La Jornada jueves 23 de enero de 1997

Adolfo Sánchez Rebolledo
Patadas, botas y debates

A Luciano Galicia, in memoriam

Roque Villanueva, nuevo paladín del PRI, quiere cambiar una vieja tradición de su partido, a saber: no discutir con la oposición para no darle importancia. Y es que el ninguneo, costumbre de refinada crueldad, fue más que norma y estilo, verdadero paradigma de la opacidad dialéctica en la que transcurrió, por décadas, la vida política nacional, ante todo en épocas de elecciones. Saber hacer fue saber callar; no hacer ruido, un genuina moral.

Hoy, en cambio, las cosas son muy diferentes. La estridencia que ensordece nuestro largo transitar al gran mercado de la política democrática todo lo achata. Destacar, sobresalir un ápice, obliga a subir la voz --o los gritos-- varios decibeles, más en un año tan plenamente electoral como el presente, ante una competencia que no se tienta ni el corazón y, ahora por lo visto, tampoco el bolsillo.

El PRI entiende la necesidad de modernizarse para estar a la altura del nuevo pluralismo que amenaza con disputarle la mayoría cómoda que aún disfruta. Y se pone a tono. Habla, quiere discutir, vende su mercancía a pleno pulmón, con magnavoces. En esas anda un activo e irreconocible Roque Villanueva. Primero definió al ``centro'' político como el lugar de enmedio, una especie de nepantla autoadjudicable. Ahora, para sorpresa general, renuncia al gusto viejo por el fraseo entre líneas, al código suave consagrado por los usos y abusos del poder y el lenguaje monocolor, reclamando con frases fuertes y coloridas un debate abierto con los (sus) hasta ayer innombrables adversarios, discusión que, según él, ya se ha iniciado a través de los medios de comunicación.

Ver para creer. Este es, acaso, el único país del mundo donde los grandes titulares de la prensa vespertina pueden cebarse con la siempre fresca noticia de que dos políticos nacionales amenazan con discutir, como si ese excepcional desafío al silencio no debiera ser, justamente, parte de sus virtudes democráticas.

Lástima, sin embargo, que la magna inauguración del debate por el máximo líder del partido oficial nos permita constatar, por si alguien tenía dudas, que el silencio de otras épocas tenía su fuente matriz en la total ausencia de ideas y no era, como se pensaba, una elaboración táctica para distraer al enemigo.

Y es que, en verdad, resulta cuesta arriba superar la libre asociación de ideas de que es capaz el dirigente priísta si se le ofrecen los estímulos verbales apropiados. Véanse casi al azar algunas de sus últimas declaraciones polémicas. Para refutar las antipresidencialistas bravuconadas de un conocido gobernador panista dice Roque, sin mayores precauciones xenofóbicas, que en el Bajío ``mal gobierna una entidad'', ``un gobernador de origen extranjero'', que, además, es un perfecto ``barbaján'' porque quiso ``sacar a patadas a esos bárbaros de Los Pinos''. Tamaña afrenta desata en respuesta una conceptuosa correlación histórica entre las patadas, las botas y el fascismo encubierto bajo la buenas maneras de la reacción: El líder señala: ``... cuando digo que de la amabilidad de la derecha se pasa al fascismo, es porque recuerdo que ésas fueron expresiones de Mussolini, cuando dijo (sic) --cito de la nota de Ciro Pérez Silva de La Jornada del martes pasado--, vamos a marchar con las botas puestas, para sacar al gobierno de Roma'', lo cual, como todo el mundo sabe, concuerda a la perfección con lo que pasa en el Bajío con ``la única diferencia (de) que Mussolini utilizaba botas militares, y el señor del Bajío (¿ya lo descubrió?) utiliza botas vaqueras''. ¿Qué le parece? ¿No es sutil, delicioso? A ese paso unas botas federicas prometerán un aciago futuro hacia el despotismo oriental o la monarquía absoluta. No, la verdad estaban mejor callados. Por lo menos así no le regalaban votos a la derecha entre la hilaridad general.

Si los partidos son, como dice la ley, entidades de ``interés publico'', lo menos que podemos pedir a los prohombres de la política es un mínimo de respeto hacia el auditorio que, como en los toros, es el que paga la fiesta. Yo sé que nadie puede normar sobre la calidad de los debates en ciernes pero pienso que a estas alturas no debería ser demasiado exigir a los dirigentes de los partidos nacionales --que están ahí para algo más que para el solaz esparcimiento de la concurrencia-- que guarden la compostura y de menos dijeran a los ciudadanos qué es lo que los distingue a unos de los otros, pues de tanto trasegar unos hacia los otros ya nadie sabe qué proponen en relación a algunos temas recurrentes pero ciertamente aburridos de nuestra agobiada agenda democrática. Sería tan fácil como decirnos cuáles son, si las tienen, sus ideas (y sus compromisos) en torno a las mismas obviedades de siempre: la pobreza, la injusticia, la desigualdad, la cultura, el amor, la vida y la muerte, en fin, algo que justifique ante la gente su estridente presencia y no lo que hasta hoy parece un módico sueño virtual condenado a esfumarse.

De lo contrario el parloteo puede transformarse en la profecía de Roque: ``no se vayan a morder la lengua y, luego, sin lengua, pues no le van a poder entrar a los debates que andan pidiendo por ahí''. No, pos sí.