La Jornada Semanal, 19 de enero de 1997
El cerro Santa Lucía es un oasis verde, una notable obra de
jardinería en el centro del informe bloque de cemento que es
Santiago de Chile. Caminandopor una de las callejuelas de su entorno,
en un invierno gris de los años ochenta, sentí que
alguien me llamaba por mi nombre. Era un hombre aún joven, de
aspecto algo curioso, una de esas figuras que hacen desconfiar,
más aún en un tiempo en que Chile era lugar de
peligro. De sopetón y sin rodeos me dijo: "Tengo algo que
va a interesarle muchísimo, venga por favor a mi
casa. Está aquí mismo. Se trata de todos los manuscritos
primeros y hasta ahora desconocidos que Neruda produjo en
Temuco." El hombre, un dinámico coleccionista de
manuscritos, me hizo entrar a un departamento amplio pero
lúgubre. Más lúgubre en uno de esos inviernos que
hasta los rusos temen cuando llegan a Santiago y que la belleza del
cerro no disminuía. "Aquí están
ųdijoų los tres cuadernos en que Neruda escribió su
obra de juventud. Los he ofrecido aquí en Chile, pero nadie
quiere comprármelos. Son los problemas de la cultura en este
país..." La frase sonó tanto más paradojal
cuanto que agregó: "Por favor quédese sentado, no
los toque ni se acerque." En el cuarto había un viejo
brasero y el té que me ofreció no podía con el
frío. Miré de lejos los cuadernos y sentí una
intensa y tranquila emoción. Me recordé de lo que
sentí al ver por primer vez los manuscritos de La Flauta
Mágica en la Staatsbibliothek de Berlín y de la
emoción que sentimos yo y mi esposa, Teresa Zurita, la
más perpicaz de las pintoras chilenas, cuando tuvimos en las
manos los 112 dibujos y litografías originales de Rembrandt
guardadas en el museo de Dahlem.
También los Cuadernos de Temuco habían devenido leyenda. Los miré intensamente, como para grabarme su imagenen la memoria y convencido de que nunca los volvería a ver. El dinero que el coleccionista quería, se lo debía dar un inversionista ágil. "Serán rematados pronto en Sotheby's, sólo en Londres apreciarán su valor", me dijo, y en sus ojos brillaba algo distinto a la sensibilidad estética. Pasaron años en que perdí de vista y oídas a los manuscritos. Juan Agustín Figueroa, Presidente de la Fundación Neruda, luego ministro de Aylwin, y yo mismo ųapoyándome en el prestigio de la Freie Universität de Berlínų hicimos todo lo posible para obtener de Sotheby's al menos el dato de la identidad del comprador, para poder publicar el texto y hacerlo disponible a la ciencia y al deleite. Inútil. Habíamos perdido ya todaesperanza, cuando hace unos pocos meses recibí una sorpresiva llamada de Figueroa: "Bernardo Reyes, el sobrino de Pablo, poeta también, ha encontrado una copía íntegra de los manuscritos en la casa de Temuco. šSon más de 300 páginas! Creo que está completa y queremos tu peritaje. Vente cuanto antes a Chile." Esta última es, en general, la más hermosa frase que puedo escuchar y esta vez a ella se agregaba un motivo más de jolgorio. Adelanté mis vacaciones y llegamos a Santiago con mi hija Gabriela. Me instalé en las oficinas hermosas de la casa "La Chascona" que Neruda colgó con sus enredaderas en el cinto del otro cerro santiaguino, el San Cristóbal.
Comparé acuciosamente las características del texto con los datos de las bibliografías más serias, las de Loyola-Sanhueza ante todo. El peritaje caligráfico tampoco dejaba dudas. Se podía constatar incluso la intervención de manos ajenas. Las de la hermana Laura y la de numeraciones hechas por lectores. No era posible discernir en la copia blanco-negro los datos sobre las correcturas con lápiz de color de las que informaban las bibliografías, pero no cabía duda que se trataba de la copia fiel de los manuscritos originales. Eran los cuadernos de escolar a los que Neruda, Neftalí Reyes por entonces, había confiado entre 1918 y 1919 su primer proyecto de libro. Más de cien poemas escritos cuidadosamente por el joven poeta de 14 a 15 años con una letra cuidadosa y que recordaba el ritmo de su voz madura. Muchos de los poemas eran expresiones y adelantos magníficos del que iba a convertirse en una de las figuras indiscutibles de la lírica universal. "Cuando me muera van a publicar hasta mis calcetines", había argumentado en vida, negándose a dar a conocer la obra temprana. Es muy posible que nunca los haya vuelto a leer en serio. Y así llegaron a convertirse para él en algo que tenía un poco de artículo de inventario, un recuerdo de otro tiempo.Por eso se los obsequió a la hermana Laura, quien en realidad los apreció todavía menos, porque terminó regalándoselos a un pariente de tan pocas luces que los convirtió en objeto de trueque. Los cambió por un par de docenas de libros "muy bien empastados" y algunos miles de billetes sin gran valor. En Sotheby's fueron muchos miles de libras las que salieron a relucir, pero con ello los pobres manuscritos habían alcanzado la cima de su descenso: el desaparecimiento en la privacidad de un bolsillo.
Por eso no es casual que haya sido un poeta el que los devolvió al mundo, escarbando baúles y cajas polvorientas en medio de una de esas mudanzas que se hacen de tiempo en tiempo en los viejos caserones del sur. Era una copia que Laura había hecho, cuidadosamente ordenada en archivadores y con la prolijidad que sólo tienen las señoras de mi país. Al leerlos una y otra vez, procurando tener los ojos de un perito y también el espíritu que exige la poesía, me llevé una segunda sorpresa. Contra la tradición según la cual Neruda había sido desde el inicio un adolescente depresivoy con gusto por pasarla mal, a la Rilke o Nietzsche, los Cuadernos de Temuco mostraban una notable pasión por la alegría simple. En "El deseo supremo", Neftalí escribe: "Y tener para todos los seres y las cosas/ una dulce alegría, risueña y generosa,/ perfumada del hondo contento de vivir..." Una fascinación por la paz rara en los adolescentes: "Yo encuentro en las quietudes de las cosas/ un canto enorme y mudo..." La firmeza y fuerza espiritual que sólo alcanza el adulto sabio: "Las almas se recogen en sí mismas. Son fuertes./ Se han calentado en todos los dolores humanos./ Nada temen ni esperan, cuando venga la muerte/ la esperarán tal como llega un hermano." Pero también el sentido del humor que caracteriza a los mejores ejemplares de nuestro humano género. Aburridísimo escribe la "Sensación de clase de química" durante la clase y sin corregir: "Los alumnos hacen paralelepípedos/ copian grabados del libro de Química,/ me roe el fastidio mordiente del bípedo/ que siente la herida de la metafísica." Está ciertamente presente toda la mirada turbia que caracterizará la fase primera de sus primeros libros publicados, de Crepusculario a las Residencias, pero junto a una curiosa y muy íntima religiosidad: "Como el pájaro tibio/ que mira a Dios yo escucho/ y miro los rosales que florecen." Una muy extraña actitud de mirada ausente ante el drama de los indios mapuches: él que iba a ser el re/creador de Macchu Picchu, ni percibió la masacre perpetrada por el ejército chileno allí a la vuelta de la esquina.
Los Cuadernos de Temuco no sólo son un impresionante hallazgo de la arqueología literaria. Son un denso conjunto de problemas y sugerencias. El destino los ha devuelto a su lugar natural: el espíritu humano.