Por sobre los cuerpos de quienes desfallecen en una interminable huelga de hambre provocada por la desesperación y la defensa extrema de la dignidad, se libra un regateo obsceno que ofende la sensibilidad de quienes presencian impotentes esta tragedia representada ante todo México y el mundo por un puñado de trabajadores y por unas autoridades empeñadas en humillar y destruir a quienes ven sólo como enemigos.
Esa gente humilde que se está inmolando no encontró otra vía para tratar de recuperar su trabajo y mantener su independencia. Intentando conmover al gobierno de Tabasco ella demuestra creer, a pesar de todo, que comparte con éste los mismos valores humanos y, por lo tanto, busca establecer nuevas bases de acuerdo y convivencia. Eso contrasta terriblemente con la frialdad con que se alargan las negociaciones sabiendo que, incluso en el caso de poder evitar el sacrificio extremo de quienes llegaron a los 96 días de huelga de hambre, está irremediablemente comprometida la salud de esos trabajadores y sus compañeros, que llevan casi dos meses sin ingerir alimentos sólidos.
Esta situación, al mismo tiempo, plantea la necesidad de abandonar métodos de lucha que apelan sobre todo a la piedad pública o de los gobernantes para encontrar otros, menos espectaculares y más lentos pero más eficaces, basados en la construcción de conciencias y en la organización, y que no exijan la inmolación de quienes tienen la decisión y el espíritu de sacrificio demostrados por los barrenderos de Tabasco en su largo Calvario.
Cuando hay vidas humanas de por medio se impone un llamado a la cordura. Si no se ha llegado a una solución en una tratativa que varias veces se declaró a un paso de su conclusión, ¿por qué no buscar una mediación con autoridad, por qué no llevar el caso ante el tribunal de la opinión pública dando plena transparencia a las discusiones, ventilando paso a paso las propuestas y las diferencias, para encontrar acuerdos urgentes y para que cada cual asuma públicamente sus responsabilidades?
No se trata únicamente de humanidad, aunque ésta es absolutamente indispensable: también está en juego la democracia. Si el gobierno tabasqueño se cierra porque se siente acosado por una lucha que cree maniobrada por sus adversarios políticos, ¿ por qué no expone ante todos cada paso de las negociaciones?, ¿por qué el gobierno central no busca a su vez una salida a esta tragedia que repercute de modo muy dañino sobre la imagen del poder, del partido mayoritario, de México mismo y asume un papel activo en nombre del orden público en el país todo?
¿Es posible, además, en el resto del país, seguir despreocupados dedicando tiempo a candidaturas y a la discusión de elecciones como si todo fuese normal, mientras el derecho democrático más elemental, el derecho a la vida, está en juego en el caso de los huelguistas tabasqueños? ¿Es político seguir la rutina diaria sin intervenir para salvar a esas personas y sin dar prioridad a la comprensión de por qué se ha llegado a tal desesperación, a actitudes tan extremas.