EL TONTO DEL PUEBLO Ť Jaime Avilés
Perros en la selva
A Eduardo Galeano
Mientras el Ejecutivo federal continúa taponando el camino del diálogo por la paz en Chiapas; mientras los senadores y diputados siguen deliberando a puerta cerrada en busca de una salida que no se ve; mientras la sociedad recibe paralizada de asombro las oscuras noticias que llegan todos los días desde el fondo de la selva, las tropas gubernamentales que patrullan la cañada de Las Margaritas cuentan, desde el domingo pasado, con un arma nueva para ``darle seguimiento'' --como dicen los tecnócratas-- a los verdaderos sujetos de la llamada cuestión indígena: perros amaestrados para rastrear (La Jornada, 22/01/97).
Mientras en la cañada de Altamirano los indígenas tzeltales marcan sus reses con la esperanza de identificarlas si la nueva amenaza que se cierne les permite algún día regresar, en caso que logren escapar a tiempo (La Jornada, 20/01/97); mientras en diversas comunidades de la cañada de Taniperlas ``las mujeres preparan la comida llorando y los niños duermen con las botitas puestas'' (La Jornada, 22/01/97), en los ejidos zapatistas de la cañada de Patihuitz --La Garrucha, Betania y otros-- los campesinos afirman que esta vez, si los atacan, no habrán de huir a las montañas como en febrero de 1995: ``Si nos vienen a matar, que nos maten dentro de nuestras casas'', le asegura un hombre al periodista Juan Balboa (La Jornada, 23/01/97), al tiempo que otro le dice a Hermann Bellinghausen en el Aguascalientes de Oventic: ``Aquí no hay nadie'' (La Jornada, 20/01/97).
Entre tanto, a las oficinas del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (CDHFBC) llega, vía fax, un mensaje escrito a mano que denuncia y suplica textualmente (correctores abstenerse):
``Martes 21 de enero de 1997: a las 11:30 de la mañana de este día, una columna de 300 efectivos entre soldados y seguridad pública entrarón en la comunidad el paraízo municipio de sabanilla chiapas con el pretexto de levantar el cadaver de una señora fallecida por paro cardiaco producido por el miedo cuando un grupo de priistas rompierón casas en esta comunidad...
``El contingente militar pasó ya en el poblado paraiso y sigue avanzando en dirección a las comunidades de Nuevo Huitiupan y Calvario, está afectando estas dos comunidades y talvez otra si no los paran antes.
``Este problema provocado por priistas esta afectando las bases de apoyo EZLN. es por eso que es urgente detener el avance de estas tropas porque si siguen avanzando en cualquiera de las direcciones a donde se están dirigiendo, en las próximas horas abrá choques entre ejércitos, sería el inicio de la guerra.
``Es urgente que la conai y cocopa agan algo antes que se produscan combates, es necesario que la opinión pública sepa y que los mediadores del conflicto busquen la vía y hablen con el gobierno para detener a su tropa.
``Atentamente comunidades afectadas''.
La guerra que los autores de esta carta pretenden conjurar, y que en realidad se inició en febrero de 1995, no ha cesado un instante y se trata de la muy específica y bien aislada guerra de baja intensidad que afecta a los municipios del norte de Chiapas, donde habitan mayoritariamente los indígenas ch'ol --Salto de Agua, Sabanilla, Tila, Tumbalá, Chilón, Yajalón y Palenque-- y que no es sino una parte, la más cruel, descarnada y sanguinaria del escenario general del conflicto: donde ha habido más violencia directa, más enfrentamientos, más muertos, más heridos y desplazados, tal vez porque es una zona vedada para la prensa.
Pocos reportajes se han publicado al respecto --entre ellos destaca el de Ciro Gómez Leyva en el suplemento Enfoque del diario Reforma--, y aunque el horror prevalece, a la región de los ch'oles no suelen acercarse los corresponsales extranjeros y la solidaridad internacional, por lo mismo, no la toma en cuenta.
En agosto del año pasado presenté en este espacio un breve relato de las tropelías cometidas en Bachajón, municipio de Yajalón, por la banda de los Chinchulines, que era dirigida por un cacique apodado El Sapo, que vivió hasta que los indígenas estallaron en cólera y quemaron su casa y le dieron muerte. Pero los Chinchulines, que hoy están fuera del juego, eran una pandilla de aficionados en comparación con el grupo paramilitar Paz y Justicia, que auspicia el diputado priísta Samuel Sánchez Sánchez.
Para conocer la génesis de esta organización, protegida por oficiales del Ejército Mexicano, que realizan mediante delincuentes comunes una buena parte de las faenas recomendadas por el Manual de guerra irregular. Operaciones de contraguerrilla o restauración del orden --editado en 1995 por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena)-- es conveniente sumergirse en las páginas del primer trabajo que en forma de libro se publica acerca de la guerra en el norte de Chiapas y que se llama, certeramente, Ni paz ni justicia.
La obra citada, preparada por el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, será presentada la tarde de este sábado en el Centro Cultural Universitario (CUC) de la ciudad de México por el doctor Rodolfo Stavenhagen, el investigador Luis Hernández Navarro y el presidente de la Academia Mexicana de Derechos Humanos (AMDH), Sergio Aguayo Quezada.
Dicen los presos del penal de Cerro Hueco, en Tuxtla Gutiérrez, que todas las noches, poco después del oscurecer, un avión de guerra despega de la base militar de Terán y no vuelve sino hasta la madrugada. Es el mismo avión --aunque a veces pueden ser varios-- que escuchan los habitantes de Ocosingo mientras toman la merienda, y que horas después reconocen --``puntual como un dolor de cabeza'', en palabras de Hermann Bellinghausen (La Jornada, 23/01/97)-- los pobladores de La Realidad.
Cerca del amanecer, entre las cuatro y las cinco de la mañana, el aparato sobrevuela nuevamente La Realidad, merodea otra vez por los cielos de Ocosingo y, dicen los presos de Cerro Hueco, desciende en Terán antes de que se inicien las actividades comerciales (ahora que el aeropuerto civil de Llano San Juan fue cerrado ``hasta nueva orden'', tras las denuncias que varios pilotos formularon a este diario hace dos semanas).
Desde que los zapatistas rechazaron la contrapropuesta del Ejecutivo federal a la iniciativa de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), el 11 de los corrientes, los indígenas de la cañada de Taniperlas reportaron que el Ejército Mexicano intensificó la vigilancia aérea, al tiempo que largas columnas de transporte de tropas ingresaron en la zona norte de la selva a través de Chancalá y Benemérito de las Américas.
En consecuencia, agregan otros informes, aumentó el número de tropas en torno del Aguascalientes de Roberto Barrios, sito a 30 kilómetros de Palenque, a la vez que ante el Aguascalientes de La Realidad ahora pasan 26 carros de combate con 170 soldados a bordo, que además de sus armas personales llevan en los techos de los vehículos lanzagranadas y ametralladoras de alto calibre. Con un detalle adicional: a los transportes de asalto les han quitado las puertas laterales para que sus pasajeros, quizá, desciendan más rápido.
Cerrado el camino de la negociación política, respetuosa y ordenada, mientras el Ejecutivo federal se mantiene en sus trece, los legisladores discuten a puerta cerrada y los partidos políticos concentran su atención en las inminentes campañas electorales, los pueblos indios de México, excluidos de todos los escenarios que le importan a la población mayoritaria del país, parecen estar llegando a trágicas conclusiones.
Este es el sentido profundo del extenso comunicado que ayer expidió, con siete preguntas, el subcomandante Marcos: los indios, otra vez, están completamente solos. Y como ha sido costumbre en la historia de este país, no tendrán más remedio que rascarse con sus propias uñas.
Con una organización similar, pero con más coraje y firmeza que entonces, ayer 2 mil indígenas zapatistas se manifestaron por las calles de Ocosingo igual que el 10 de abril de 1992, cuando nuestros llamados ``gobernantes'' aún estaban a tiempo de aliviar las tensiones que desatarían la rebelión de 1994.
Hoy, cuando todo ha empeorado y nadie parece recordar la sangre de hace tres años, los condenados de estas tierras inician una contraofensiva política que, además de la movilización de Ocosingo, incluyó un mitin no menos rabioso en Oxchuc, en el cual participaron mil indígenas más. Y en ambos actos anunciaron que a partir de hoy tomarán el palacio municipal de Pantelhó, al otro lado de la región de Los Altos.
Al ver las fumarolas de este volcán que empieza a recalentarse, y después de las siete cuestiones que el subcomandante Marcos planteó ayer tal vez a nadie, no está de más formular una serie de preguntas más prácticas:
1) La acelerada descomposición de la situación política en Chiapas, ¿fue calculada por el régimen del doctor Ernesto Zedillo cuando cerró la vía del diálogo?
2) El pago adelantado al gobierno de Estados Unidos y al Fondo Monetario Internacional (FMI), ¿fue para asegurar que la Bolsa Mexicana de Valores no resintira los efectos de un repentino estallido social en Chiapas?
3) La escalada de violencia que se está gestando, ¿fue prevista para justificar la devaluación del peso que recomiendan los expertos (véase el artículo de Ilán Semo, La Jornada, 22/01/97), con el fin de que ésta sea atribuida a los zapatistas y pueda salvarse de esta suerte la imagen del PRI?
4) ¿Tiene el ``gobierno'' certeza plena de que, pase lo que pase en Chiapas, no afectará al resto del país, ni en lo político ni en lo económico ni en las relaciones internacionales de México ni en el futuro de sus habitantes?
Cuando supe que el Ejército Mexicano cuenta ya con una dotación de perros de rastreo en los campamentos de Guadalupe Tepeyac, me levanté, como decía el doctor Salvador Allende, ``más temprano que tarde'', y llegué a la selva en busca de una fotografía que dijera todo lo que ahora parece inútil seguir diciendo con palabras. Obtuve, en cambio, una doble sorpresa: el convoy militar de 26 carros de combate, que el miércoles 22 fue visto por Hermann Bellinghausen rumbo a San Quintín y cuyo regreso me tocó presenciar al día siguiente, llevaba, en uno de los vehículos sin portezuelas, un solo perro. Esa fue la primera sorpresa. La segunda, que en lugar de una noticia más conseguí una imagen poética: el perro, que hasta parecía simpático entre las botas de los soldados, insinuaba una triste metáfora del poder civil, en un futuro tal vez no muy distante...