México se ha convertido en un país de vísperas. El poder ha de cambiar de manos, pero nadie sabe cuándo y cómo. El PRI pretende, a través de Zedillo y Roque Villanueva, polemizar con los demás partidos. Este último dice, entre otras cosas, que la alternancia en el poder no se pacta sino se obedece como mandato del pueblo. La expresión nos arroja a la cara una verdad: el poder actual no está dispuesto a pensar siquiera en una alternancia. Quien se ve ahora como ingenuo es Felipe Calderón, presidente del PAN, quien supone que el PRI es simplemente un partido político.
Pero si Zedillo hoy no está dispuesto a firmar un pacto con el PAN, lo estará después de las elecciones del 6 de julio, ya sea si el PRI obtiene la mayoría en la Cámara como si la pierde. Pero entonces, el ``acuerdo de gobernabilidad'' será usado para fortalecer al poder priísta, para llevar al PAN a una suave alianza con el presidente de la República, siguiendo los pasos de la línea trazada por el panismo desde 1988 y que avergonzó a no pocos militantes de aquel partido.
No se ha dicho que la propuesta de hacer una coalición entre el PAN y el PRD, para lograr una clara mayoría opositora en la Cámara de Diputados, tenía como propósito implícito la renuncia de Acción Nacional a convenir una cohabitación legislativa con el PRI a través del Presidente de la República para el periodo 1997-2000. El rechazo de la dirección panista a una coalición opositora vino acompañado de la propuesta a Ernesto Zedillo para legislar conjuntamente a partir del 1o de septiembre de este año.
El fortalecimiento electoral del PAN, tanto el evidenciado en 1994 como aquél, aún más fuerte, a partir de ``los errores de diciembre'', es la expresión de un deseo de cambio del poder por una vía conservadora, aunque también de una cargada hacia la oposición más fuerte. Ambos fenómenos tienen vigencia en la medida en que pueda apreciarse que el cambio efectivamente se va a producir. Pero si en realidad se trata solamente de mantener al país en unas vísperas, entonces la fuerza electoral del panismo empezará a disolverse tan rápidamente como se elevó.
El largo debate sobre el gradualismo es ahora más vigente que antes. El viejo poder, encallecido y astuto, no quiere admitir que su hora está por llegar, aunque para ello tenga que fingir que debate, que se incorpora a la lucha política, realizando por debajo todas las maniobras ilegales e ilegítimas que sus operadores saben efectuar como nadie y, naturalmente, con toda la fuerza del gobierno y del aparato público.
El PRI no se está incorporando a la contienda electoral como cualquier partido. Todo el poder está al servicio de su propia reproducción, aunque para ello se recurra a la violación de la ley. La fragilidad de la sociedad es el arma más preciada del viejo poder y, tácticamente, éste también aprovecha los desaciertos de la oposición más fuerte, aquélla que recibe los votos del hartazgo pero no sabe qué hacer con ellos a la hora de las grandes definiciones.
Las vísperas seguirán, aunque puede producirse en 1997 algo más de aquellos grandes chispazos de cambio que ya pudimos observar en 1988, cuando grandes sectores populares acudieron al llamado para superar definitivamente el viejo sistema por la vía del verdadero cambio, al cual no puede ser invitado el vetusto sistema de partido-Estado. Vísperas calientes podrían ser éstas, en tal supuesto.