Luis Linares Zapata
Reduccionismos

Las respuestas e inquietudes que los votantes envían a todos los que las quieran oír y observar, fuerzan la conformación de distintas estrategias para hacerles frente. En los inicios del año de las transiciones, ya nadie duda de lo reñida que será la disputa por las simpatías del electorado en su indetenible búsqueda de nuevos horizontes. Pero no sólo los partidos afilan sus piquetas y rellenan sus morrales para la contienda. También el gobierno, aunque bastante tarde, ha decidido entrarle con su resto, alineándose con el PRI muy por fuera de la ``sana distancia''.

El presidente Zedillo decidió achicarle espacios a la competencia, abrirse los propios, cuidar imagen (prepago) y sellar las rencillas que se le acumularon al interior del PRI. Los mismos priístas presionaron por la ubícuita presencia del jefe nato. No resistieron la sensación de desamparo y el riesgo que un ampliado margen de movimiento les ponía al alcance de una desusada imaginación. Pero la efectividad de tal accionar depende de muchas variables que han sido alteradas tan drástica como sutilmente.

La merma de recursos de toda índole para abrir los candados y superar los quiebres que acarrearon la crisis y las reformas, han liquidado las ventajas de que gozaba el Estado benefactor. En aquellos tiempos, lo que decía y orientaba el Ejecutivo federal valía para los ámbitos público y privado, no digamos para regular la vida interna de un partido. Las instrucciones impartidas desde la cúspide bajaban como centellas inapelables y sus reverberaciones impregnaban por completo la realidad cotidiana. Aún la oposición giraba en torno de tales mandatos y se adecuaba con su papel secundario de comparsas. Toda esta cultura se estrelló contra 14 años (82 a 96) de sufrimientos y crasos errores de conducción, que conforman el ensayo neoliberal de la tecnoburocracia. A partir de entonces el hueco abierto en el cuerpo de la nación es, por fortuna, lo suficientemente hondo como para que pueda ser taponado por el gobierno con todo y su poderoso Ejecutivo. Este puede todavía afectar algunos aspectos estratégicos, sin duda; pero no es ya el árbitro de las disputas o el centro de las concepciones, programas y rumbos.

Entretanto el Estado mexicano creció, le salieron chipotes, ha venido compartiendo tajadas de su soberanía y se hizo complejo. La sociedad no sólo se multiplicó por miles, sino que fue afectada en núcleos vitales de su existencia por las prácticas viciadas del pasado y la visible irresponsabilidad, autoritarismo y simpleza con la que actuaron sus líderes en tiempos recientes. La desconfianza quedó entronizada, el clasismo salió a descampado y el oído colectivo distrajo su atención de la verdad oficial. El Presidente mismo entró en una zona de mayores falibilidades. Sus dubitaciones y recules han permitido acomodos varios, y la inseguridad en las conductas comienza a ser una constante de la misma modernidad. La vida común se relativizó y las veredas a transitar se pulverizaron en tantos vericuetos como ciudadanos han tomado por asalto la plaza pública.

Ciento cuarenta mil afiliados en las recientemente certificadas organizaciones políticas (9) dan cuenta de ello. En conjunto, ellas han dado forma a uno de los fenómenos que marcan la actualidad del país y precisan su ruta común. La repetición alarmante de sentencias y aseveraciones que viene pronunciando el doctor Zedillo son un signo más que marca las pendencias electorales del 97. Diferenciar entre pueblo y política (Veracruz), clasificar por nacimiento a los mexicanos (Oaxaca), instar al servicio exterior a usar una descolorida camiseta, como dice Carlos Fuentes, vapulear a los corresponsales extranjeros y una vez más a los críticos, no acaban con la lista. Le siguen su identificación como responsable de la seguridad (militarización) en medio de una comunidad agredida, sin introducir matices de justicia y derechos individuales, sin recurrir al establecimiento de controles para el Ejército y las policías. Y continúa al negar las bases de legitimidad que tiene la miseria extrema para cimentar la sobrevivencia (Oaxaca) aun por medios violentos.

Todas estas frases no pueden ser enfocadas sólo como dislates, lo cual no sería de peligro. Tampoco como síntomas de endurecimiento estratégico, sino que son reduccionismos reveladores de falta de finura y oficio, o improvisaciones ante el acoso y la factible derrota.