Angeles González Gamio
Las arrepentidas

Casi 20 años hubieron de transcurrir, una vez consumada la conquista, para que se establecieran los primeros prostíbulos en la capital de la Nueva España. Algunos historiadores han especulado, seguramente no sin razón, que esto se debió a que no había necesidad, en virtud del uso y abuso que hacían los españoles de las mujeres indígenas. Sea cual fuere la razón, fue hasta 1538 que apareció la primera ``casa de mancebía'' autorizada por real cédula expedida a petición del Ayuntamiento.

Esta y las que le siguieron se edificaron en la actual calle de Mesones, en el corazón del barrio de la Merced; ya hemos comentado que aún se encuentran en ese lugar algunas de las antiguas y bellas construcciones que las alojaron. El negocio prosperó y numerosas señoras venidas del viejo continente se dedicaron al añejo oficio. Su proliferación preocupó a un grupo de caballeros, quienes en 1972 fundaron un ``recogimiento'' para mujeres españolas que, arrepentidas, quisieran alejarse de la ``mala vida''.

Para llevar a cabo el proyecto, primeramente --como era la costumbre-- fundaron una Cofradía: Nuestra Señora de la Soledad, cuyos miembros recogían limosnas para sostener a la institución, que originalmente se llamó De las Recogidas y después de Jesús de la Penitencia.

Para dirigir el establecimiento, el arzobispo ordenó a cinco monjas concepcionistas que dejaran su convento y se hicieran cargo. La abadesa fue doña Ana de San Jerónimo, quien impuso severas normas y un total enclaustramiento de las sobrevivientes, en sentido real y metafórico, pues muchas deben haber muerto de tristeza, las más habrán saltado las bardas, en busca de otra vida, aunque no fuese tan santa. Muchas de las que permanecieron tomaron los votos y así surgió el convento de Nuestra Señora de Balvanera.

Ya con su nuevo estado, el templo sufrió daños y comenzó el peregrinar con el fin de conseguir dinero para la reparación. Finalmente lograron la ayuda de doña Beatriz de Miranda, viuda del apartador de oro de la Casa de Moneda, obviamente dama acaudalada, quien puso la primera piedra de la nueva iglesia el 7 de diciembre de 1667. Antes de la conclusión de la obra falleció doña Beatriz, lo que obligó a las religiosas y al padre Lombeyda que las protegía, a retomar la petición de donativos, con lo que finalmente se concluyó y fue consagrada en 1671.

El evento mereció grandes fiestas: de entrada una gran procesión formada por el arzobispo, don Payo Henríquez de Rivera, el virrey, la Audiencia, las Cofradías y una multitud de curiosos. La salida fue de Catedral con el Santísimo en alto; en el trayecto se colocaron tres capillas en las que descansó su Divina Majestad, para finalmente llegar a la flamante iglesia dedicada a la Inmaculada Concepción, bajo el título mencionado de Nuestra Señora de Balvanera. Al iniciarse al día siguiente, 8 de diciembre, el novenario por la santa titular, las fiestas continuaron los nueve días.

El templo objeto de estos festejos permanece intacto en el exterior, ubicado en la calle de Uruguay esquina con Correo Mayor. Luce una de las torres más bellas de la ciudad, recubierta de azulejos amarillos y azules; remata en un elegante campanario con original diseño en la colorida decoración vitrea. Tiene las dos portadas características de los recintos religiosos de monjas; tras la exclaustración el convento fue demolido, fraccionado y vendido. Actualmente la iglesia está a cargo de la comunidad maronita, católico-libanesa. Por cierto que la torre mencionada tiene fuertes aires orientales, que deben hacer sentirse en casa a sus actuales custodios.

Hay que recordar que la zona ha sido hogar, y continúa siendo sitio de trabajo de cientos de libaneses, que llegaron a México en la primera mitad de este siglo y que imprimieron gran auge comercial a la antigua ciudad de México. Aún tenemos muchos vestigios de su presencia en el rumbo, entre otros los múltiples restaurantes libaneses, regulares, buenos y excelentes. De las dos últimas categorías mencionaremos el Edhen, en Venustiano Carranza 148; el edificio tiene su interés histórico, pues allí vivió el sacerdote y líder insurgente Mariano Matamoros. El Emir, en República de El Salvador 146, altos, continúa con la atención de la familia que lo fundó hace más de 30 años; de entrada lo reciben con aceitunas negras, pepino y jitomate, cortesía de la casa.

Otro popular y antiguo es el Líbano, en la misma calle que el anterior, en el número 158 y también en los altos. Se ingresa por una lúgubre escalera, pero el panorama se alegra al llegar al restaurante, luminoso, amueblado con espartana sencillez; tiene buena comida que prepara con diligencia doña Yolanda Marun de Papandreou y sirve su hijo Michel. Y para cerrar con broche de oro hay que hablar de Al Andaluz, en sus bellas casitas dieciochescas con sendos patios y un pozo del siglo XVI, ubicado en Mesones 171; se come excelente y cuenta con la atención esmerada de su dueño y cheff, Mohamed Mazeh.