Teresa del Conde
Babel descifrada

Con ese título Phil Kelly, nacido en Dublín en 1950 (vive en México desde 1989), presenta una muestra individual integrada por más de 60 óleos y técnicas mixtas en la Sala Antonieta Rivas Mercado del Museo de Arte Moderno. En parte, se trata de un homenaje a nuestra capital y a algunos de sus antros, volcado con brío y desplante catártico. Ciertos cuadros se antojan como instantáneas pintadas y no son ajenas al gesto que caracteriza el método de los expresionistas abstractos, aunque aquí todas las pinturas ofrecen figuras, atmósferas, movimiento, hasta ruido.

Pocos creeríamos que panoramas como los que ofrece, por ejemplo el Circuito Interior, pudiera convertirse en tema de un paisaje, pues eso es lo que son en su mayoría las pinturas de Phil Kelly: paisajes urbanos y lo curioso es que los hay que resultan incluso idílicos. Uno de los dedicados a esa pesadilla (el circuito) para muchos cotidiana, es un dibujo al carbón sobre tela con fondeado al óleo. La vista está fechada el día en que fue realizada, es complicada y muy dinámica, implica no sólo buena capacidad de observación, sino de síntesis.

Las opciones pictóricas de Phil Kelly son varias, pese a lo cual el conjunto ofrece unidad. Algunos de los sitios urbanos son sólo insinuados. Así, hay un Angel dorado que se corresponde con el Monumento a la Independencia, se trata pues del mismo ángel que descendió al suelo forzado por el terremoto de 1957 y que después, como San Simón el Estilita, regresó para no bajar ya más. ¿Qué vemos en ese cuadro?, un trazo erecto, negro, plantado casi en medio de la composición, lo cobija una mancha en diversas densidades de naranja, ocre, amarillo cadmio: ese no es el ángel, pero lo evoca; algunos toques de verde y una luz intensa del lado izquierdo aluden al Paseo de la Reforma. A diferencia de lo que ocurre con el mencionado Circuito Interior fechado, aquí casi no hay dibujo, el brochazo crea la sugestión de formas.

Kelly gusta del color y lo usa a profusión, sin embargo para realizar el cuadro titulado Iglesia. Puebla-Orizaba se valió exclusivamente de tonos grises, algo de amarillo de nápoles y blanco. Era un día nublado y algo brumoso, seguramente, el que eligió para captar la Iglesia de la Sagrada Familia, una iglesia más bien atípica en la ciudad de México construida por el olvidado arquitecto Manuel Gorospe, en vocabulario entre gótico y románico a principios de la segunda década de este siglo, antes del proyecto nacionalista.

El pintor le dio un aire más ortodoxo que ecléctico al templo que acabó por darle una fisonomía especial a esa zona de la colonia Roma. La textura aquí es más bien ligera, en cambio Lluvia sobre la ciudad ofrece una densidad similar a la que tienen, por ejemplo, los cuadros de Auerbach (hay dos en el Museo Tamayo) pintor que vive en Inglaterra. En estos casos, con todo y la textura, Phil Kelly continúa una tradición que tiene su punto de partida en el impresionismo y que al ser retomada bajo otros parámetros por los fauves (pienso sobre todo en Dufy) añade eslabones a una cadena que continúa hasta la fecha.

Un cuadro que a mí me conmueve por el tema, aunque sé del mismo sólo a través del título, La muerte de Eduardo Mata. Homenaje en Bellas Artes. Al representar no el interior, sino el exterior del palacio de mármol donde se efectuó el homenaje, el pintor formuló un sonoro acorde en tres secciones escalonadas; las dos primeras corresponden a la gente allí reunida, esperando la salida del cortejo fúnebre. La forma en que esbozó el conjunto de las figuras recuerda la disposición de los músicos tal y como los ve el director de orquesta desde el podium.

Phil Kelly privilegia el tono libre, rápido y bosquejado. Sin embargo hay un cuadro de interior, El restaurante La Gloria, que ofrece gran regodeo pictórico incluso llega a recordar a Bonnard. Ocupó cómodamente un lugar en ese restaurante, donde es bien conocido pues uno de sus propietarios es su colega Boris Viskin. Se antoja que estuvo bien servido con vasos de sangría y que con la bonhomía que lo caracteriza se puso placenteramente a pintar un entorno que le es familiar y querido. Con idéntico sentido lúdico entrega su versión de lo que es el parque Sullivan en una tarde en la que el smog pinta de amarillo vivo todo lo que el sol alcanza todavía a iluminar. En cambio, el cuadro Palmera y Reforma se incendia de rojo. Ojalá esa vieja palma permanezca. Allí es un señalador legendario. A Phil Kelly hay que agradecerle que perciba, sienta y recree nuestra ciudad despiadada y fascinante.