Para un escritor, quizá la empresa más difícil sea la de escribir su autobiografía. Tiene que enfrentar dos tareas: la de la verdad y la de la forma literaria. Creo que a mayor artista, mayor dificultad. Por fortuna, no todos los grandes artistas se arriesgan con la prueba autobiográfica, aunque debo confesar una debilidad: admiro más a los que lo intentan, aun si fallan.
Por ejemplo, creo que Thomas Mann falló. Empieza bien, prometedoramente. Con toda su inteligencia, arranca explicándose a sí mismo según su herencia sajona por el lado paterno, y latina por el lado de la madre. De acuerdo con esto, él resultó serio a la vez que jovial, una combinación ideal si se da en las proporciones o circunstancias adecuadas.
Siempre es grato y paradójico recordar que la madre de Mann era hija de una brasileña criollo-portuguesa, y que había nacido en Río de Janeiro. Para un alemán, esto es sin duda exótico y luminoso. Mann justifica así su gusto de fantasear, su inclinación hacia el arte y lo sensible, a un tiempo que la seriedad de su conducta, seriedad que no sé a qué grado heredaron sus hijos, que vivieron vidas más bien desordenadas. Precisamente, su hija Erika --que se casó con W. H. Auden para facilitarle la salida de Europa durante la guerra-- termina por él la tarea ``autobiográfica'' de su padre. Pero que Mann fallara en el Relato de (su) vida no debe atribuirse a que lo dejara inconcluso ni a que lo terminara su hija; más bien puede deberse a que, igual que Bertrand Russell, lo dedicara al relato de su obra.
En ese sentido, bueno, entre tantos otros, en sus memorias de infancia Augusto Monterroso alcanza lo que para mí es la meta de la exploración autobiográfica. Al emprender la búsqueda de sí mismo, da con una teoría de vida. Cuando un autor examina su vida, hace bien, por cierto, en empezar por el principio y establecer lo más precisamente posible su genealogía, su herencia, su ubicación. Pero debe dar el paso siguiente. Encontrar, en sus primeros años, algo que haya marcado su existencia. Todos tenemos esa experiencia determinante, pero no todos la buscamos y mucho menos la encontramos como para explicarnos el desarrollo de nuestra biografía. Por eso, leer autobiografías no fallidas es iluminador.
La teoría de vida de Monterroso, por ejemplo, es creer que no tiene derecho a lo bueno o lo placentero que le ocurra o pueda ocurrirle durante su existencia. Según cuenta en Los buscadores de oro, una experiencia infantil placentera que tuvo debajo de una mesa lo marcó en este sentido. Y bastará cambiarlo a lo largo de los años por otras experiencias buenas para confirmar que así ha sido, y que nada, ni siquiera entender el origen racionalmente, alterará la respuesta de él ante dichas cosas buenas.
Un primer recuerdo o, según afirma, ``el que por alguna razón decidí hace años escoger como el primero'', hará las veces de esquema desencadenante. Es un concepto aterrador, por determinista. Y es la tarea a la que se enfrenta el autor de autobiografía. Se necesita valor y lucidez, aparte de una sensibilidad casi enfermiza.
Nada de esto le faltó, tampoco, a Elías Canetti. A partir de un primer recuerdo reconstruye su biografía auxiliado por el descubrimiento de cómo dicho recuerdo correspondió a uno de los cinco sentidos. De hecho, Canetti estudia su vida según recuerdos correspondientes a cada uno de los sentidos a los que da, por supuesto, significados sofisticados. Como se ve, también encuentra su teoría de vida, o teorías de vida sucesivas.
Si al emprender la búsqueda de sí mismo no hubiera dado con aquel primer recuerdo, si no se hubiera entregado a la tarea de entenderlo, habría permanecido callado; es decir, no habría sido escritor. Los primeros recuerdos, por una razón lógica, se relacionan más con los sentidos, precisamente, que con el mundo conceptual. Esto lo sabía bien Canetti.
En Rubén Darío es gráfico. Darío se perdió de muy niño, y fue encontrado entre las patas de una vaca.
Pero no es fácil recordar el primer recuerdo. Es un privilegio recordarlo. O cuestión de maña acomodar algún recuerdo en el origen de todos los que lo seguirán para retratar el interior de un autobiógrafo. Lograr que un recuerdo desencadene y conforme una vida es parte de la misión, pero sobre todo lo es explicarla.
El primer recuerdo de un autor puede ser el punto de partida de la reconstrucción de su vida; y puede, si él sabe entenderlo, determinarla y constituir su teoría de vida. Sin embargo, no representa necesariamente el recuerdo único, en una cápsula, con el que el lector de dicha autobiografía recordará a su autor.
El primer recuerdo de Paul Bowls tiene que ver con el extrañamiento que experimentó al pronunciar la palabra ``tarro'', a la vez que reconocía un tarro en una vitrina; pero si yo pienso en Paul Bowles lo veo contemplando el desierto.
Hablando del desierto. Si yo pienso en Canetti lo recuerdo en un mercado de camellos haciendo la observación de que así, en grupo, al caer la tarde, los camellos parecen mujeres inglesas tomando el té.
Escribir su autobiografía implicó para H. G. Wells una responsabilidad tan grande que la definió como experimento.
Uno de los primeros recuerdos de W. B. Yeats tiene lugar en Londres. A través de una ventana ve a un niño de uniforme y pregunta quién es. Un sirviente le informa que es quien va a hacer estallar la ciudad. Aterrado, Yeats cierra los ojos y se queda dormido