Luis González Souza
¿Otro siglo americano?
A los trabajadores de limpia de Tabasco, por su ejemplar triunfo de la dignidad
Estados Unidos se apresta a liderear --ellos dirían redimir-- a la humanidad durante otro largo siglo. Ese parece ser el principal mensaje de Bill Clinton, en el discurso con el que inauguró su segundo periodo presidencial, el pasado 20 de enero.
Entre otras cosas, dijo que el siglo XX ``ha sido el siglo americano'', porque EU ``salvó al mundo de la tiranía [...] y extendió a través del planeta [...] la bendición de la libertad''. Y esa salvación continuará durante el siglo XXI, porque EU es ``la única nación indispensable''. O, si se prefiere, porque ``es la mejor democracia'' y por tanto ``encabezará un mundo de democracias''.
El mensaje es importante, aunque no faltaría quien quisiera despacharlo con un simle proverbio: ``Al que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe''. El primer problema es que podrían ser no una sino muchas las muertes involucradas en el asunto. Por ejemplo, si el renovado mesianismo de EU es acicateado por un ``complejo'' ya no sólo ``militar-industrial'' (Eisenhower) sino ahora también financiero-comercial-periodístico-académico-político-cultural. Y si, enseguida, ese monstruo de mil cabezas logra traducirlo en un mesianismo a fuerzas: o se dejan salvar a base de dólares y discursos, o los salvamos a base de armas y guerras.
El segundo problema tiene que ver con una lectura simplista de la realidad mundial contemporánea. Una y otra vez ésta nos dice que, para llevar a buen puerto esta época de interminables crisis e incertidumbres, el mundo requiere la participación de todos, y no el mesianismo de alguno. Es decir, democracia también en lo internacional en lugar de dictaduras, así se las encubra con el término de ``potencia única'' (Bush, tras la guerra del Pérsico) o de ``nación indispensable'' (Clinton, hoy).
Conviene recordar que la necesidad de democratizar las relaciones entre los países ya había encontrado cierta comprensión inclusive en las cúpulas de EU, en la década de los años 70. Fue entonces que, a iniciativa del banquero David Rockefeller, se fundó la Comisión Trilateral, de cuyas filas salió el luego presidente James Carter (1977-1981), bajo una convicción: EU ya no puede llevar solo todo el peso de la hegemonía mundial, por lo cual se disponía a compartirla (al menos) con los demás integrantes de dicha Comisión (Europa y Japón).
¿Ha cambiado tanto el mundo como para invalidar esa convicción? Por muchas razones, el reclamo democratizador del mundo parece más vigente que nunca. Pero, suponiendo que no fuese así, suponiendo que el mundo deveras necesitara un mesías o un dictador, surge entonces un tercer problema. ¿Pueda serlo, por si solo, el EU de nuestros días? ¿Es eso lo que mejor corresponde a su propia salud?
Para responder, no es preciso detenerse en la idea de que EU es la ``mejor democracia'' del mundo moderno (el grado de mercantilización mostrado en las últimas elecciones bastaría para armar un buen debate). El controvertido declive de EU como potencia no sólo tiene que ver con datos económicos (liderazgos tecnológicos, competitividad), ni políticos (vitalidad democrática). También, y acaso sobre todo, tiene que ver con datos culturales, entre los que destaca el viejo cáncer del racismo. Curiosamente, así parece reconocerlo el propio Clinton en el mismo discurso: ``La división por motivos raciales ha sido la maldición constante de Estados Unidos''; las fuerzas del racismo ``casi han destruido a nuestra nación en el pasado [y] todavía nos agobian...''.
Como sea, lo cierto es que Estados Unidos tiene suficientes problemas internos como para hacerse cargo de los problemas del mundo. Eso debiera bastar para olvidarse del mesianismo. Pero al parecer no basta: las cúpulas de EU insisten en redimir al mundo durante el nuevo siglo. Sus cartas están abiertas. En cambio el mundo, o por lo menos México, todavía aparecen con cartas de antemano perdedoras, si las hay.
En vez de encabezar (como en cierto modo lo intentábamos antes) un movimiento por la democratización del mundo, todavía estamos atorados en nuestra propia democratización. Y, en consecuencia, nuestras cúpulas sólo atinan a buscar su propia redención por cuenta del Tío Mesías (otrora el Tío Sam).