Hace un mes, decíamos en este espacio que había concluido el tiempo de los acuerdos o consensos entre partidos, y que se veía que, de cara a las elecciones de este año, cada partido pondría el acento en afirmar su propia identidad y sus diferencias con los otros. Sin embargo, las cosas, aunque van por ese camino, no necesariamente debieron haber bajado tanto en nivel político.
El hecho es que las acusaciones, y no el proyecto político que se ofrece, están en un primer plano. Se ha llegado hasta el extremo de plantear que si el partido al que se representa no es el ganador en las elecciones de julio, vendrán el caos y la dictadura: cargos, en cierto modo, opuestos entre sí.
Un partido de oposición que sea independiente, que pretenda representar una alternativa real, debe centrar su campaña en exponer su proyecto político, difundirlo y comprometerse con él, comprometerse a convertirlo en programa de gobierno, o en su caso de legislación, si triunfa. En términos del propio proyecto, claro, hará notar las diferencias con otros partidos y los criticará, aunque no necesariamente con base en calificativos, sino en hechos. Si un partido de oposición centra su actividad política, y en este caso su campaña electoral, en lanzar ataques, o bien no se preocupa por definir claramente su propio proyecto, o se lo guarda o lo relega a un plano secundario, entonces no podrá representar una alternativa real y, en todo caso, recibirá votos emitidos no a su favor sino en contra de otros partidos o del gobierno.
Esto es cierto, con mayor razón, para un partido gobernante. Si éste, en vez de centrar su campaña en la difusión de su proyecto y en comprometerse con él, dedica su principal atención a descalificar a los partidos de oposición, a convertirse en opositor de la oposición, eso no contribuye a lograr votos en su favor. En todo caso, puede motivar votos en contra de otro u otros partidos. Tampoco contribuye a mejorar el nivel político de las campañas electorales.
En mi opinión, una campaña electoral debe basarse en un proyecto propio: un programa y un camino para llevarlo a cabo. Debe convertirse también en un compromiso con ese proyecto. Debe dar certeza a los electores de que no están dando al candidato o al partido por el que votan un cheque en blanco, un poder para hacer lo que quiera, sino un mandato para cumplir con el proyecto con el que se comprometió. En el corto plazo, el que vota por un partido como medio para votar contra otro, suponiendo que a ese voto se sumen muchos otros iguales, puede lograr el objetivo de que pierda el partido contra el que votó. Pero eso no le va a garantizar qué es lo que va a hacer el partido ganador. No le garantiza que el partido ganador no haga lo mismo que antes hizo el partido contra el que votó, u otras cosas que pudieran afectarlo incluso más, o afectarlo en otro sentido que no había previsto.
Aunque considero que eso es lo correcto, puede suceder que haya quienes consideren que no es lo más conveniente para ellos, por ejemplo si las medidas que se proponen tomar o que están dispuestos a tomar son, como dicen ellos mismos, impopulares.