Igual que aquellos músicos que pertenecían a la corte y que tocaban a sus horas y también a las horas de antojo del rey, iban los músicos de aquella corte sobre el agua, que bien pudo ser todo el reino, que fue bautizada como el Titanic.
Junto a estos músicos de la corte del océano, podemos agrupar a los músicos de la Casa Blanca que es, no hay ni que escribirlo, otra corte. Estos músicos especializados deben contar, en primera instancia y de manera obligatoria, con un estómago especial que les permita anteponer los caprichos del patrón a sus caprichos de artista. Cuando el Titanic se hundía, cuentan los que no se hundieron, los músicos tenían la encomienda de seguir tocando para que la tragedia de traer un boquete de 90 metros de largo por donde se metía buena parte del océano, no tuviera necesariamente el aspecto de una tragedia.
Estos músicos de corte oceánica hicieron con tanta eficacia su trabajo, traían tan buen ambiente, que la gente que gozaba de los placeres del salón de cubierta, no creía que esos 90 metros fueran determinantes y se negaba a abordar las lanchas de salvamento. En lenguaje marinero, en países en donde los antojitos no ostentan nombres del mar, estas lanchas se conocen como ``chalupas''; no obstante seguiremos en la incorrección de ``lancha'', para no acabar confundiendo la marina con la cocina. Casi todas las lanchas se fueron con lugares vacíos.
Los músicos, dice la leyenda, se hundieron tocando una melodía que no ha sido aún determinada por los titanicólogos (ésos que le dedican esfuerzos titánicos al barco hundido), aunque las investigaciones más recientes, según el libro de Erik Fosnes Hansen, coinciden en que la última melodía fue un vals titulado Songe d'automne. Ya cuando el mar alcanzaba la cubierta superior, a unos minutos del hundimiento completo, un oficial en fase de pánico le gritó a dos caballeros que seguían bailando con la orquesta, que el barco se hundía y que era necesario abordar la última lancha salvavidas. Uno de los caballeros, con dos botellas de champaña y el agua del mar al cuello, lanzó al aire esta frase terminal e histórica: ``¿cómo va a estarse hundiendo el barco si la música está tan buena?''. Estos músicos de corte oceánica cumplieron hasta el final con el objetivo de este género de músicos: la corte parecía en calma aun cuando se estaba hundiendo.
John Law Hume, violinista, niño y trágico, se hundió con su banda. Sus padres, desairados por la desaparición de su hijo, pero a la vez conscientes de que algunos ahogados traen dinero, reclamaron una indemnización a la compañía naviera. La compañía reviró la petición y dejó que a los padres del niño violinista les saliera, para utilizar términos marinos, el tiro por la popa: no les dieron ni un centavo, al contrario, les cobraron cinco chelines y cuatro peniques por el uniforme que su hijo había perdido.
La sargento Elizabeth Schaefer es directora de la US Marine Band. Aunque el término ``Marine'' parece indicar lo contrario, sus músicos no son de la corte oceánica, sino de la corte de la Casa Blanca, que está en tierra firme. Además de estar siempre listos para tocar el tema Semper Fidelis, la banda de la sargento suele acompañar a los cantantes que luego de una copiosa cena, a la hora en punto y el coñac presidenciales, acceden a cantar alguno de sus grandes éxitos.
Esta banda fue fundada hace 199 años, más de 100 años antes de que zarpara el Titanic con sus músicos de corte océanica. Thomas Jefferson, el tercer presidente de Estados Unidos, convencido de los atributos de la agrupación, la ascendió al grado de ``patrimonio del presidente''.
El último hit que ha puesto la US Marine Band es el tema de El fantasma de la ópera, puede ser disfrutado exclusivamente por aquellos que sean invitados a una recepción en los aposentos del presidente Clinton. La sargento Schaefer ha tenido que lidiar con tres conflictos: ser directora y tocar el oboe al mismo tiempo, convivir en el trabajo con John, el segundo trombonista que es también su marido y adecuarse a los caprichos musicales de cada presidente. Cuenta que hace 25 años el presidente en turno le ordenó que tocaran The Lady is a Tramp' (la dama es otra cosa aunque parezca una dama), para homenajear a la reina Isabel II que visitaba la Casa Blanca. La sargento, como buen sargento, no disfrutó de la broma extravagante de tocarle tal canción, a esa mujer de castidad tan promocionada. Luego la sargento, un poco más indiscreta, revela los caprichos musicales de cada matrimonio presidencial.
Los Carter se inclinaban por la tradicional Once in Love with Amy. Los Reagan, fanáticos de Hollywood, preferían California, Here I Come. Los Bush pedían Tellow Rose of Texas, quizá para no negar tanto la cruz de su parroquia. Y por último Mr. Clinton, que ha venido a terminar con el repertorio tradicional de la US Marine Band y además con la paciencia de la sargento Schaefer, al pedirle, incansablemente, los mejores hits de los Rolling Stones.