Guillermo Almeyra
Autonomía, soberanía, democracia

La foto de un grupo de independentistas catalanes vestidos sólo con sus carteles de reivindicaciones ha recorrido el mundo, e ilustrado de modo pintoresco una de las características esenciales de esta fase de transición-asentamiento del neoliberalismo.

En efecto, al mismo tiempo que el Estado pierde funciones esenciales ``por arriba y hacia afuera'', ya que es el capital financiero internacional el que fija el valor de su moneda, sus prioridades económicas y productivas, el carácter y la magnitud de su presupuesto, incluso su diplomacia, las pierde también ``por abajo y hacia adentro'' porque el Estado pierde consenso al abandonar funciones asistenciales y productivas esenciales.

No es casual que el triunfo del neoliberalismo acompañe el estallido del Estado-Nación y vea florecer el regionalismo, las demandas de autonomía y hasta de independencia. La incapacidad de construir y defender un mercado en el marco estatal, y de integrar de cierto modo al menos a sectores dominantes de las minorías nacionales se une a la creación de nuevos lazos regionales que superan las fronteras estatales. El resultado es el regionalismo del tipo del de la ``Padania'', que entra en la órbita del sur de Alemania y sale de la de Roma, o los lazos que se entrechan entre el Rosellón en la Occitania francesa y Cataluña, o entre los vascos de Francia y los del Estado español, o entre Alsacia y el sur de Alemania, etcétera.

Por otra parte, el abandono por parte del Estado de la política de Bienestar Social, como hemos dicho, crea huecos que se llenan con la autoorganización popular, con decisiones autónomas de vastos sectores rurales. Y el debilitamiento del centralismo estatal, pues el nuevo centro es transnacional y está en el extranjero y los gobiernos sólo administran y aplican las decisiones ajenas y externas, hace renacer las identidades jamás aplastadas del todo. Tal es el caso de la reivindicación independentista de los irlandeses del Ulster, de la de los escoceses, los corsos, los bretones, los sardos, los sudtiroleses de Italia, por no hablar de las luchas autonómicas de los vascos, los catalanes, los gallegos o de los independentismos y las autonomías que desgarran y ensangrientan a la ex Unión Soviética, particularmente en el Cáucaso y en la región Transcaucásica, y por no mencionar tampoco el terrible caso de la fragmentación de la ex Yugoslavia y los problemas de Serbia con el Kosovo mayoritariamente albanés y de Grecia con la república macedonia.

En la Historia los plazos son largos y los problemas no resueltos que tienen un peso y un espesor específicos, reaparecen. Así renace la lucha por la autonomía indígena en la América ``latina'', con una extensión y conciencia jamás lograda en 500 años. Y reaparece la defensa de los fueros y de las Cortes aplastados en Aragón por el Estado castellano pocos años después de la Conquista de América y la liquidación de los fueros en Euzkadi, o sea problemas seculares que sólo la República había comenzado a resolver.

Ante la dictadura del capital transnacional, que anula la democracia --incluso aquella formal, al vaciar de funciones a los Parlamentos nacionales porque las decisiones realmente importantes se toman fuera de ellos e incluso del ámbito estatal--, la reivindicación de la autonomía y su aplicación amplía y defiende la democracia, al aumentar la participación popular en la gestión de los recursos y, al mismo tiempo, refuerza la soberanía, cuya sede no está en el poder de los gobiernos sino en el ejercicio del poder, de la ciudadanía, por el pueblo mismo.

Pero esa soberanía y esa democracia entran en contradicción con la pretensión de los gobiernos de ser los únicos representantes del Estado (al cual ven como instrumento e imposición y no como relación, como resultado del consenso). Además, chocan violentamente con la restricción de la democracia pues aumentan la miseria y la pobreza, el desempleo, las enfermedades sociales, el analfabetismo, expropiando así de la posibilidad de acceder a la ciudadanía a la mayoría de la población y, en particular, a las minorías. De modo que se enfrentan dos democracias, dos modelos de construcción del Estado.

El triunfo del neoliberalismo en realidad ha tenido dos efectos liberadores: uno, evidente, ha sido la liquidación de la falsa idea de que la alternativa al capitalismo era el llamado socialismo real; el otro consiste en haber puesto todo en movimiento. De ahí la lucha por las autonomías y la nueva conciencia que llevará a construir una alternativa al horror creciente y cotidiano que está hundiendo a la civilización y destruyendo el ambiente y el planeta.