La Jornada Semanal, 26 de enero de 1997
Marco Antonio Campos es autor de dos significativos volúmenes
de conversaciones con escritores, De viva voz y Literatura
en voz alta. Nadie mejor que él para enfrentar la
intrincada y sugerente obra de Claudio Magris, traductor al italiano
de Kleist y Schnitzler, autor de la "novela sumergida" El
Danubio y de un sinfín de ensayos sobre literaturas
germánicas, entre los que destacan Joseph Roth y la
tradición judeo-oriental y El mito habsbúrguico
en la literatura austriaca moderna. Como buen habitante de
Trieste, Magris ha reflexionado a fondo sobre la mezcla de culturas y
el papel de las ciudades como transmisoras de múltiples
herencias.
En sus libros conviven diversasciudades y diversas literaturas de
la Europa Central.
ųLe respondo a ruota libera. Fue algo no deseado. Yo soy friuliano pero crecí en Trieste hasta los 18 años, cuando me mudé a Turín. Antes de los 18 años había vivido en Trieste espontáneamente, sin reflexionar sobre la ciudad y la peculiar cultura triestina. Siempre leí muchísimo. Por ejemplo, a Dostoievski ya lo conocía a los 13 años, pero no había leído una línea de autores triestinos. Ni siquiera a los grandes como Saba o Svevo. Es muy injusta la desconfianza que suele tener un joven hacia las grandezas de la casa propia.
Cuando estuve en Turín comencé a ahondar por nostalgia en los dialectos triestinos y a reflexionar y a ver Trieste de un modo distinto: una ciudad italiana pero no sólo italiana, sino con otros componentes, casi compañeros de clase, como los alemanes, austriacos y eslavos. He vivido en eso aun mi tradición familiar friuliana. Ahí está el caso de mi abuelo, nacido en Dalmacia, oficial de marina del ejército austrohúngaro, escritor también pero en lengua italiana y con una rama lejana del árbol en la familia croata.
Confirmé que cuando era muy pequeño me acaeció algo fundamental. Inmediatamente después de la segunda gran guerra, la frontera que yo veía a cinco o seis kilómetros no era cualquier frontera: era la Cortina de Hierro, la cual fue impasable hasta que Tito rompió con Stalin y la situación entre Yugoslavia e Italia comenzó a distenderse. Para mí, detrás de aquella frontera existía, por un lado, un mundo misterioso y desconocido. Todo lo que se relaciona con el Este tiene siempre algo oscuro. Pero por otro lado me era también muy entrañable, porque eran tierras familiares que yo había pisado y conocido, las cuales Yugoslavia anexó después de la guerra. Esto, que era a la vez conocido y secreto, me formó la idea de que para crecer había que atravesar la frontera, no sólo con un pasaporte, sino ser capaz espiritualmente de apropiarme de nuevo de lo que fue mío, o al menos, familiar. Comencé entonces a leer a numerosos autores austriacos (Musil, Roth, Schnitzler, Werfel) y a interrogar esta gran nostalgia del imperio, y comencé a escribir un libro, que ahora se cita tanto (Il mito absburgico nella letteratura austriaca moderna, 1963). Yo ignoraba que lo escribía y no sabía muy bien explicárselo a mi maestro, y ni siquiera a mí mismo. Sólo cuando llevaba como una tercera parte, descubrí en este ámbito centroeuropeo un mundo contemporáneo mío, contra el cual mis mayores habían combatido, como ese tío que luchó en la primera gran guerra contra los austriacos.
ųPero en ese mundo apenas antiguo, el mundo del imperio austrohúngaro,el único puerto de importancia es Trieste. En sus libros se escucha el oleaje del mar.
ųTrieste no era para mí sólo la puerta hacia el Este sino también la presencia del mar. Mi cultura está ligada a él y mi vida no puede explicarse sin él. Forma parte física, aun diría sensual, desde que era muy niño. Los primerísimos recuerdos son con mi madre, que amaba también el mar, y quien me llevaba en barca por los arrecifes de la playa, cerca de Trieste. Pase lo que pase, durante los veranos yo me baño diez minutos en él. El mar está asociado a esta dimensión mítica de las primeras turbaciones amorosas, de las amistades iniciales, de las primeras aventuras y del juego del descubrimiento. Yo puedo pasarme horas mirándolo u oyéndolo.
En Trieste hay dos oficios históricos: trabajar en la compañía de seguros y ser capitán de nave. Mi padre trabajaba en una compañía de seguros, y Marisa, mi esposa, comenzó trabajando también en una. Los triestinos sentimos el soplo oceánico de otras civilizaciones. En Trieste se designa como capofornisti, cabohornistas, a aquellos que han dado la vuelta al menos diez veces al Cabo de Hornos. El mar significa no sólo Trieste sino sus entornos. Esos sitios representaron para mí y para Marisa nuestra historia y la manera de conocer la felicidad, pero también la sombra y el abandono. Porque el mar significa eso. Por un lado, la gran sombra y el desafío mayor: el viaje por mar es asimismo el emblema del viaje por la vida. Baste recordar la Odisea, Simbad o Moby Dick. Las civilizaciones marinas son mucho más abiertas que las continentales. Son más fáciles los encuentros y el cambio. Se tiene con el extranjero un contacto más natural y el extranjero lo tiene también con los nativos.
Por otro lado hay en él un gran abandono. El mar se cierra y es el sitio de las tragedias y los naufragios. Es como un gran vientre. En suma: el mar es algo que me libera de la Mitteleuropa (la Europa Central), que no tiene mar. La Mitteleuropa es una gran civilización de barreras y defensas, de la Angst, de sentir todo como una amenaza. Aun hay esa opresión física de llevar tantos meses sobre el cuerpo tal cantidad de ropa. El mar finalmente es una manera de desnudarse, de liberarse, de dejarse ir. En el Danubio, el río que atraviesa el continente, se siente todo el tiempo una nostalgia por llegar al mar. Se ha dicho aun que desemboca en el Adriático, mi mar. Naturalmente es una fábula o un sueño, pero no deja de tener belleza.
ųƑNo fue nunca marino?
ųMarino exactamente no, pero he andado en toda suerte de barcos, barcas, barquichelas. Por ejemplo, hice una vez un viaje riesgoso en un bote en alta mar, un tipo de bu-bu, con un barquero que dormía dentro y un amigo y yo en cubierta, hasta que encontramos un islote en la Dalmacia.
ųƑY cómo ha sido su relación con Trieste?
ųTengo una relación especial, y aun podría decir, una relación afortunada. Trieste, como Viena o Praga, como otras ciudades centroeuropeas, es una ciudad edípica, que en cierto modo incita a sus hijos a una relación o un vínculo visceral, obsesivo, regresivo, rabioso. Como en Praga o Viena, donde todos sueñan con irse y todos hablan mal de su ciudad, cuando se hallan lejos sólo piensan en la vuelta. Muchos tuvieron que dejar Trieste porque no había empleos o posibilidad de desarrollo. Como se sabe, la ciudad tuvo un desarrollo interrumpido: cuando empezaba a poseer una gran cultura empezó también su decadencia. Esta unión de aurora y crepúsculo es sustancial y permite la comprensión de mucho del malestar de su historia. Es una ciudad que, si usted la ve desde el mar, está colmada de una promesa de dicha, pero que una vez instalado en ella desilusiona pronto. Muchos no han perdonado esto a la ciudad y se han desbandado y no dejan de hablar mal de ella. Un amigo, a quien veo en Milán de vez en cuando y que trabaja en la editorial Mondadori, cuando lo veo me dice con toda precisión: son ya treinta y tres años, seis meses, dos semanas y tres días que no voy a Trieste. Y se ve obligado a hablar mal de la ciudad, pero habla. Y estos amigos están como azorados y enfadados conmigo porque en Trieste yo me la paso muy bien y porque retrato tantos aspectos locales. Para ellos, en suma, debería ser más infeliz y estúpido.
Mi generación ha sido un poco más afortunada con respecto a la ciudad; aquellos que eran un poco mayores tuvieron que dejarla. No fue mi caso: yo no tuve que dejarla ni he querido irme. Más bien: cuando se me dio la oportunidad de ir a Turín, partí con gran nostalgia, y también decidí regresar como un hijo que quiere mucho a sus padres pero sabe que debe dejar la casa para hacer su vida. Trieste es una ciudad terrible si la vives muy de cerca dejándote arrastrar por sus conflictos, por sus neurosis, por la Angst continua de saberla y pensarla en decadencia; si en lugar de eso la vives como un lugar de retaguardia, como un lugar de la periferia de la historia, la pasas muy bien. Somos periféricos como lo son los pueblos del Adriático, de Europa del Este, de América Latina. Sería absurdo, descabellado, querer actuar como si estuviéramos en el centro de la historia.
ųƑCuál es su relación afectiva e intelectual con la gran generación triestina de principios de siglo, la cual coincide en su grandeza, curiosamente, con otros países de la Europa Central?
ųTuve la fortuna de ser amigo de Biagio Marin, quien fue compañero de escuela de Scipio Slataper. Fue un irredentista que combatió contra Austria, y uno de los primeros en sentir la nostalgia de Austria cuando se hundió el Imperio. Para mí es sustancial tener esta nostalgia filtrada, no por el kitsch de la afirmación, sino a través de la negación y la rebelión, lo que es mucho más creativo.
A Marin, quien por la edad podía haber sido mi abuelo, lo conocí de casualidad cuando yo tenía 16 años. De su boca oí todos los cuentos, historias y anécdotas de sus compañeros de generación y me hizo sentir que yo podría ser como otro compañero.
ųƑY particularmente Italo Svevo, Umberto Saba y James Joyce?
ųSvevo es un autor cercanísimo a mí en sus tics y manías, en su ansia de buscar con frecuencia la derrota a priori para evitar el shock de vencer o de querer vencer. Este sentido tremendo que tiene Svevo de la nada, donde, sin embargo, hay siempre algo. Es un autor que antes que en la literatura lo siento en la vida. Lo siento cerca en su tentativa de dar jaque mate al jaque mate.
A Saba nunca lo traté. Lo vi de casualidad en una ocasión. Y estoy contento de no haberlo tratado porque tenía una personalidad demoniaca, trastornadora, y probablemente hubiéramos tenido un gran desencuentro. Él ha escrito los más bellos y los peores poemas del siglo.
Mis hijos y yo solemos ir a beber a la hostería donde a menudo Joyce iba a emborracharse. Mi padre tomó muchos años clases de inglés con Stanislao, el hermano. De Joyce admiro ante todo el aspecto picaresco, cotidiano, la vecindad entre la iglesia y la hostería. En el fondo es el último de los grandes escritores tradicionales, pese a su revolución vanguardista. Sus temas y motivos son clásicos: el regreso a casa, la continuidad de las generaciones, la sacralidad, los vínculos familiares (manchados o profanados, pero existentes), la relación paterna, el último epos todavía edípico. En cambio, por ejemplo, los héroes de Robert Musil son como mutantes: no tienen continuidad ni tradición.
Joyce es muy triestino al tomar de la nada de la historia el sentido épico y fraterno de la vida. La más bella definición del Ulysses la dio Joyce a Svevo en una carta, cuando dice que ha trabajado mucho su novela como tu mare greca. Es un juego de palabras intraducible. Literalmente significa "tu madre griega", es decir, "hijo de madre griega", y más, "hijo de puta". Los griegos, como se sabe, han sido importantes en Trieste y existe aún una colonia griega. Y las griegas no gozaban de buena fama. Pero en la expresión hay también los matices de que "hagas el amor con tu madre" y significa el mar y significa también el mar griego. En esta definición se encuentra, me parece, el regreso al inferos, al útero de la historia.
ųUna música de significados que tanto encantaba a Joyce.
ųClaro.
ųUsted ha vivido largas temporadas en Turín.
ųHa sido, con Trieste, la ciudad sustancial de mi vida. No sabría elegir entre una y otra. Yo tengo dos hijos de mi matrimonio y no elijo entre los dos. Cuando daba clases en Turín me sentía en Trieste, y al contrario. En Turín nació toda la modernidad italiana: la gran industria, el liberalismo, el socialismo, el comunismo, la germanística... Una ciudad ciclotímica en gran evolución que hacía a los escritores confrontar los problemas del individuo de cómo vivir una vida significativa en el mundo industrial.
ųƑY de qué otras ciudades de la Mitteleuropa se siente próximo?
ųPraga y Viena. Pero he amado tantas. Algunas las he visitado numerosas veces, pero otras, las que aparecen por ejemplo en Danubio, al menos en dos ocasiones. Escribí el Danubio en cuatro años pero en verdad se me fue escribiendo desde hace mucho.
ųUn centro literario vivísimo en los países de la Europa Central han sido los cafés. Es una manera de salir de esos pequeños departamentos donde vive la gente, y huir del frío y de los cielos cerrados para encotrar un poco de luz y de los rumores de la vida. ƑEn qué consiste para usted su importancia?
ųEn haber permitido una forma de cultura, digamos, muy individual más que social, Por ejemplo aquí, en el café Museum, somos dos que conversamos. Es un lugar de soledad no misantrópica.
ųHay un personaje conmovedor que usted recobra en el primer cuadro del capítulo sobre Viena en Danubio: Peter Altenberg, ahora eternizado como un maniquí a la entrada del café Central, donde prácticamente vivía. La manera como usted lo describe me hizo recordar aspectos de cómo usted escribe.
ųMire, yo me siento cercano a Altenberg en ese cortocircuito que se da en él entre impersonalidad e individualidad poderosa. Su lado impersonal (un hombre sin casa ni cuarto de hotel y en el fondo sin nada) es algo, sin embargo, profundamente individual. Altenberg habla de cosas mínimas pero no es un minimalista.
ųƑY cómo nació el Danubio?
ųNos encontrábamos mi mujer y yo con unos amigos, no muy lejos de aquí, de Viena. Era septiembre de 1982. Estábamos por ir a Bratislava, donde aún se alzaba la Cortina de Hierro. Veíamos el Danubio brillar y cintilar. No se sabía dónde comenzaban o terminaban el agua y la hierba. Era un momento de abandono y de amistad sosegada, cuando vimos de pronto una flecha con una señal: Museo del Danubio. Era extraño. Nos sentíamos como dos enamorados que se besan y descubren de pronto que forman parte de una exposición. Y me vinieron una duda y una pregunta: ƑQué sucedería si siguiéramos hasta el mar Negro mirando lo que acaecía? Así comencé a hacer los pequeños cuadros, poco a poco, con dificultades, avanzando, retrocediendo. Y lo hice así, porque yo quería hacer el viaje zigzagueante, para que fuese también un viaje mental.
ųY empezó a surgir ese hilvanado innumerable de historias, algo que en nuestros países han hecho admirablemente Ricardo Piglia en sus novelas y cuentos y José María Pérez Gay en su libro El imperio perdido.
ųEsas historias que hacen el tejido de nuestra vida. Ir acomodando también una suerte de mosaico. Como esa parábola de Borges del pintor que pinta un paisaje: crepúsculos, mares, bosques, para darse cuenta al fin que sólo trazó su retrato. Eso era su modo de ver los paisajes.
ųƑY qué han significado para usted los ríos?
ųEl río tiene mucho el sentido del tiempo: de la fugacidad y del olvido. Esa ola que borra, arrastra, destruye, lleva. Tiene la melancolía de la temporalidad. El mar es un eterno presente. Yo he escrito un libro, Otro mar, que es un viaje de la Europa Central hacia el mar.
ųEn sus libros, como repentinos resplandores, se hallan instantes poéticos.
ųHice poesía en verso sólo de muchacho. La poesía cuenta para mí muchísimo, pero es como los Lieder, que escucho tanto, pero los cuales soy incapaz de componer. La leo mucho, pero sé que es la tierra prometida donde nunca pondré los pies. De los austriacos, por ejemplo, admiro más que a nadie a Georg Trakl, de quien escribí el prólogo para la edición de Garzanti (1983). A Ingeborg Bachmann la conocí. Era muy tímida, muy amable, muy susceptible. Me acuerdo de una tarjeta postal donde me hablaba de un "imposible perdón" porque no me había escrito.
No he buscado los instantes poéticos. Definitivamente no. He tenido aun miedo de que me rebasen, de no lograr dominarlos estéticamente. Por eso cierro lo lírico, quizá por un exceso de pudor. Es como la música. Creo mucho en ella pero de un modo espontáneo. No sabría componerla. Es de lo que te deja algo dentro y hace parte de tu propia melodía, en el sentido de que creo que cada vida tiene su propia melodía.