En lugar de seguir obsesionado por Fidel Castro, Estados Unidos haría bien en resucitar las viejas profecías contra ``el peligro amarillo'', pensar un poco en China, que, comunista o no, es un gigante del cual apenas se habla y al que nadie propone bloquear. Sin embargo, para el futuro bastante cercano, China es un actor tan grande como su peso demográfico. Está viviendo una revolución económica de la cual nadie puede predecir las consecuencias. Conoce un crecimiento espectacular, está adquiriendo un lugar muy importante en el mundo y eso tendrá profundas repercusiones.
Sería estéril especular sobre la evolución política de China, sería como mirar un pozo profundo para intentar distinguir algo. Cuando Deng Xiao Ping, el líder nonagenario, se está muriendo, faltan seis meses para que Hong Kong sea devuelto a Pekín, después de 155 años de dominio inglés, cuando Estados Unidos y Europa son incapaces de definir una política frente a China, ¿quién se atrevería a predecir algo?
El historiador que mira en este otro pozo profundo, que es el pasado, nos dice que hace mucho que China lidia con los problemas de su demografía, de la destrucción del medio ambiente, de las relaciones comerciales con el Occidente. Al historiador le gusta calificar esos problemas de estructurales.
En los últimos 20 años, China ha vivido lo que se ha llamado el New Deal de Deng Xiao Ping.
Según un pacto tácito, el gobierno deja a su pueblo una creciente libertad económica, la posibilidad de escoger su trabajo, de moverse, de empezar un negocio y de acumular capital. A cambio, el pueblo no pone en duda el monopolio político del Partido Comunista. Así empezaron las reformas económicas que dieron a China un dinamismo que le envidiaba la URSS, que le envidian Rusia y el mundo. El primer intento de disidencia política fue ahogado en la matanza de Tiananmen y desde aquel entonces la represión política se ha intensificado. Si la transición económica ha desatado en China un capitalismo brutal, no hay la menor perspectiva de transición democrática. Ninguna presión externa es pensable. China puede comprar todos los silencios del mundo. Acaba de hacerlo con Europa, mediante la adquisición de una impresionante flota de Airbus. Lo hace cada día al desarrollar sus negocios con Estados Unidos. Dentro de poco veremos a los empresariios chinos colocar su dinero en Wall Street y en el London Stock Exchange. En esas condiciones ¿quién se acuerda del Tibet o de las guerrillas de la provincia periférica de Xin Kiang?, ¿quién se acordará de los habitantes de Hong Kong después del 1o de julio?
Durante los cuatro años de su primera presidencia, Clinton no tuvo más política China que el pragmatismo comercial; no cambiará durante su segunda. Además, Estados Unidos piensa que algún día necesitará a China contra Rusia y Japón. Esa es una idea antigua desde los años de Roosevelt. Fue retomada por los republicanos en tiempos de Nixon, luego de Bush, y defendida por Kissinger, quien ha tejido relaciones empresariales con Pekín. Todos piensan que las posibilidades de la democracia son demasiado ligeras frente al peso de tradiciones autoritarias milenarias. A quien les contesta que la democracia arraigó en Alemania y Japón, dicen que fue necesario primero 1945 y luego la ocupación militar norteamericana, que por lo tanto es inútil presionar a China en favor de la democracia. Los europeos no piensan de otra manera.
Desde marzo de 1996 la Seguridad emprendió una gran campaña de represión contra el ``crimen'' en China popular. Algunos ven en ella como un ensayo para la batalla por venir contra las famosas ``triadas'', las mafias chinas de Hong Kong. Pero en las listas de la temida Seguridad están los ``elementos contrarrevolucionarios'' que no tienen nada que ver con las mafias. Por un tránsfuga de la Seguridad se sabe que tienen registrados en computadora a los grupos disidentes reconstituidos en Hong Kong, así como a las organizaciones democráticas, ecologistas, sindicalistas. Periodistas de prensa y televisión del territorio saben que perderán su trabajo. Las Iglesias también están en la lista: la Iglesia católica se prepara ya para la persecución y divide sus 63 parroquias en pequeñas comunidades de fe, la eventual ``Iglesia del silencio''. Los jesuitas, que dirigen el admirable boletín bisemanalChina News Analysis salieron de Hong Kong, hace un año, para la Universidad católica de Fujen en Taiwan.
Lo que pasará en Hong Kong, después del 1o de julio será decisivo para China y por tanto muy importante para el mundo.