visuales agotan la paciencia. Estas ``limitaciones'' podrían tal vez explicar el éxito de la cinta entre el público más joven, familiarizado con el goce de una música cuya letra no siempre comprende o con el delirio visual de los conciertos de rock. Luhrmann no se demora en desnudos y escenas eróticas, hoy por hoy banales. La sensualidad está en los gestos y en la musicalidad de la alocución juvenil. Y aquí, DiCaprio y Danes son totalmente eficaces. Entre las mejores actuaciones figuran las de Brian Dennehy (Montesco mayor), Peter Postletwaithe (padre Laurence), Harold Perrineau (Mercurio, como flamante travesti negro) y John Leguizamo (Teobaldo Capuleto, soberbio pendenciero latino).
En Romeo + Julieta hay una innegable riqueza expresiva --estilo ``luz y sonido'' shakesperiano en parque de atracciones--, y un buen nivel de actuaciones. Pero al favorecer el punto de vista adolescente, Bez Luhrmann parece haber olvidado señalar el propio, si alguno, y su cinta se demora en barroquismos y actitudes complacientes. El placer que procura no es nada desdeñable, aunque finalmente es intrascendente. Terminado el espectáculo, agotada la moda, quedará el deseo de leer nuevamente el texto. Esa es la mejor consecuencia de la cinta