En estos primeros días de enero están de moda las adivinanzas: ¿cuáles son las perspectivas del mundo laboral? Ya he sido invitado a dictar conferencias sobre ese tema que, en el fondo, no me hace mucha gracia.
Mi amigo Baltasar Cavazos suele decir que más vale ser historiador que profeta. Le doy la razón, aunque tampoco tienen garantía de certeza los historiadores.
El problema es que las profecías suelen involucrar los deseos más o menos manifiestos de los profetas mucho más que una capacidad de previsión de lo que pueda ocurrir. Y por esa misma razón, cuando me piden que hable de las perspectivas laborales, lo primero que planteo es la necesidad de aclarar desde qué punto de vista se pide la opinión.
Hay, por supuesto, aunque cuentan muy poco, las preocupaciones de los trabajadores. También de los empresarios. Y además de los sindicatos: corporativos, de los foristas (lo que quiere decir un grado intermedio no del todo definido entre corporativismo e independencia), y de los independientes. Y también la perspectiva académica. No falta la de los partidos políticos ni, sobre todo, la del sistema político, aspiración permanente al poder.
Y, evidentemente, la perspectiva de no tener perspectiva alguna.
Los trabajadores no tienen esperanzas, sólo necesidades. Y para mejorar su situación, dolorosamente se juegan la vida en la espera eterna de morir por inanición. ¡Horrible! Sobre todo porque vivimos en un mundo que ha perdido la sensibilidad. Por delante mi admiración inconforme con el horrendo sacrificio de la vida. Admiración a la hombría y rechazo absoluto del precio. Odio las huelgas de hambre.
Los sindicatos corporativos pretenden que no les muevan el tapete. Los foristas, que les dejen ser corporativos renovados y de primer lugar. Y los independientes, que desaparezcan de la ley y de la práctica los controles estatales sobre la sindicalización, el derecho de huelga y el derecho de la contratación colectiva, y que se manden al panteón los pactos famosos y las nuevas culturas laborales (que ya están en el panteón, porque nacieron muertas).
Los empresarios aún sueñan con la desregulación, lo que quiere decir volver al viejo mito del contrato como única fuente de sus obligaciones laborales y que se queden en el camino todos los artículos de la LFT que les molestan, es decir, todos, salvo los que propician entendimientos subterráneos (¡ni tanto!) sin que se enteren los trabajadores.
El PAN, supongo, buscaría la aprobación de su proyecto de reformas constitucionales y legales. El PRI, que no le muevan porque si no su principal soporte, los sindicatos corporativos, se desintegra. El PRD intentaría aprobar un proyecto de intenciones paralelas al del PAN, al que seguramente aportaría propuestas importantes. Los académicos, que les permitan explicar otra materia porque el derecho del trabajo ya pasó de moda.
¿Y el señor gobierno?
Como están las cosas, a pocos meses de las elecciones, sin distancias, ni enfermas ni sanas, lo único que no le interesa es que sus aliados de siempre pierdan fuerza. Por eso los amarra con nuevas culturas laborales a un mundo de productividad, calidad y competitividad; a una relación sin lucha de clases; a una libertad plena de contratación por intermediarios fraudulentos que liberen al empresario de la carga de pagar utilidades y despidos, pero todo ello envuelto en control riguroso de la libertad sindical y con toda clase de obstáculos para que los sindicatos independientes no puedan ganar espacios.
No son perspectivas sino deseos. Y yo cerraría este capítulo de malos augurios (por rigurosa mayoría) diciendo que mis perspectivas son que no tengo perspectiva alguna. Lo que corre el enorme riesgo de que las cosas se queden como están. Nada sería peor.