Enrique Calderón A.
México, país de sombras

``En nuestro reino marítimo --susurró Abdullah del Mar- consideramos la vergüenza como una de las diez condiciones que deben poseer nuestros gobernantes. ¡Ay de la gente que está bajo un gobernante que no posea el sentido de la vergüenza!''. (Naguib Mahfuz, Las noches de las mil y una noches.)

Movido por razones humanitarias, el gobierno de la República dio atención médica el domingo pasado al grupo de trabajadores de limpia en huelga de hambre. Las unidades de seguridad que participaron en la operación fueron inexplicablemente agredidas por los trabajadores. Los exámenes médicos practicados a los huelguistas revelaron que éstos tenían trastornos menores pero en general estaban bien, sugiriendo que la huelga de hambre podría ser tan sólo una simulación. Las negociaciones con el líder de los trabajadores Aquiles, Magaña, habían sido muy difíciles por la intransigencia de este hombre inexplicablemente rico, que con afán protagónico y búsqueda de beneficio personales, había imposibilitado cualquier arreglo.

Esta fue la esencia de la versión oficial del gobierno en relación al conflicto de los trabajadores de limpia con el gobierno de Tabasco, que afortunadamente ha quedado solucionado. Ella coincide en espíritu con la campaña de verdades difundidas por nuestros gobernantes y sus voceros en radio, prensa y televisión, según la cual los indígenas zapatistas no están dispuestos a alcanzar la paz, y a reconocer los acuerdos de San Andrés, en su desesperación poque nadie les hace caso.

Parte de la misma campaña indica la necesidad de financiar, y bien, a los partidos políticos para evitar que sean cooptados por el narcotráfico, dada la escasa integridad ética de sus dirigentes. En esta versión del país que nos han venido construyendo, los panistas son fascistas y retrógrados, mientras que el PRD y sus dirigentes son proclives a la dictadura y a la violencia; quienes a través de las armas como el EPR se expresan violentamente, son enemigos de la patria y deben ser destruidos; quienes en cambio lo hacen dentro de la ley, arriesgando su bienestar y su propia existencia, no son escuchados, pero sí sujetos a investigación, sospecha, calumnia y trato humanitario, por llamarle de algún modo.

Se trata, pues, de un país de sombras del que nada bueno se puede esperar, porque carece líderes dignos y nobles, de mujeres y hombres que puedan pelear por causas justas, de movimientos sociales legítimos, que puedan sacar al país adelante. Los mexicanos, de acuerdo a esta visión propagada por la maquinaria oficial al servicio del primer optimista de la nación, estamos impedidos para organizarnos en busca del bien común; nunca podremos tener un Gandhi ni un Mandela, y mucho menos un Lázaro Cárdenas, porque el país que han construido no lo permite.

En este país de sombras, lo único que funciona es el PRI tal como es, como lo hemos conocido, el productor de delincuentes, de asesinos, de gobernantes que pueden faltar a sus compromisos sin que ello importe mayormente. La estrategia no es, hoy, limpiar la imagen del sistema de gobierno ni de sus líderes, porque esto seria imposible e inútil; mucho más barato resulta inducir al país a creer que no hay más opciones que ellos, porque las otras son bastante peores.

Ante este discurso carente de la vergüenza más elemental, sólo aparece una contradicción que es explicable en sí misma. ¿Cómo es posible que un país así esté en franca recuperación y cuente con la confianza de la banca internacional?

Tiene razón el Abdullah de Mahfuz en su juicio, y nosotros los pesimistas quizás no lo seamos tanto, en cuanto tenemos claras las opciones que pueden hacer posible que México deje de ser el país de sombras que hoy es.