La Jornada viernes 24 de enero de 1997

Emilio Krieger
Lealtad militar

Una de las calidades humanas que siempre me emocionó fue la lealtad para con los principios, fueran ideológicos, religiosos o morales, la vinculación con las personas y con las instituciones, la liga intelectual o moral del ser humano con los valores. La lealtad, como acercamiento estrecho y permanente con los valores, es una virtud que está muy encima de la simple fidelidad de los perros hacia el amo que le da de comer, a la gratitud del pobre sujeto que tiene que expresar gratitud, que lleva hasta la impunidad, al donatario que da desde migajas presupuestales hasta suculentas tajadas de poder.

Desde que pude conocer con detalle la larga lucha del señor general José Francisco Gallardo Rodríguez y su prolongado e injusto suplicio carcelario, siempre sentí hacia él profundo respeto y la gran admiración que me inspiran quienes padecen sufrimientos y privaciones por perseverar en la defensa y promoción de lo que creen justo, limpio, noble.

Sin duda alguna, la privación de libertad que padecen quienes consagran lo mejor de su energía y su capacidad, merece, sin perjuicio de la bienaventuranza ultraterrestre, la más plena simpatía dentro de esta vida. Sobre todo en las épocas en que la generalización de la podredumbre, del egoísmo más despreciable, el amor a la riqueza bien o mal habida, o la corrupción protegida por una capa de agradecida impunidad parecen borrar del panorama neoliberal y globalizador, lo más alto de la dignidad y de la lealtad del ser humano.

Podría parecer absurdo o por lo menos intencionalmente aprovechado y políticamente intencionado, reunir tres lealtades que nos está tocando presenciar y admirar. Por un lado, la valentía heroica de los indígenas y campesinos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que están sacrificando sus existencias y están poniendo en grave peligro las anímicas porciones de alegría que la sociedad burguesa y neoliberal les otorgó, en aras de un ideal por una vida más digna y mejor para sus hermanos. Por otro lado, los huelguistas de hambre de los servicios de limpieza de Tabasco, que están poniendo en serio riesgo su vida física por defender sus derechos como seres humanos sujetos al fraude de un gobierno local profundamente corrupto y más plásticamente ``moretoneado'' (Madrazo Pintado), y por otro, en un tercer lugar, la lucha casi aislada, próxima a la soledad heroica de quien, como el general Gallardo está luchando por un régimen de derecho militar en el cual lo castrense no esté reñido con la justicia, ni con lo humanitario.

Frente a esa triple trinchera que enfrenta la infamia de la represión ya francamente fascista, empieza la conciencia social mexicana a confirmar su convicción no de una democracia neoliberal y globalizada, sino de una decisión de democracia social plena, incompatible con la miseria y con el hambre, con la injusticia y la persecución.

Mis respetos profundos a los luchadores del EZLN, a los huelguistas de los servicios de basura de Tabasco y al señor general Gallardo, que constituyen ejemplos de una lealtad a los más altos principios humanos.

También mis respetos a la lucha llena de capacidad y de energía con que la Comisión Mexicana de Protección y Defensa de los Derechos Humanos, encabezada por Mariclaire Acosta, ha mantenido inclusive a nivel internacional en defensa de los derechos humanos del señor general Gallardo y hoy, 23 de enero, leí en la prensa que miembros del Poder Legislativo intervendrán también para pedir la libertad del señor general Gallardo.

Confíemos en que la voluntad popular y el deseo de justicia de muchos ciudadanos, imponga a las autoridades responsables civiles y militares, el cumplimiento de su obligación de liberar al cautivo, respetable por su conducta y por su firmeza.