Adolfo Gilly
La mala hora
El doctor Ernesto Zedillo quiere, al parecer, pasar a la historia como el gobernante que condujo a México con buena fortuna hacia la globalización. Es una ambición mayor. En ese propósito, su principal sostén no está en la sociedad mexicana, ni siquiera en su propio partido, que obedece como disciplinado aparato pero no logra mostrar ardor ni convicción.
Ese sostén principal -no único, ciertamente- está en Estados Unidos y su gobierno, y en las agencias del capital financiero trasnacional. Por eso, la refinanciación reciente de la deuda contraída en febrero de 1995 es, ante todo, un paso dirigido al exterior, para que el presidente Clinton pueda mostrar que su cliente mexicano era en verdad digno de crédito y buen pagador, y lo seguirá siendo en el futuro. No está mal ser buen pagador: un solo pago efectivo vale más que mil promesas. Ese pago, sin embargo, está destinado a mantener abierto el crédito político del gobierno mexicano y de Bill Clinton ante el establishment estadunidense, que este tipo de argumentos sí entiende.
Esta es la primera ocasión en la historia mexicana, desde la restauración de la República, en que un gobierno de México depende tan estrechamente del sostén de Estados Unidos (y de las agencias del capital financiero trasnacional) para conservar las condiciones de su permanencia en el poder. Ni Porfirio Díaz ni ninguno de los gobiernos del PRI (incluido el de Salinas de Gortari), quedaron colocados en semejante situación. En el futuro globalizado en el cual estamos entrando, eso que hoy es una novedad mayor, puede estar destinado a convertirse en norma y en rutina.
Puede verse ahora hasta dónde la reforma (la derogación, en verdad) del artículo 27 fue una satisfacción a una exigencia histórica de los gobiernos de Washington contra dicho articulo, formulada desde el mismo momento en que los constituyentes lo aprobaron en 1917. Las tierras y el subsuelo de México quedan abiertos a la inversión del capital financiero trasnacional; es decir, a la afirmación en territorio mexicano de la nueva forma de dominación del mundo.
La Revolución mexicana quedó atrás, aunque no su modo de hacer política. El doctor Zedillo es el portador de la globalización y de la privatización de México. Pero es también tributario de los modos políticos del PRI, los de firmar y negar después la firma, los de ``en eso quedamos'' y ``que yo recuerde, no quedamos en nada''. Con Estados Unidos y el capital financiero no se pueden usar esos modos. Los pagos puntuales están para probarlo. Con los demás los gobiernos del PRI no conocen otros, hasta que topan.
Sin embargo, en la actual confrontación con los indígenas rebeldes de Chiapas no se trata de una diferencia sobre modos, sino sobre la forma misma de existencia de la nación.
Los pueblos indígenas reclaman autonomía para ser respetados, perseverar y enriquecer su existencia y la de la nación en el ingreso de México (y de ellos mismos) al mundo globalizado. El doctor Zedillo propone una vieja y fallida solución: la absorción de los indígenas, para la cual el ``marco de autonomía'' inscrito en su proyecto sería una cobertura transitoria.
En torno a Chiapa se discute hoy el destino de México entero. Hemos entrado ya en el mundo globalizado. Estamos todos los seres humanos insertos en una mutación comparable a las ocurridas en el siglo XVI, al constituirse el primer mercado mundial con la conquista de América y la apertura de las nuevas grandes rutas comerciales; y en el siglo XIX, al formarse el segundo mercado mundial con el vapor, la electricidad, la conformación del territorio nacional de Estados Unidos con la conquista de la mitad del anterior territorio de México -incluida California- y el reparto colonial del mundo.
Esas dos grandes épocas de la modernidad capitalista se presentaron para México bajo los rostros de la Conquista en el siglo XVI y de la guerra del 47, en el siglo XIX. Bajo esas dos violentas ondas de choque se conformó en este territorio y este pueblo lo que conocemos como México. Vivimos ahora lo que se presenta como la tercera gran mutación histórica del modo de existir y de dominar del capital. Y otra vez México está bajo el primer frente de la onda de choque.
Lo que se está discutiendo, pues, es si el ingreso de esta comunidad humana de historia, cultura y territorio que llamamos México en ese mundo global, el único existente, será regido por el capital financiero internacional y sus agencias o por la soberanía y la autonomía de decisión de los integrantes de esa comunidad nacional, las mexicanas y los mexicanos. Lo que se discute es si preservamos las condiciones de esa soberanía en la comunidad global o si otros, en otras sedes y con otros intereses, decidirán nuestro destino por nosotros.
La autonomía reclamada por los pueblos indígenas es el derecho de decidir según normas propias y sin interferencia de otros poderes los asuntos que sólo conciernen a la comunidad interesada. Aquella autonomía no interfiere con la soberanía nacional. Al contrario: al reconocer en derecho, y no sólo de palabra, la pluralidad étnica y cultural de la nación, fortalece su entramado interno y consolida su soberanía. Es curioso que clamen contra los derechos indígenas los mismos que están disolviendo esta soberanía en la dominación uniforme e indiferenciada del capital financiero trasnacional, a la sombra de la gran potencia en expansión, Estados Unidos. A este paso, llegaría el día en que la Casa Blanca querría discutir si México tiene derecho a la autonomía o si ésta pone en peligro la soberanía de Estados Unidos.
Hay que tomar muy en serio los proyectos y las visiones que encarnan el gobierno y la persona del doctor Ernesto Zedillo. A mí se me hace que en esta cuestión quienes están defendiendo la autonomía, la autodeterminación y la integridad soberana de la nación frente a la presencia englobadora de Estados Unidos y la fuerza omnipresente y dominadora del capital financiero internacional, son la epopeya de los pueblos chiapanecos y la terquedad de los indígenas en querer seguir siendo mexicanos, ellos y todos nosotros, para tener acceso a los disfrutes de la modernidad global y no tan sólo a sus penas.
Si en mala hora el gobierno decidiera lanzar otra vez sus ejércitos contra esos pueblos, todos sabemos de qué lado estarán la historia, la justicia, la razón y la suerte de esta nación, junto con todos los condenados y los mal nacidos de la tierra.
Stanford, California, 24 de enero 1997.