La Jornada Semanal, 19 de enero de 1997
Guillermo Sheridan:
Pasar el rato
En 1985, Su Majestad Elizabeth II tuvo la amabilidad de invitarme a pasar una temporada en una universidad de su reino, Inglaterra. Fui con mi hijo Esteban y con su mamá, Magolo Cárdenas.
Estuvo bien, aunque desde luego hubo que enfrentar algunos de esos pequeños inconvenientes que nunca faltan. El dinero era poco y solía llegar tarde. Tuve que escuchar cientos de veces la frase "They tell me you are Mexican" saliendo de una dentadura de caballo. En la cafetería de la universidad a veces no había más que pay de riñones. En la escuela, le encargaban a cada rato a mi hijo atrapar un renacuajo. Nuestra vecina creía que hacíamos sacrificios humanos sin la autorización correspondiente. Durante el prolongado invierno, se hacía de noche a las dos de la tarde. Oscar Wilde dice que en Inglaterra, para combatir el ocio, la gente debería mirar más por la ventana. En efecto, no había mucho que hacer. Las conversaciones con los amigos giraban sobre el tema de lo poco que había que hacer. El momento culminante de la jornada era el noticiero nocturno de la BBC, que confirmaba que no había pasado nada.
Yo leía poesía inglesa y norteamericana, y ensayos sobre ella y biografías de poetas, de las nueve de la mañana a las tres de la tarde, en mi cubículo de la biblioteca. El bibliotecario era un veterano de Crimea que, en un español fronterizo, me saludaba así: "šAdios señora!" Mi cubículo medía lo que mide una mesa de comedor. Su ventana daba a una chimenea por la que a las tres de la tarde salía humo. Según yo, incineraban los pays de riñones que habían sobrado del lunch. Yo decía "riñones habemus", y me iba a la casa.
Renté una vieja máquina de escribir jubilada de alguna oficina de contabilidad. La tecla que entre nosotros corresponde a la letra eñe, en esa máquina era la fracción seis/octavos. En las tardes escribía trabajos, reportes y cartas. Un día mi hijo me preguntó si era muy difícil escribir. Le dije que sí. Se paró en una silla frente a la máquina. Diez minutos más tarde había acabado un cuento de dos renglones. Se trataba de un pato que se quedaba dormido, el lago se congelaba y el hielo le atrapaba las patas. Acto seguido, opinó que escribir era muy fácil y que prefería jugar Lego. Le dije que le había parecido fácil porque su pato no tenía ninguna vida interior.
Mi hijo tenía cinco años. Iba a la escuela del barrio. Tenía un compañero que se llamaba Nigel, nombre que se pronuncia así: Noichel. Él entendió que se llamaba "No hay hielo", y quería llamarse igual. Le interesaba mucho el hielo. En un suplemento cultural, hace meses, un gran escritor mexicano al que a veces leo para deprimirme, se ufanaba de que los mejores escritores ingleses habían estudiado en escuelas públicas. Era su argumento para desaparecer las escuelas de paga en México. Quizá, de haber ido a una escuela de paga, hubiera sabido que en Inglaterra las escuelas públicas son las de paga.
Mi mamá nunca entendió por qué en mis cartas le mandaba nada más seis/octavos de cariño. Mi papá me mandaba los recortes más deprimentes de El Norte de Monterrey y de Proceso. No creo que se esforzara mucho en seleccionarlos. Ya no me acuerdo de los motivos de depresión de hace diez años; pero sí de que eran muchos y para todos los gustos.
Una vez me mandó un recorte que me impresionó: traía la cara de Fidel Velázquez con la boca abierta en un rictus aterrador. La víspera, en un discurso, había declarado: "Nuestra meta será siempre un futuro promisorio." Una definición impecable de la vida pública mexicana en dos octosílabos perfectos. Analicé la frase en una enorme hoja de papel inglés (diseñadas para no parecerse a las francesas) hasta hartarme de tristeza. Recorté la foto, escribí la frase abajo y la pegué en mi cubículo. Una tarde, la foto se animó: la boca se abrió más y más y de pronto, de un decidido tarascazo, se engulló su propia cabeza.
En algún lado (creo que en la entrevista del Paris Review) Vladimir Nabokov habla de su novela Pale Fire. Dice que vio a una pareja de jóvenes haciendo el amor en unas ruinas frente al mar. La escena se le quedó en la mente con tal fuerza que decidió imaginar quién era esa pareja y por qué hacían el amor ahí, y por eso escribió la novela. Bueno, claro que Nabokov es un novelista en serio, pero para saber por qué la boca de Fidel Velázquez se comía su propia cabeza, luego de decir que "nuestra meta será siempre un futuro promisorio", comencé a escribir El dedo de oro. Cinco meses después había quinientas cuartillas inglesas con seis/octavos en vez de eñes. Mi hijo tenía razón: escribir un relato es muy fácil, si uno no tiene otra cosa que hacer y si tiene la prudencia de seleccionar a un personaje sin vida interior (si tampoco tiene vida exterior, mejor aún).
Un amigo mexicano, J., que andaba por Inglaterra, nos fue a visitar. "ƑNo te aburres?" Estábamos sentados en el jardín. Le enseñé el montón de cuartillas. Dijo: "Qué padre, manito." En la novela, que sucede en el futuro, hay un episodio lamentable: los acreedores de México se cobran la deuda externa con la mitad del Patrio Territorio. El Líder Nato del país dispone que México conserve la misma forma que tenía antes para que nadie se dé cuenta. A J. le dio mucha risa. Luego se puso a jugar futbol con mi hijo. Años después, le platicó esto a un periodista español, que a su vez lo platicó en su columna de El País. La novela no ha salido, pero ya hablaron de ella en El País. Eso es lo que yo llamo una novela de anticipación.
El biliotecario me dijo un día que había llegado un novelo mexicano. Era Cristóbal Nonato de Carlos Fuentes. Como esa novela también sucede en el futuro, y me parecía igual de mala que la mía, dije para mis adentros: "este Dedo de oro ya se jodió". Mis adentros estuvieron de acuerdo. Se quedó ahí tirada durante diez años. El año pasado me la llevé a Escocia, donde sabía que no iba a haber mucho que hacer, y decidí acabarla. Lo único más fácil que comenzar una novela es acabarla.
Yo no sé mucho de novelas. Leí varias de joven, pero ignoro totalmente la teoría, y no me interesa. A veces releo novelas que me gustan, donde caiga el dedo. Prefiero la poesía y el ensayo, o la historia moderna. Y algo de biología o física. Cuando viajo, leo novelas de crímenes o complots internacionales. En la última que leí sale un mexicano que se llama Topiltzin, que complota internacionalmente para inundar Estados Unidos de emigrantes ilegales. En fin, una mierda, como todo el realismo.
Supongo que El dedo de oro es una parodia de esas novelas. Un ensayo es mucho más difícil; uno va de subida; las novelas, mientras no sean novelas novelas (las de Nabokov o Thomas Mann o esas), van en lisito. Quizá esto que digo sea una pendejada. Cuando leyó El dedo de oro, Fabienne mi mujer me preguntó muy sorprendida cómo se me ocurrían tantas pendejadas. No dejó de halagarme que se sorprendiera. Si se hubiera referido a un ensayo me hubiese sentido muy mal. El ensayo da taquicardia; hay que saber muchas cosas y demostrarlo, para probar luego que uno sabe más y que por eso vale la pena leer el ensayo. En un ensayo, una pendejada es vergonzosa; en una novela todo parece indicar que es encomiable. A los narradores les va mejor que a los ensayistas, en todos sentidos. No me parece justo. Quizá debería regresar a Inglaterra. Escribir otra novela, para pasar el rato. Quizá una noche el noticiero de la BBC diga que el futuro promisorio ha llegado a México.
Voltaire
Christopher Domínguez M.:
La creación crítica*
ƑQué significa publicar una novela para un crítico literario?
ųƑSerá un gesto suicida? No lo sé. Entiendo la crítica como una disciplina artística pero no olvido que mi trabajo se basa en el ejercicio de los juicios de valor. Si mi novela disgusta a los colegas y a otros escritores, utilizarán esa opinión para invalidar mis posiciones críticas pasadas o futuras. Es previsible y asumo las consecuencias.
ųƑDirías que el Christopher que escribe novela es otro que el autor crítico?
ųNo lo diría. Escribir sobre André Gide o sobre literatura mexicana moderna es acaso más intenso que armar una ficción. Un Gide ųpara hablar de mi ensayo largo más recienteų es una creatura literaria más rica que cualquiera de los seres imaginarios que yo pueda evocar. Serán los lectores quienes decidan sobre la unidad o la fragmentación de una obra. Mi vanidad anhela que encuentren una sola persona. Pero la crítica es, precisamente, esa duda que debe poner en entredicho a la monstruosa vanidad literaria.
ųMe dicen que William Pescador es una novela autobiográfica...
ųEs un relato largo. Una nouvelle... No quisiera quemar su brevedad hablando de ella antes que se lea. Es una narración fantástica sobre la infancia. Unas semanas en la vida de un niño. Es muy grande la tentación de hacer crítica sobre mi propia novela, pero debo resistirla. Sólo te diré que no conozco textos como el mío que no sean autobiográficos en una medida simbólica.
ųƑCuáles son tus influencias como novelista?
ųA una pregunta pedante, una respuesta pedante: sueño con ser considerado un imitador de Bruno Schulz.
ųƑPor qué decidiste escribir una novela?
ųNunca lo decidí. William Pescador es anterior a mi vida literaria. La comencé a escribir a los trece años. Desde entonces me acompaña como cualquier parte del cuerpo o del alma. Naturalmente, la versión que se va a publicar es el desarrollo de una atmósfera y de un anecdotario que tomó su forma actual en los últimos años. El William Pescador que vas a leer se parece al texto primitivo tanto como yo me parezco, hoy día, a ese niño que imaginó la historia, como una promesa de realización, en 1975.
ųGuillermo Sheridan, otro ensayista que acaba de publicar su primera novela, declaró que le había resultado muy fácil escribirla. ƑTú que dices?
ųQue no le creo a mi querido Guillermo.
ųƑCuál es la historia del texto?
ųLa historia de siete u ocho borradores. A los dieciocho años posé en soledad escribiendo la novela en los proverbiales sitios turísticos europeos que los aspirantes escogemos. Entonces interesaba imitar a Carlos Fuentes y acabar el libro, poniendo un titipuchal de lugares consagratorios al calce: París, Plaza Real de Barcelona, la isla de Antíparos, etcétera. En 1982 perpetré una versión enorme, de 400 cuartillas. Un amigo me conminó a tirarla a la basura. Otro se durmió mientras yo emprendía, nada menos, que la lectura del manuscrito... Y luego, el ejercicio de la crítica literaria me salvóde mi propia novela. ƑCómo no voy a amar a la crítica? Al no "ser creador", como dicen quienes no saben qué es el ensayo, me libré de ciertas enfermedades precoces: no tengo poemas ni cuentos que rescatar de las librerías de viejo.
ųƑY con la reseña no se cometen pecadillos?
ųPecadotes. Pero como entre nosotros la crítica se ve como una actividad subsidiaria, hija de la frustración, nadie ųsalvo el aludidoų recuerda las reseñas. Pasan al archivo muerto de la cultura y se autodestruyen.
ųƑEntonces la crítica es inútil?
ųTu pregunta es ofensiva. La reseña, en primer término, es un género donde la excelencia es rara pero posible: Borges, V.S. Pritchett, Rextoth, Hermann Hesse... Pero aun consintiendo que la reseña sea una minucia desechable, ésta es sólo una parte del trabajo crítico. Soy un ensayista que maneja formas variadasde extensión y expresión... Perdón, no estoy acostumbrado a responder como novelista. Ya te estaba echando el rollo del Crítico Autolaureado.
ųƑPor qué publicar tu novela?
ųEn 1992 tuve la oportunidad de un reposo forzado y la reescribí por penúltima vez. Pero necesitaba que la leyese alguien que no fuera mexicano ni persona de mi intimidad. El escritor catalán Enrique Vila-Matas fue la persona que encontré. Ahora es de mis mejores amigos. Pero entonces necesitaba un juicio distante. William Pescador le gustó. Me propuso que la enviara al Premio Anagrama de Novela de 1993. Quedé entre los siete semifinalistas. Después de esa sorpresa debía publicarla. No fue fácil decidirme: siendo un crítico bien pagado de sí mismo, ante mi novela conservaba intactas las inseguridades del adolescente. Y las conservo. Es el único fragmento de ficción que he escrito. Tras el Premio Anagrama me rechazaron en varias editoriales españolas. šAfortunadamente, pues a William le esperaba una última metamorfosis! En José Manuel de Rivas, director de Heliópolis, hallé un editor singular. Me leyó con un celo de entómologo. Desechó un capítulo entero. Lo mejor de todo fue que se negó a publicarme si no lo obedecía. Y obedecí. Pero José Manuel murió en abril pasado. Claudia Lizalde, su viuda, sostuvo con cariño el compromiso de edición. Pero me decidí por Ediciones Era, que ya tiene un libro mío para el año que entra (Tiros en el concierto, ensayo)... José Manuel fue fiel y riguroso al mismo tiempo. Jamás olvidaré al mejor lector de un libro que nunca verá editado.
ųEl medio literario espera con morbo tu novela. ƑNo temes las venganzas?
ųConsidero edificante la crucifixión del Antichristopher. Con un nudo en la garganta me apunto al espectáculo. Pero mal haría en considerarme villano. Disfruto esa reputación pero me temo que el balance de mi trabajo crítico es constructivo. Me jacto de no haber ninguneado: mis problemas han sido por las razones contrarias.
ųƑModificará al crítico la aparición de su novela?
ųWilliam Pescador no significa un cambio de estado. Ni me lanzo al siglo ni me oculto en la Trapa. La crítica es mi pasión, hacer historia literaria mi objetivo. Escribir vidas de escritores y viajar por sus obras me parece la aventura novelesca por antonomasia. Esta nouvelle es sólo una cuenta pendiente.
ųƑEntonces no hay una próxima novela?
ųNo por ahora. Quizá necesite otros veinte años para terminar un texto enorme que tienda a desaparecer. Entonces volveré a detenerme para publicar ficción. Esa es mi ambición.
*Entrevista con Renata Murena