Carlos Fuentes
Andrés Rozental

Hace unos meses, el autor teatral británico Harold Pinter dio una cena en Londres para celebrar el estreno de su obra más reciente.

Eramos 20 invitados, entre ellos el embajador de México, Andrés Rozental, el único embajador extranjero presente. ¿El embajador mexicano en una

cena íntima del principal dramaturgo inglés? Sí, de la misma manera que en la embajada presidida por Andrés y Vivian Rozental era normal encontrarse con escritores como el indo-británico Salman Rushdie o el nigeriano Ben Okri; con historiadores como Hugh Thomas, Raymond Carr y David Brading; con Plácido Domingo y el director de la Opera de Covent Garden, Jeremy Isaacs. De Fleet Street (la prensa) a la City (las finanzas), el embajador Rozental tenía un poder de convocatoria llamativo y ciertamente singular entre sus colegas latinoamericanos.

Laboristas y conservadores, miembros del gabinete de John Major y de la oposición dirigida por Tony Blair, el embajador Rozental, como buen diplomático, entendía que su misión era relacionarse con todos los individuos, grupos e instituciones del país ante el cual estaba acreditado, sin distinción de partido o tendencias.

¿Cómo no iban a estar abiertas las puertas de la embajada a todos los mexicanos, del banquero Roberto Hernández al político Porfirio Muñoz Ledo, a la escritora Elena Poniatowska? Que yo sepa, nunca se le ha enviado a un embajador de nuestro país --salvo en la época diazordacista-- una ``lista de enemigos'' cuya presencia estaría prohibida bajo el techo de una misión mexicana.

Es una lástima que la extraordinaria labor de relación con la Gran Bretaña y de difusión de nuestros valores culturales por el matrimonio Rozental, haya sido interrumpida de manera tan inesperada como inoportuna. Con rara ineptitud, Rozental fue sustituido el mismo día en que el presidente Ernesto Zedillo, con vocabulario inusitado (imaginen ustedes sus palabras en boca de presidentes políticos como Miguel Alemán o Adolfo Ruiz Cortines), les pidió a sus embajadores y cónsules mostrar con orgullo la camiseta --prenda tricolor, ya que el PRI usurpa el verde, blanco y colorado de nuestra enseña patria, que es como si el Partido Republicano de Estados Unidos tuviera como insignia las barras y las estrellas, o el Partido Conservador inglés se diera el lujo de identificarse con el Union Jack.

La prensa británica, independiente como pocas, ya ha relacionado la remoción de Rozental con el desafortunado discurso presidencial a los embajadores y cónsules que lo escucharon con caras de indio de cigarrería, toda vez que Zedillo mostró la camiseta pero le puso el saco, entre otros, a Jorge Castañeda, crítico izquierdista del sistema y hermano de Andrés Rozental.

Castañeda, como todos saben, le dicta desde su casa de campo la política editorial a todos los periódicos extranjeros. Sin embargo, cuando el Financial Times de Londres, en su editorial del 17 de enero, establece una relación de causa y efecto entre la denuncia a Castañeda y la remoción de Rozental, nadie va a creer que Jorge compró con tequila y totopos la información del periódico londinense más serio.

Más bien, es de temer que el Times siente cátedra de que en México las opiniones de los familiares determinan la suerte de los funcionarios.

Pocos tan probos, eficientes y patriotas como Andrés Rozental. Basta recordar, aparte de su gestión en Londres, su infatigable defensa del trabajador migratorio mexicano desde la subsecretaría de Relaciones Exteriores y sus discursos, en la boca del león norteame- ricano, contra la infame proposición 180 y su no menos admirable promotor, el gobernador de California, Pete Wilson.

Por todo ello, Andrés Rozental, al dar fin a su carrera de diplomático profesional, merece bien del país y lo obtendrá, si no de la paranoia reinante en Los Pinos, seguramente de la historia de una diplomacia mexicana hecha por hombres como Isidro Fabela, Genaro Estrada, Francisco Castillo Nájera, Manuel Tello (padre e hijo), Luis Padilla Nervo, Alfonso García Robles, Bernardo Sepúlveda y Jorge Castañeda padre.

A su compañía, y no a la de las camisetas desteñidas, pertenece Andrés Rozental.