El Misterio de la Encarnación era el titular del convento de ese nombre, que ahora aloja a la Secretaría de Educación Pública. Fundado en 1594 por religiosas concepcionistas, llegó a ser uno de los más acaudalados de la ciudad. Para entonces ya había siete monasterios de monjas en la capital de la Nueva España: clarisas urbanistas, dominicas, agustinas y concepcionistas estaban ya instaladas en sólidos edificios con sus respectivos templos. Cabe mencionar que todos ellos fueron reconstruidos en los siglos XVII y XVIII, debido fundamentalmente a que sufrieron severos daños por las inundaciones, en particular la terrible de 1629, de la que ya hemos hablado con anterioridad, y aprovecharon para ponerse a la moda con el bello estilo barroco.
Las religiosas de la Encarnación, cuyo convento era sólo para criollas y españolas, fue haciéndose de un jugoso patrimonio, tanto por las dotes como por donaciones y herencias, que las llevaron a ser dueñas de 85 fincas valuadas en un millón 77 mil 191 pesos, que les producían muy buenas rentas. Así, rodeadas de sirvientas, vivían cómodamente dedicadas a la meditación, la costura y la educación de algunas niñas.
Eran famosas por los Nacimientos que cada una de ellas tenía en su celda, ya que eran seguidoras del espíritu y costumbres franciscanas, copiando ese uso de sus colegas, con la particularidad que ellas los conservaban todo el año. Solían ser magníficos, pues había una velada competencia entre las monjas para ver quién tenía el mejor, luciéndose en la elaboración de las figuras y su vestuario. En la actualidad, ocasionalmente se llega a ver alguna pieza con un buen anticuario, coleccionista o museo, y verdaderamente son una maravilla.
Josefina Muriel nos platica en el libro Conventos de monjas en la Nueva España que el convento original estaba rodeado de residencias. Una de ellas, cuya parte posterior daba al establecimiento religioso, era habitada por una mujer de gran belleza, conocida como La Estrella de México, muy popular entre la sociedad novohispana. Un día amanecieron tapadas las puertas y las ventanas de la casa y nunca se volvieron a abrir. Después se supo que por una pena de amor, Estrella ingresó al convento por el interior de su casa, anexándola al mismo y desde luego donándola a las religiosas, quienes la aceptaron felices. La Estrella permaneció allí con su servidumbre, pero viviendo la vida conventual.
Entre 1639 y 1648 el edificio y la iglesia fueron remodelados por el excelente arquitecto Miguel Constansó, ayudado por varios habilidosos artifices, dando como resultado la hermosa construcción, que aún podemos apreciar, no obstante las modificaciones que ha padecido. Tras la exclaustración y el consecuente abandono por las monjas, fue destinado a Escuela de Jurisprudencia y después a colegio de niñas, para finalmente, al triunfo de la Revolución, destinarse como sede de la Secretaría de Educación, mediante la adaptación que realizó en 1911 el ingeniero Federico Méndez Rivas. Los últimos cambios se le hicieron en 1922.
La fachada principal es en estilo clásico, con almohadillado y columnas jónicas, rematando con una elegante balaustrada. En la parte central, para acentuar el laicismo de la institución, se colocó un grupo escultórico en que aparecen Apolo, Minerva y Dionisios, realizado por el gran artista ignacio Asúnsolo; en los extremos se colocaron emblemas de las armas aztecas y españolas.
Tres bellas verjas de hierro que datan de principios de siglo, dan acceso al generoso vestíbulo, adornado con una gran escultura del presidente Benito Juárez; a continuación aparece el inmenso patio, que tiene la particularidad de que sus ángulos terminan en chaflán. Amplios pasillos conducen al segundo patio, igualmente majestuoso y agradablemente arbolado.
El plato fuerte son los murales que visten todo el magno edificio. Aquí pintó Diego Rivera su primera gran obra mural, tras haber decorado el Anfiteatro Bolívar, en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Las pinturas cubren mil 585 metros cuadrados y están distribuidas en los corredores de las dos plantas. Los temas tratados son primordialmente el hombre trabajador, sea en el campo, la fábrica o las minas. Buen número de las pinturas tratan el tema de la Revolución de 1910; la tónica general es la exaltación de lo mexicano. También dejaron su huella, aunque en mucho menor medida, grandes artistas como Jean Charlot, Fermín Revueltas, Carlos Mérida y Roberto Montenegro. Varias de estas obras desafortunadamente ya desaparecieron.
Este valioso patrimonio, que en el pasado ha padecido momentos difíciles, a partir del desempeño de Miguel Limón como secretario de Educación Pública ha sido cuidadosamente restaurado, permitiendo nuevamente su disfrute al pueblo y al no pueblo, pues esas joyas artísticas son Patrimonio de la Humanidad.
Todo lo anterior hace indispensable una visita al antiguo Convento de la Encarnación, ubicado en la calle de Argentina, y como remate una suculenta comida en el restaurante El Cardenal, en su bella casona decimonónica de la calle de Palma, en donde la presencia atenta de los hermanos Briz permite disfrutar la mejor comida mexicana tradicional, acompañada de tortillas del comal de harina blanquísima molida allí mismo.