El presidente argentino Carlos Saúl Menem es sin duda un buen aliado de los periodistas, que encuentran en él materia abundante para sus notas políticas. La oposición argentina dice, incluso, que es un personaje ``histórico'' porque siempre provoca historias. Lo cierto es que, nuevamente, Argentina discute la reelección (para colmo, por segunda vez) de su actual presidente. Es verdad que, por ahora, la cosa no pasa de una simple especulación (¿o de un sondeo?) y se basa sólo en las palabras de un senador estrechamente ligado, incluso por parentesco, con el primer mandatario, y que una eventual reelección, imposible sin modificar nuevamente la Constitución, no solamente tropezaría con la protesta de los opositores sino también, muy probablemente, con la resistencia de los propios precandidatos a la presidencia, que abundan en el partido gubernamental argentino. Pero es igualmente cierto que Menem ya ha hecho cambiar la Constitución para poder ser reelegido y que ha dicho varias veces que necesitaría más tiempo para completar la obra iniciada. También lo es que el principal organismo de los empresarios argentinos, clásicamente conservador y enemigo histórico del peronismo, la Unión Industrial Argentina, hace ahora una entusiasta y jubilosa campaña por la segunda reelección del ex seguidor de Juan Domingo Perón que ha sido iluminado por el neoliberalismo.
Independientemente de cuál pudiera ser la decisión de Menem y de su partido (la cual depende en mucho de los resultados electorales de octubre), conviene registrar la tendencia de muchos mandatarios sudamericanos a perpe- tuarse directamente en el poder o a crear verdaderos regímenes que les permitan continuar ejerciéndolo a través de sucesores a ellos ligados. No sólo en Argentina se ha modificado la Constitución para imponer la reelección del presidente: también en Brasil Fernando Henrique Cardoso está luchando tenazmente por su reelección (con el argumento, también, de que necesita tiempo para reformar el país), y el mismo Abdalá Bucaram, en Ecuador, ha acariciado la idea de su reelección mientras su colega Alberto Fujimori la impuso directamente incluso a costa de la disolución anticonstitucional manu militari del Parlamento peruano.
En este sentido es sintomático el apoyo del sector de choque de la gran empresa argentina a la idea de una nueva reelección de un hombre que tanto ha hecho por él. En efecto, los márgenes de democracia, con la mundialización, se restringen fuertemente, ya que quienes adoptan en los grandes centros financieros internacionales las decisiones fundamentales en materia económica y política tienen conciencia de que los gobernantes que las aplican pagan un alto precio político y pierden paulatinamente consenso popular y, por lo tanto, quieren garantizarlos por largos periodos antes de que ese deterioro sea mayor. Esto expropia a los pueblos de su capacidad de decidir mediante el voto e, incluso, a través de los Parlamentos, e instaura en cambio el poder duradero de la nueva Santa Alianza entre un pequeño puñado de financieros y empresarios beneficiarios de esa política internacional, y su aún más restringido equipo de servidores tecnocrático-políticos, dependiente de la buena voluntad del FMI. Por consiguiente, no es posible ignorar que, haya o no reelección en la Argentina, hay en nuestro continente una preocupante restricción de la democracia y una gran pérdida de legitimidad del poder estatal.